Blanca Alcalá Ruiz
Joe Biden juramentó ayer como el presidente número 46 del país más poderoso del mundo en una ceremonia inédita donde las multitudes tradicionales fueron sustituidas por más de 200 mil banderas. Una ceremonia también inédita por la ausencia del presidente saliente quien, tras cuestionar el resultado de la elección y resistirse a aceptar su derrota, azuzó a sus seguidores prácticamente a la insurrección. E inédita por suceder en medio de una pandemia que ha paralizado prácticamente al mundo entero los últimos diez meses.
Con un discurso que enfatizó un nuevo comienzo para la nación estadounidense, y pese a la preocupación por los latentes actos de violencia, la transición se realizó de forma pacífica. La ceremonia que, en otras circunstancias hubiera sido solo una efemérides del calendario local, abrió una nueva era de esperanza, a pesar de las crisis emergentes, para los Estados Unidos –y para el mundo– por las decisiones y el abordaje que se harán de los desafíos vigentes, en un entorno de globalización e interdependencia.
Inicia una era de esperanza y también de retos para enfrentar al menos 4 grandes crisis. La primera es la crisis sanitaria: Estados Unidos es el país con más contagios y muertes en el planeta. Biden, convencido de la gravedad de la emergencia, se comprometió en campaña a hacer de su atención, una prioridad nacional. Se dice, incluso, que durante los primeros 100 días se propone vacunar a 100 millones de norteamericanos, así como detener los contagios y decesos que se estima pueden llegar a 500 mil personas muertas para marzo próximo.
La segunda crisis es la económica. Biden-Harris deberán enfrentarla en un país que, como todos, se vio obligado a paralizar diversos sectores productivos, en especial el manufacturero y el de servicios. Lo cual afectó a clases medias y trabajadores de menores ingresos; muchos de ellos migrantes latinos y mexicanos que radican ahí de forma irregular. Por otro lado, habrá que ver qué decisiones tomarán frente a las nuevas dinámicas comerciales: la expansión de China, la contracción de Europa, el desplome de varias de las economías de la región de América Latina, la velocidad con la que ocurren los cambios tecnológicos y la innovación.
En tercer lugar tendrán que enfrentar la crisis racial y social que persiste en Estados Unidos, y que se agravó sustancialmente durante la administración Trump; un periodo en el cual el discurso del odio y el menosprecio por el color de la piel ha enfrentado a diversos sectores, y amenaza con que se repitan episodios como los ocurridos a raíz de la muerte de George Floyd. Todo esto en una sociedad polarizada donde existen grupos extremistas que pregonan la supremacía blanca en pleno siglo XXI, y comunidades afroamericanas que se han visto, y se sienten, históricamente excluidas. Por otro lado, resulta importante también la presencia de más de 11 millones de migrantes que anhelan el cumplimiento de la gran promesa de una reforma migratoria que les permita acceder a mejores oportunidades de vida y, sobre todo, a condiciones de legalidad en un país que por décadas han hecho suyo. Un país en el que trabajan, pagan impuestos, o son estudiantes de sus universidades, pero en el que siguen radicando de forma irregular.
Por último, será interesante observar cómo enfrentará el nuevo gobierno la cuarta crisis, la ambiental, que en los últimos años ha causado graves estragos en amplias extensiones del territorio norteamericano: incendios de California o inundaciones en la costa este de la Unión Americana. Mas allá del regreso de Estados Unidos al Pacto de París, será fundamental conocer los nuevos planteamientos y compromisos que, desde los primeros días, asuma la nueva administración Biden-Harris.
Las acciones emprendidas desde el primer día por el presidente Biden van en esta dirección. En un ejercicio histórico, Biden firmó quince acciones ejecutivas entre las que destacan seis relativas al tema migratorio. Biden revocó la declaración de emergencia que ayudó a financiar la construcción de un muro fronterizo con México, y revirtió una orden de Trump que impide que los migrantes que se encuentran en el país ilegalmente sean contabilizados cuando los distritos electorales del Congreso sean redefinidos.
Por otra parte, firmó un memorándum ordenando al Departamento de Seguridad Nacional y al fiscal general que restituyan el programa DACA que protege a 650 mil soñadores que llegaron al país cuando eran niños.
Envió, entre estas acciones de impacto inmediato, una propuesta de ley migratoria que establece una hoja de ruta de ocho años hacia la ciudadanía para millones de inmigrantes que viven en el país del norte. De igual manera, se prevé que el tiempo de espera para la legalización sea más corto –tres años– para algunos de los aproximadamente 645 mil beneficiarios del programa DACA y más de 400 mil inmigrantes que viven en los Estados Unidos con Estatus de Protección Temporal (TPS). También se aceleraría dicho término para algunos trabajadores agrícolas.
Estas y otras importantes acciones impactarán al mundo y habremos de observar reacciones y consecuencias. Dos medidas hacen que nazcan esperanzas para una verdadera política de inclusión migratoria: el levantamiento del veto a la entrada de musulmanes, y el regreso del español, un idioma hablado por más de 50 millones de personas en Estados Unidos, a las redes sociales de la Casa Blanca.
Para nuestro país, el fin de la construcción del muro que decretó Biden al terminar con la citada declaración de emergencia nacional que fue la base para desviar fondos federales para construirlo, es un gesto promisorio. Sin embargo, el inicio de la nueva administración representa, en otros rubros, una incógnita, un gran desafío. Compartimos una frontera común de más de 3 mil kilómetros; somos uno de sus principales socios comerciales; tenemos, contra todo pronóstico, un nuevo acuerdo comercial; y existe una amplia diáspora de mexicanos, de la cual el 97 por ciento radica en su territorio. A pesar de ello, existe la posibilidad de que México no forme parte de las prioridades del nuevo gobierno de Estados Unidos y presenciemos, en los siguientes años, visiones distintas del ejercicio público, de cómo entender la gobernanza internacional, y la cooperación en temas de seguridad, comercio, etc. Asignaturas que, por cierto, son importantes para Estados Unidos, pero que, para México, deberían considerarse estratégicas.