Miguel Ángel Martínez Barradas
La dificultad para determinar cuál fue la ideología imperante en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX estriba en que se nos presenta como un compendio de experiencias. Por un lado tenemos a los grupos positivistas, creyentes de la infalibilidad del método científico, para ellos, el ser humano no es más que un conjunto de procesos orgánicos cuyo origen es azaroso, no sólo Dios no existe, sino que, además, la vida se resume a una lucha en la que triunfa el más fuerte. Por otro lado está el bando de los intelectuales que no sólo aceptan la pertinencia de la ciencia en la vida diaria, sino que, además, se inclinan a reconocer la existencia de Dios, pero ya no desde las religiones canónicas como el catolicismo, sino desde perspectivas más heterodoxas, entre este grupo de visionarios se encuentra la Sociedad Teosófica, cuyo principal interés está en aquello que los occidentales conocemos como Ocultismo.
Helena Blavatsky, nacida en Rusia, fue la fundadora de la Sociedad Teosófica, cuyo lema es: «No hay religión más elevada que la verdad». Desde la adolescencia, y por influjo de su abuelo que fue masón, ella se introdujo en los estudios esotéricos. Su inteligencia elevada le permitieron asimilar pronto las principales corrientes ocultistas de su tiempo con las que estuvo en desacuerdo casi en el acto al considerar que éstas se encontraban pervertidas y alejadas del conocimiento original. Su desacuerdo con la mirada cabalista y alquímica la hizo mirar hacia otros horizontes encontrando en la India el germen dela Filosofía Oculta Antigua; fue así como inició la Teosofía, es decir, la Sabiduría Divina.
De Blavatsky conservamos hoy innumerables enseñanzas, estando la mayoría de ellas recopiladas en su famosa “Doctrina Secreta”, obra densa y compleja que decepciona rápidamente a los curiosos que, sin experiencia en las filosofías esotéricas, se acercan a la Teosofía. Consciente de las limitaciones intelectuales de los aprendices de ocultismo, y aún de los ya autoproclamados ocultistas, Blavatsky publicó en 1888 en los diarios londinenses una serie de textos breves y didácticos bajo el título de “Ocultismo Práctico”, y cuya finalidad era enfatizar las diferencias entre la Teosofía y la hechicería, práctica que para ella no sólo resultaba estéril, sino, además engañosa, pues estaba sustentada en la superstición.
El mencionado texto de Blavatsky resulta interesante en su brevedad no sólo por las definiciones que nos da acerca de Dios y del alma, sino porque, independientemente de si uno tiene inclinación hacia el Ocultismo, nos ofrece siete prácticas para la vida cotidiana que si todos quienes leen ahora estas líneas practicaran, verían enormemente beneficiadas sus vidas tanto en la dimensión física como en la espiritual.
Pero antes de atender a dichas recomendaciones para la vida cotidiana resulta pertinente decir que la Teosofía, el Ocultismo de Blavatsky, más que ser una doctrina encaminada al encumbramiento de la maldad humana, es una filosofía centrada en el perfeccionamiento individual con miras a las prácticas altruistas, pues el servicio a Dios y a nuestros semejantes es su motor. Para ser teósofo, dice Blavatsky: «hay que amar la Verdad, la Bondad y la Sabiduría. El Ocultismo no es magia, sino estudio de la Sabiduría Divina a través de la renuncia de las vanidades, y si el teósofo habrá de matar algo, será sólo al egoísmo que podría hallar en su corazón. En Occidente se nos inculca desde la infancia el liderazgo y la rivalidad, sin embargo, esto no sólo nos divide, sino que aún nos destruye. El teósofo vive para lareconciliación».
Mientras que las banalidades en las que nos deleitamos pertenecen al mundo, la vida del ocultista está centrada en la vida espiritual, y para alcanzarla Blavatsky nos propone siete lecciones de las que por ahora atenderemos sólo a la primera, y que dice, en resumen, así: «Levántate temprano y no te quedes perezosamente en la cama, sino que mejor ora por la humanidad. Pide fuerza para no ceder al halago de los sentidos. Imagina a tu maestro ideal y ruega por el perdón de tus errores. Reflexiona los defectos de tu carácter, descubre tus vicios y determínate a no ceder a ellos. Mientras te bañes, lávate de las impurezas morales. En tu relación con los demás observa lo siguiente nunca hagas nada que no sea tu deber. Nunca hables palabras ociosas. Que no ocupen tu mente inútiles pensamientos. Ocupa tu mente en el examen de tus faltas. Durante la comida aprovecha los alimentos; come y bebe sólo cuando tengas necesidad de ello. Advierte que no eres tu cuerpo ni tus sentidos, por lo que no pueden afectarte los dolores ni los placeres. Lee poco, pero reflexiona mucho. Acostúmbrate a la soledad. Sólo tú puedes ayudarte. Antes de dormir ora como en la mañana. Medita en tus errores del día y decide evitarlos al día siguiente».
La finalidad de esta primera lección, así como de la Teosofía en general es luchar en contra del egoísmo mediante el reconocimiento del altruismo desinteresado. Blavatsky aseguraba que nuestros actos debían de justificarse en el acto mismo y no en la espera de una recompensa, pues si lo que nos movía era el interés de la ganancia entonces nuestra entrega no era genuina. Para la ocultista rusa la vida se nos iba en ilusiones debido a nuestra incapacidad de ver la esencia del milagro constante en que nos hallamos. El filósofo romano Séneca decía que la verdadera riqueza reside en no desear más de lo que se tiene, y Blavatsky agregaba que quien se halla contento en donde está no tiene que esperar por el cielo, pues ya se encuentra en él. Reconocer la riqueza que desde el nacimiento se nos otorga no sólo es fundamental para evitar la angustia y la ansiedad cotidianas, sino para lograr en vida lo que tantos ocultistas decimonónicos pretendieron: mirar de frente el paraíso que se esconde en la naturaleza oculta.