Siempre he tenido la firme convicción que el gran proyecto de un emprendedor es su familia, la gente a la que ama. Finalmente, el origen y el fin del proceso de emprendimiento es el ser humano.
Un reto ejemplar para iniciar el año es plantearnos el papel que queremos tengan nuestros hijos en la empresa.
Para empezar, es primordial señalar la diferencia de la ‘dirección’ a la ‘propiedad’ en la empresa, antes era común escuchar la frase ‘las empresas son de quienes las trabajan’, sin embargo, este conocido refrán genera confusión para la familia del emprendedor.
No es lo mismo dirigir la empresa a ser el dueño de la empresa, es más, se requieren habilidades muy específicas para cada uno de estos roles.
Es clave estar seguros si es que queremos o no que nuestros hijos tengan la ‘bendición’ o la ‘maldición’ de integrarse a la empresa familiar, sin importar sus talentos o sus sueños.
¿Nuestras empresas sólo pueden ser dirigidas por nuestros familiares? Por supuesto que no y sobre todo cuando ellos no cuentan con el perfil necesario para dicho puesto.
Si el futuro de nuestros hijos no es ser directivos de las empresas que hemos fundado, preparémoslos para ser buenos dueños, excelentes estrategas desde la trinchera del consejo de administración de las empresas.
No le arrebatemos al mundo grandes profesionistas como arquitectos, músicos, chefs, poetas, deportistas o escritores por insistir en que deben dedicarse al negocio familiar.
Demos la libertad y la confianza a nuestros hijos para que sigan sus propios sueños, formándolos con un poco de hambre, un poco de sed y un poco de sueño.
Siempre he pensado que a los hijos, cuando todo les das, todo les quitas. No seamos saboteadores de sus sueños, evitemos obligarlos a alcanzar nuestras metas frustradas.
Todo el talento, liderazgo, mentoría, experiencia y coaching que aplicamos en nuestras empresas, los debemos de aplicar en casa, en nuestro gran proyecto emprendedor: nuestra familia.
Logremos transformar nuestra empresa familiar en familia empresarial.