Roberto Quintero
En esta columna que trata sobre emprendimiento, tendremos regularmente a un invitado, quien nos compartirá su testimonio y consejos, en esta ocasión recibimos con gran gusto la pluma de Alberto de la Fuente y de la Concha:
«Aventarte o no aventarte? He ahí la cuestión»
Hace unos días tuve el gran privilegio de que fuera a comer a mi casa un gran pintor cubano que se llama Carlos Luna.
Yo sabía de él, antes de que se volviera una cotizada celebridad y se fuera a vivir a Miami, radicó muchos años en Puebla. Pero no lo conocía personalmente ni era mi amigo. El encuentro se pudo dar debido a que yo recientemente había adquirido una obra de él en una subasta (me gusta pensar que soy un cazador de oportunidades), pero al recibir la pintura esta no venía con certificado. Hoy en día el no contar con este documento es un verdadero problema, muchas veces el mugroso papelito vale más que la propia obra de arte.
Decidido entonces a regularizar mi obra, me avoqué a contactarlo. No fue tarea fácil. De pronto recordé que la hermana de un buen amigo mío de la primaria se había casado con él. Bendito networking. Así que mi cuate me puso luego luego en contacto con su cuñado, saltándose así todas las trabas burocráticas que como un simple mortal me hubiera topado.
Eso sí, mi amigo me advirtió – Te doy su número con gusto, solamente no le vayas a vender nada…-. Y es que creo con el tiempo me hecho cierta fama de intenso comerciante. Le jure que no. Nos marcamos un jueves por la tarde, creo el clic fue inmediato. A pesar de que Carlos ya es un Rock Star en el mundo del arte, sigue teniendo los pies bien puestos sobre la tierra. Cualidad muy rara cuando sus obras están colgadas en las mejores colecciones privadas del mundo. Su sencillez y su carisma me impactaron. Y creo a él le llamó la atención de mí, lo bien enterado que estaba sobre el fascinante universo del arte y de su comercialización. Y es que desde hace mucho mi pasión que son el arte y las antigüedades, también la he convertido en negocio. Un hobbie que no me absorbe el día completo, pero que me resulta divertido y además redituable.
Descubrimos en esa primera llamada que también compartíamos varios amigos en común, de cuando el radico en la ciudad de Puebla. Después de más de 1 hora de conversación finalmente colgamos el teléfono. Quedamos que cuando viniera de visita a Puebla, él me buscaría. Y así lo hizo. Aunque en teoría solo venía a ver la pieza de arte, que fue el pretexto para conocernos, terminó comiendo en mi casa. Debo de confesar que después de muchos meses de confinamiento fue una de las mejores reuniones en mucho tiempo. Siempre es refrescante y enriquecedor compartir el vino y el pan con un personaje así. Carlos me explicó la fascinante historia de tras de mi nueva adquisición titulada ¨Un monstruo llamado Miguel¨.
Una vez terminado el relato, la obra tuvo otro valor para mí. La había comprado como una oportunidad para especular y revender, ahora estaba decidido a no soltarla jamás. Durante la comida, tuvimos oportunidad de hablar mucho sobre los orígenes de su carrera. Él se abrió sin tapujos, como si fuéramos un par de viejos amigos de toda la vida, gesto que en verdad agradezco. Le pregunté cómo es que se había inclinado por esa carrera. Me comentó que él desde pequeño comenzó a pintar, que fue algo que lo apasionaba y que, aunque tenía otros skills como las matemáticas, las ciencias y los deportes, desde muy pequeño supo a que se iba a dedicar. El problema radicaba en que había nacido en un país, donde el Estado es quien dicta a que te vas a dedicar. Su decisión de ser pintor, tampoco agradó a su familia. Pero a él, no le importó y siguió adelante con sus sueños. Me comentó que, aunque desde niño jugaba con los pinceles, él no es autodidacta, es alguien que se preparó mucho para ser quien es.
Teniendo todo en su contra, no se rindió, aunque hubiera que hacer sacrificios. Tuvo entonces una oportunidad de viajar a México y la tomó. Jamás regresó a su Isla. De no haberlo hecho, quién sabe que hubiera sido de su prometedora trayectoria. Pero conociendo su espíritu emprendedor sospecho seguramente hubiera huido de Cuba en una balsa hacia Miami jugándose su vida por alcanzar su mayor anhelo: crear a través de la pintura. Afortunadamente para la humanidad, hay gente así, que desafía el destino, que no se cree esos cuentos baratos de que esté ya todo está escrito.
Porque uno es responsable de crear su propio camino, de estar consciente de que las oportunidades no llegan por sí solas y que hay que buscarlas. Inquieto como es, en México se movió rápido y en poco tiempo ya se codeaba con grandes maestros contemporáneos como Jose Luis Cuevas y Juan Soriano entre otros. Y créanme que no cualquiera se logra infiltrar a esos círculos tan cerrados de pomposos intelectuales. Pero el talento y la simpatía de Carlos son su más grande llave y creo que no hay puerta que no pueda abrir con ella. Hoy ya lleva más de 20 años radicando en Estados Unidos, este país le obsequió la nacionalidad. No es algo sencillo, debes ser alguien verdaderamente sobresaliente en algún campo. Carlos, aunque no desaprovecho la oportunidad, creo tiene su corazón dividido entre EUA, Cuba y México. No niega ni negará nunca que él se debe a estos 3 países, pero su sangre caribeña que corre por sus venas creo que es lo que mejor lo define.
Carlos huele a mar y proyecta vida.
De las conclusiones más importantes que me llevé en mi encuentro con él, fue no dejar que nadie te mate tus sueños. Ni tampoco las circunstancias aparentemente adversas, que, vistas desde otra perspectiva pueden ser los catalizadores para romper el molde. No hay prueba más poderosa para saber quién eres que la adversidad.
Creo que el gran problema de los emprendedores hoy en día es que estamos rodeados de ¨mata sueños¨, de personas que nos inhiben constantemente en que nos convirtamos en esa persona la que estábamos destinada a ser. Esos ¨mata sueños¨, muchas veces son tus padres, tus maestros y tú mismo círculo social.
Están obstinados y obsesionados en matar tu chispa y jamás dejar que se enciende nuestro fuego interior. Muchas veces ni siquiera lo hacen conscientes o adrede, sino por protegernos de este mundo despiadado y cruel. – No sueñes, mejor ponte a chambear- Por otro lado, también tenemos miedo al fracaso, al «que dirán», de romper con lo convencional y de salir de nuestra zona de confort. Carlos, no empezó vendiendo sus cuadros en miles de dólares.
Por eso actualmente hay un sinfín de contadores, de abogados, de actuarios y de administradores de empresa, pero pocos astronautas, cineastas, mimos, caricaturistas, escritores, arqueólogos, compositores, curadores, mixólogos y cortadores de jamón ibérico. Al groso de la población les da miedo volar, tal vez porque en el fondo recuerdan la historia de Ícaro, el hombre alado que por pasar muy cerca del sol, derritieron sus alas y cayó al precipicio.
Pero si algo me dejó mi encuentro con Carlos, es enfocarnos en dejar salir del closet ese talento que nos hemos obstinado en ocultarle al mundo. Y qué mundo tan perfecto en verdad sería este, si todos nos dedicaramos a lo que en verdad somos buenos y que además nos gusta.
Hace unos años yo me lamentaba por no haber sido fiel a lo que de niño soñaba ser y haberme inclinado por una carrera del montón. Hoy ya no me etiqueto por lo que dice mi título universitario, sé que es una herramienta más, pero tampoco define quien soy yo y hacia dónde voy.
Gracias a la pandemia y a otro evento muy desafortunado que tuve que vivir, y que hoy se ha vuelto mi gran maestro, he descubierto que aún tengo mucho tiempo para cambiar el rumbo de mi vida y que las posibilidades son infinitas. Por lo pronto, hace poco terminé de escribir mi primer libro, uno de los grandes anhelos desde que tuve mi primera máquina de escribir. Y como eso tengo una extensa bucket list de proyectos que cumplir.
Gracias por esa plática tan rica Carlos, solo reafirmaste lo que ya intuía: No reprimas tus sueños ni tus talentos o te puedes arrepentir el resto de tu vida, aún es tiempo para darle un giro inesperado a tu vida. ¡Aviéntate!