Leobardo Rodríguez Juárez
¡Viva la Revolución! Un breve repaso a la historia.
Hoy se cumplen 109 años del inicio de la Revolución Mexicana, 20 de noviembre fue la fecha establecida en el Plan de San Luis para la revuelta popular, terminó siendo el 18 de noviembre cuando la conspiración de los hermanos Serdán fue descubierta por los oficialistas en Puebla.
Cada año, desde la promulgación de la constitución de 1917, se renueva la reflexión sobre la vigencia de este movimiento, se avivan los cuestionamientos sobre los alcances que tuvieron los objetivos ideológicos y se revisa el resultado para deslindar las acusaciones de que todo terminó siendo un reparto de dividendos entre los grupos participantes que lograron la institucionalización en la transmisión del poder con la creación del partido único que cobijó a la llamada familia revolucionaria, y que se convirtió en lo que Mario Vargas Llosa denominó la dictadura perfecta. Este año, la reflexión cobra particular importancia ya que vivimos tiempos de la cuarta transformación, la nueva revolución mexicana.
La Revolución Mexicana de 1910, fue en sus orígenes el cauce para combatir el descontento y la frustración generada por el larguísimo periodo en el poder de Porfirio Díaz. Tiempos de progreso se respiraban en el país, los festejos del centenario de la independencia anunciaban un clima de paz social, el longevo presidente, el héroe de Ayutla, no pudo ver con anticipación que la desigualdad social, la abrumadora concentración del progreso en unos cuantos, estaba consolidando un movimiento que terminaría por derrocarlo en junio de 1911. La soberbia le nubló la visión de estratega y minimizó todo, pensó que Bernardo Reyes que estaba en el exilio había sido aniquilado; que Francisco I. Madero, su contrincante electoral preso días antes de los comicios, estaba anulado y que ya nadie se acordaba de Ricardo Flores Magón, preso en la cárcel de Leavenworth, el precursor ideológico que en el programa del Partido Liberal Mexicano acuñara la consigna de tierra y libertad que serviría como sostén moral del movimiento zapatista.
El movimiento de 1910 fue una Revolución, de eso no queda la menor duda. Jesús Silva Herzog en su libro “Trayectoria Ideológica de la Revolución Mexicana” hace una distinción entre rebeliones y revoluciones, las primeras, dice, son en la mayoría de los casos, engendros de la ambición de generales o coroneles sedientos de honores o de poder, o de ambas cosas a la vez. Las revoluciones en cambio, las hacen los pueblos por necesidades insatisfechas que no ha sido posible llenar por medios pacíficos, es un clamor popular, es el pueblo en las calles que encuentra en los caudillos su esperanza de cambio o redención histórica, ya que se les observa como hombres generosos, desinteresados y patriotas que se arrojan en actitud suicida al torbellino de una lucha cuyos resultados finales ignora.
La Revolución Mexicana fue un movimiento de campesinos, fue la tercera independencia de México, la primera nos liberó de los españoles, la segunda de la opresión del clero y la tercera de la esclavitud que se vivía en las haciendas, tal como se retrató en el México Bárbaro de John Kenneth Turner. Fue una lucha contra la desigualdad, la pobreza y la corrupción; cada uno de los planes y programas incluyeron las demandas más urgentes, esos nuevos sentimientos de la nación que fueron plasmados en los artículos 3, 27 y 123 de la constitución de 1917 y que puso fin a la lucha entre facciones, ahí estaban los anhelos de villistas y zapatistas, carrancistas y obregonistas.
Resulta paradójico que la cuarta transformación que hoy se vive en el país, sea para dar viabilidad a los mismos anhelos de 1910, para combatir los mismos terrores de aquellos años: pobreza, desigualdad, corrupción, obsesión por el poder, discriminación a los que menos tienen. En el análisis de este año sobre la vigencia de la revolución mexicana, se tiene que afirmar que sus causas siguen vigentes y que esta cuarta independencia de México busca liberarnos de los malos gobiernos que durante todo el siglo XX y las primeras dos décadas del XXI buscaron institucionalizar una dictadura que se renovaba en la cabeza cada seis años, pero que creó códigos para subsistir como una familia política que buscaba afianzar sus privilegios.
Decía el propio Silva Herzog que a veces las revoluciones se comen a sus hombres, porque los anhelos que le dieron origen son más grandes y fuertes. Ese es el reto de las mujeres y hombres de la cuarta transformación, estar a la altura de las expectativas y sentimientos de la gente; tienen la difícil tarea de ofrecer una alternativa a la depredación de un sistema mundial que anula los derechos sociales en pos de la máxima utilidad.
Los aires que hoy se respiran son propios de una revolución pacifica que busca liberarnos de la corrupción y los malos gobiernos, del abuso de los recursos públicos. Esta revolución inició desde abajo y así como el plan de Ayala tuvo su tierra y libertad, la cuarta transformación tiene su propia voz de guerra: por el bien de todos, primero los pobres.