En 2016, el ayuntamiento de Puebla trajo a la capital la exposición Miguel Ángel El Divino (Caprese 1475-1564, Roma) con réplicas de su obra escultórica.
Ahora, el gobierno de Puebla nos invita a visitar en Catedral la réplica de la Capilla Sixtina, la cual permanecerá hasta el 31 de enero de 2020. El genio italiano durante toda su longeva vida -vivió casi noventa años- y nunca dejó de asombrarnos su lucha con el movimiento y la materia.
Las siguientes líneas son de una reseña de un breve libro de Antonio González y Antonio Tello sobre el genio italiano, publicada en marzo de 2017 en El Heraldo de Puebla.
Miguel Ángel decía que a la piedra sólo había que quitarle lo superfluo para descubrir las figuras que el mármol escondía en sus entrañas.
Solitario y huraño, como todos los genios, en alguna ocasión escribió a sus padres:
No tengo amigos, no los necesito ni los quiero.
En otra ocasión se disgustó con el Papa Julio II, pues luego de encargarle la construcción de su mausoleo, el papa canceló la obra y se negaba a recibirlo, por lo que Miguel Ángel salió gritando:
Decid al papa que si quiere verme, él tendrá que buscarme…
Y se marchó de Roma a Florencia.
A los 25 años termina La Piedad, donde una joven madre sostiene resignada el cuerpo muerto de Jesús; a los 26 comienza a esculpir El David, cuya expresión en los ojos denota ira, determinación, pues se prepara para asestar un mortal golpe al bíblico Goliath.
Escultor, pintor, arquitecto, cuenta con 28 años cuando el papa Julio II le pide decorar la Capilla Sixtina, llamada así por haber encargado su restauración el papa Sixto IV.
Renuente a hacerlo, pues él se consideraba más escultor que pintor, pensó contratar ayudantes florentinos, pero finalmente es él quien luego de cuatro años de extraordinario esfuerzo físico e intelectual, la concluye en 1512.
Cuentan que se acostumbró tanto a tirarse de espaldas y pintar hacia arriba, que cuando recibía una carta tenía que echar la cabeza hacia atrás para poder leerla.
Era tal su destreza y memoria visual que Miguel Ángel podía dibujar el cuerpo humano desde cualquier posición y ángulo.
Todavía a los 62 años pinta El Juicio Final en la pared frontal de la Capilla. Debido a la polémica que desata la desnudez de los personajes, el papa Paulo IV (1476-1559) ordena cubrirles el sexo.
Pese al disgusto de su padre, quien quería que sus hijos tuvieran carreras productivas, Buonarroti inició el aprendizaje artístico a la edad de 13 años en el taller de Domenico Ghirlandaio, un pintor de temas religiosos. A Buonarroti tres años le fueron suficientes para aprenderle a su maestro todo lo que éste podía enseñarle, por lo que al igual que su contemporáneo Leonardo Da Vinci, además de estudiar la anatomía a través de la escultura y el arte, tuvo que diseccionar cadáveres para conocer los secretos del cuerpo humano.
Cuentan que se acostumbró tanto a tirarse de espaldas y pintar hacia arriba, que cuando recibía una carta, tenía que echar la cabeza hacia atrás para poder leerla
Durante la vejez, alguna vez dijo:
Llegado al final de esta vida mía, de la que hice al arte, ídolo y monarca, conozco bien cuánto en error vivía. ¡No más pintar, ni esculpir, ni condenarme…!
Finalmente, un 18 de febrero de 1564 muere y su cuerpo es llevado a su natal Florencia.
Miguel Ángel Grandes Maestros de la Pintura (Fragmentos)
Miguel Ángel nació en Caprese el 6 de marzo de 1475. Su padre era Ludovico di Leonardo di Buonarroti Simone, al servicio de los Médicis, y su madre, Francesca di Neri di Miniato de Sera. Poco después de su nacimiento, la familia se trasladó a Florencia. Francesca, que tuvo cinco hijos, de los cuales Miguel Ángel era el segundo, murió cuando él sólo tenía seis años. Quizás esa dolorosa pérdida inspiró en Miguel Ángel la voluntad de hallar y dar forma a la belleza de un modo que lo llevaría, no sin contradicciones y tormentos espirituales, a producir algunas de las obras más sublimes de la historia del arte. Cruzada por el río Arno y rodeada de murallas, la Florencia de finales del siglo XV era, bajo la égida de los Médicis, una ciudad de más de cuarenta mil habitantes, vibrante y culta como ninguna otra de Europa…
Mientras tanto, al igual que a Leonardo da Vinci, a Miguel Ángel no le bastaba con saber de la anatomía humana a través de las esculturas griegas; quería conocer hasta el último de sus secretos, y por ello pagó para que le proporcionaran cadáveres y diseccionó los cuerpos…
Pronto el nombre de Miguel Ángel fue pronunciado con respeto en Florencia, una ciudad cuyo carácter de república democrática que se regía con espíritu gremial permitía el contraste, la diversidad y la libertad de expresión de sus habitantes…
Por esas fechas, en la última década del siglo XV, se hizo más notoria e incendiaria la prédica de Girolamo Savonarola, un fraile dominico que odiaba a los Médicis y reclamaba una república teocrática, pues el vicio (una epidemia de sífilis se había extendido entre los florentinos) y el pecado amenazaban la libertad de Florencia… Para Savonarola »una Iglesia que devasta, que ampara a prostitutas, mozalbetes licenciosos y ladrones, y en cambio persigue a los buenos y perturba la vida cristiana no está impulsada por la religión sino por el diablo, al que no sólo se le puede sino que se le debe hacer frente».
El furibundo dominico arremetía así contra el absolutismo papal y contra sus poderosos aliados, los Médicis, en quienes veía la encarnación del mal.
Miguel Ángel dedicó la sección central de la bóveda al desarrollo de nueve historias del Génesis, divididas en grupos de tres historias. En el primer grupo figuran la Separación de la luz y las tinieblas, la Creación de los astros y las plantas y la Separación de las aguas
Bóveda de la Capilla Sixtina
La bóveda de la Capilla Sixtina se hallaba pintada de azul y tachonada de estrellas doradas, cuando, en 1508, el papa Julio II encargó a Miguel Ángel su decoración. Durante un año, el maestro estuvo realizando bocetos y preparando los cartones que se convertirían en una de las creaciones más impresionantes del arte occidental de todos los tiempos. Como si fuera presa del horror vacui, Miguel Ángel proyectó, al modo de las bóvedas de los antiguos monumentos romanos, pintar completamente el espacio de la bóveda atribuyendo una temática a cada una de sus principales secciones arquitectónicas, que a su vez enlazó con los plásticos medallones de sus célebres ignudi. (desnudos)
La ornamentación, que incluye cerca de 300 figuras, desarrolladas en más de mil metros cuadrados, se organiza en tres registros superpuestos: los lunetos, las enjutas y pechinas y la sección central. Concluida la pintura de la bóveda, Miguel Ángel acometió, entre 1537 y 1541, la decoración de la pared del fondo de la Capilla Sixtina, por encargo del papa Clemente VII, confirmado más tarde por Paulo III.
Aquí realizó el Juicio Universal, cuya »visión está profundamente impregnada de una sola luz y una sola lógica artística, la luz y la lógica de la fe que la Iglesia proclama…»
Miguel Ángel dedicó la sección central de la bóveda al desarrollo de nueve historias del Génesis, divididas en grupos de tres historias. En el primer grupo figuran la Separación de la luz y las tinieblas, la Creación de los astros y las plantas y la Separación de las aguas, todas presididas por la figura del Creador del Universo; en el segundo, figuran los episodios de la Creación de Adán y la Creación de Eva, y del Pecado original y la Expulsión del Paraíso, y en el tercero, el Sacrificio de Noé, el Diluvio Universal y La Embriaguez de Noé.
La pasión amorosa y la belleza
A consecuencia del Sacco di Roma (saqueo de Roma), los Médicis cayeron en Florencia y se restableció la república, a la cual se adhirió Miguel Ángel. Dos años más tarde, este gobierno nombró al maestro «gobernador general de la fortificación de Florencia». Ese mismo año y a causa de una traición, los Médicis recuperaron la ciudad y Miguel Ángel huyó a Venecia. Sin embargo, el Papa lo hizo llamar y lo tomó de nuevo bajo su protección.
Sin haber realizado nada más que el vestíbulo y el techo de la biblioteca de San Lorenzo, Miguel Ángel abandonó Florencia y se instaló definitivamente en Roma. En esta ciudad conoció a quien sería el gran amor de su vida, el joven y hermoso Tommaso dei Cavalieri.
«El cielo hizo bien impidiendo la plena comprensión de su belleza. Si a mi edad no me consumo aún del todo, sólo es porque mi encuentro con vos, señor, fue tan breve», le escribió a poco de conocerlo.
Todas las dudas que hasta entonces habían tensionado su arte aparecieron lacerando su alma y su cuerpo: «Vivo para el pecado, vivo muriendo; mi vida no es mía, es del pecado; el bien me viene del cielo y el mal de mí mismo, por este querer incierto que me ha abandonado.
La tensión creativa de un transgresor
En un intento de sacudir el alma de sus contemporáneos, optó por establecer su propio lenguaje visual, centrado en la construcción de la figura humana. Esta predilección por la anatomía ha situado su obra preferentemente en el terreno de la escultura, donde la tridimensionalidad exige dar volumen a los cuerpos, aproximándolos a su naturaleza real. Su obra pictórica, en la que la figura humana es igualmente protagonista, excluye el tratamiento del lugar donde se ubica…
Figuran los episodios de la Creación de Adán y la Creación de Eva, y del Pecado original y la Expulsión del Paraíso, y en el tercero, el Sacrificio de Noé, el Diluvio Universal y La Embriaguez de Noé
Miguel Ángel logró un modelo de ser humano fuerte, enérgico, vital y expresivo; dotado de sentimientos y pasiones, real e irreal a la vez, que se aleja tanto de la normativa clásica como de la visión naturalista. Es un modelo útil para reflejar las tensiones y los sentimientos del ser humano, racional y emotivo a un tiempo, de las cuales el autor también participa.
Transgredidas, las leyes de la forma dan cabida a las leyes del sentimiento. En su obra se funden, en la medida justa, dolor, pasión, ira, furia y rabia; pero también ternura y afecto…
Los seres celestiales no se elevan del suelo ocupando un lugar superior. Sus rostros no son rígidos ni sus gestos ordenadamente predispuestos. Se parecen a los hombres pero no son los hombres; se sitúan entre lo humano y lo divino.
Serafín Vázquez Lozada Foto Hilda Ríos