Leobardo Rodríguez Juárez
Los videojuegos, la salida fácil al más complejo de los laberintos.
A lo largo de la historia, en los discursos públicos, los niños han simbolizado lo mejor del ser humano: inocencia, curiosidad, pureza de espíritu, amor desinteresado. En el nuevo testamento, Mateo relata una de las vivencias más elocuentes en las que Jesús delimita el espacio que los niños ocupan en el ánimo de Dios:
<<En ese momento los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el reino de los cielos? Él llamó a un niño y lo puso en medio de ellos. Entonces dijo: Les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los cielos.>>
La realidad ha sido más cruda que los discursos. En los hechos, los niños y jóvenes han sido sometidos a contextos de violencia extrema por su vulnerabilidad. En los tiempos de guerra, los más jóvenes son los que se enlistan; en los últimos años se ha documentado más de 100 mil casos de pederastia clerical a lo largo y ancho del planeta.
En la normalidad de las cosas, todo tipo de violencia horroriza, pero cuando se trata de ataques en contra niñas y niños, resulta ser una prueba para el nivel de tolerancia del ser humano. De acuerdo con cifras de la UNICEF: 300 millones de niños de 2 a 4 años en todo el mundo (3 de cada 4) son habitualmente víctimas de algún tipo de disciplina violenta por parte de sus padres o cuidadores; 300 millones de niños de 2 a 4 años (3 de cada 4) son habitualmente víctimas de algún tipo de disciplina violenta por parte de sus padres o cuidadores; cerca de 130 millones de estudiantes de entre 13 y 15 años (poco más de 1 de cada 3) experimentan casos de acoso escolar. Pero si la violencia perpetrada contra menores nos conmociona, la violencia ejecutada por niños es aun más abrumadora.
La sociedad ha obviado los efectos más peligrosos de la globalización tecnológica, no hablo de mejores o peores, no hay un juicio de valor entre benéficos o perjudiciales, sólo me refiero a aquellos que, al no ser observados con precaución, resultan peligrosos para las niñas y niños que absorben e imitan todo: tráfico infinito de datos e imágenes, conexión en tiempo real con cualquier persona en el mundo, el poder del anonimato en las redes sociales, acceso sin limites, on demand , de series violentas y narcoseries.
A los niños se les ha dejado de tratar como niños, parece que la sociedad tiene urgencia por catalizar los procesos de maduración, adultos pequeños recorren las calles replicando diversas culturas que no entienden pero que en casa se consumen cotidianamente. Todo esto, sumado a la creciente desintegración familiar que agudiza la ausencia de comunicación entre padres e hijos, se ha convertido en un caldo de cultivo en el que se desarrollan riesgos que pueden desbordarse en tragedias como la experimentada en una escuela primaria en Torreón en la que un niño de 11 años asesinó a tiros a su maestra, hirió a seis menores más y culminó la balacera, matándose.
Desde el día de los trágicos acontecimientos surgieron diversas preguntas ¿Cómo un niño de 11 años consiguió dos pistolas? La respuesta surgió días después: eran del abuelo, amante de las armas.
Las preguntas que le siguieron y que tienen poca claridad en las respuestas son: ¿Cuántas veces tuvo que ver al abuelo convivir con sus armas para entender su funcionamiento? ¿Cuántas veces tuvo que pensar que una bala podría ser de utilidad para resolver algunas cosas? ¿Era víctima de acoso escolar? ¿había síntomas del riesgo? ¿Cuál era su consumo de música, libros, televisión? Todo seguirá siendo un enigma por resolver porque la investigación ha arrojado que presentaba buenas calificaciones, no era un niño problema y que ese día sólo se limitó a decir: <<hoy es el día>>
La primera respuesta de las autoridades se centró en culpar al juego Natural Selection; el paso de las horas mostró que en realidad la influencia se ubicó en la masacre que conmocionó al mundo el 20 de abril de 1999, la matanza de Columbine en la que dos adolescentes con graves problemas de acoso escolar arremetieron contra sus compañeros de escuela y mataron a 12 de ellos e hirieron a 20 más, para después suicidarse. Para los millenials, Columbine fue el primer tiroteo en masa en una escuela.
La reacción más simple, y más incorrecta también, es reducir el problema a un solo factor, no se puede afirmar falazmente que los videojuegos, la desintegración familiar o el acoso escolar por sí mismos pueden detonar este tipo de eventos, así como tampoco se les puede exculpar automáticamente. Se requiere la formulación de una política pública de fondo que atienda las posibilidades más remotas en la mente y emociones de las niñas y niños; se requiere una estrategia integral, mucho más allá de la visión reduccionista de la operación mochila o la aplicación de test vocacionales. La violencia no es producto de los videojuegos, la violencia es el resultado de haber dejado de explorar, atender y abrazar lo más importante, el corazón de los niños.