Blanca Alcalá
Los informes de gobierno son un ejercicio que, por mandato de ley, las autoridades deben realizar anualmente. Mandato que implica rendir cuentas sobre el estado que guarda la administración, las políticas públicas emprendidas, el balance de ingresos obtenidos, los egresos realizados y, en el caso del Gobierno federal, la conducción en materia de política exterior.
El cumplimiento al artículo 69 de la Constitución no es negociable. Con el tiempo ha variado el formato. Han pasado casi treinta años desde aquellas ostentosas ceremonias en las que se rendía el informe en una sesión del Congreso General, a la simple entrega por escrito del documento que se inauguró con la llegada de la alternancia, y que puso fin a la llamada fiesta del presidente.
El contacto del Ejecutivo Federal con el Poder Legislativo se ha reducido prácticamente a ser invitado de palo o edecán en la ceremonia de entrega de la medalla Belisario Domínguez en el Senado de la República. El cambio de formato trajo consigo la práctica de realizar un evento para trasmitir el balance desde algún espacio alterno, generalmente el Palacio Nacional. Cada gobernante, apegándose a su más fiel estilo personal de gobernar, diría Cossío Villegas, ha impreso su propio sello. Hemos visto ceremonias con intervenciones colmadas de cifras, referencias de encuentros celebrados, videos elaborados y anuncios de las siguientes acciones que cada mandatario se proponía realizar. Al final, era un alto en el camino para hablar de los doce meses transcurridos, pero, sobre todo, de los tiempos por venir.
El de hace un par de días fue breve, brevísimo. Algunos lo califican de otra mañanera, no solo por el manejo de “otros datos”, que a estas alturas ya no son novedad. Entre ellos los que se refieren al combate a la corrupción. Todos aplaudimos la voluntad de erradicarla; sin embargo, los métodos y el manejo político que se hace de ello, definitivamente, no lo compartimos. Como tampoco compartimos las respuestas que se han dado en materia de salud pública, particularmente ante la pandemia, ni el abordaje de la crisis económica, de seguridad, etc. Existen también muchos otros temas, en los cuales, cuatro de cada seis mexicanos no coincidimos con las decisiones del presidente.
Preocupa la mirada limitada, el análisis reduccionista que se hace de los problemas que enfrenta México, y las soluciones simplistas que López Obrador efectúa de cara a las otras realidades que viven México y los mexicanos. Me ocuparé tan solo de una de ellas: los mexicanos migrantes, citados y reconocidos, pero desafortunadamente ignorados en las políticas públicas del actual gobierno. El envío de remesas sigue marcando una tendencia positiva y rompiendo cifras históricas cada año. Se estima que, al cierre de 2020, ascenderán a 40 mil millones de dólares. Los recursos enviados por nuestros paisanos no solo han crecido, con ellos se ratifica la solidaridad que caracteriza a los mexicanos aún en los momentos más difíciles. No obstante, el “¡Gracias!” no alcanza para reconocer el tamaño de su esfuerzo, y menos para justificar la omisión del Estado mexicano frente a la complejidad de los problemas que miles, quizá millones de ellos, están viviendo allá, y muchas de sus familias acá.
Desde abril del año en curso, más de treinta organizaciones de migrantes en Estados Unidos dirigieron un manifiesto al presidente, a titulares de las entidades federativas, legisladores e incluso dirigentes de los partidos políticos. Exponían la delicada situación que muchos de ellos estaban enfrentando. El 97% de nuestros migrantes residen en la Unión Americana y, precisamente, Estados Unidos es el país con más contagios y decesos en el mundo. Se estima que alrededor de 6 millones de personas han sido afectadas por la pandemia del COVID-19, y más de 185 mil han fallecido. De ellos, se estima que la población hispana representa 24%; y de esta cifra, 64% son de origen mexicano. A pesar del subregistro que existe, la Cancillería ya ha reportado mas de 2 mil casos de mexicanos fallecidos. Tan sólo en Nueva York ocurrieron 764, muchos de ellos de poblanos; seguido en número por el estado de California con 420 casos; 172 en Illinois; 142 en Arizona, y 94 más en Texas.
Algunos de los migrantes en condición regular han recibido beneficios del seguro de desempleo o los apoyos temporales de los gobiernos locales de Estados Unidos. A pesar de ello, se estima que la pérdida de ingresos por reducción de jornadas o cierre de establecimientos impactará gravemente a los hogares latinos. Según estudios del Pew Research Center, al mes de julio se calcula que, en diferentes ciudades de Estados Unidos, al menos tres millones de familias hispanas se han visto afectadas por el impacto económico y de salud del COVID -19.
Por otro lado la preocupación mayor –han externado los connacionales– estriba en los 5 millones de mexicanos que, se calcula, están en condición irregular. Ellos no son sujetos de beneficio alguno; carecen de acceso a cualquier sistema de apoyo económico o atención médica, allá y acá. Así me lo comentó la familia de Adrián, un joven originario de Zongozotla, quien perdió la vida hace tres semanas. Los trámites que deben hacer para la repatriación de las cenizas de su hijo les han resultado difíciles, onerosos y lentos.
En esa situación de abandono se encuentran también numerosos migrantes en los centros de detención en ambos lados de la frontera. Las detenciones y deportaciones se han vuelto a incrementar hasta en 137%, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos; pasando de 16,162 detenidos a 38,347 para julio pasado. México ha ignorado esta y otras situaciones; canceló las partidas de programas como el Fondo de Apoyo a Migrantes, de Fronteras, el Programa 3×1. Las acciones del Programa Paisano se han desvanecido. El presidente rechazó reunirse con la comunidad mexicana migrante durante su visita a EE. UU. Los presupuestos en los consulados también se han reducido, y no existe un solo programa para migrantes en retorno, menos para sus familias en sus comunidades de origen.
En resumen, los migrantes ayudan a México. La pregunta es: ¿Quién y cuándo ayudará a los migrantes?

Blanca Alcalá
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