Miguel Martínez Barradas
En esta sociedad de la información en la que prácticamente todo tema formativo y educacional está al alcance de cualquier individuo con acceso al mundo digital, irónicamente las posibilidades de saber, de conocer, de aprender se han reducido preocupantemente, y es que si bien existe una variedad de fuentes informativas, es esta misma numerosidad la que dificulta su veracidad. La falsa información científica que circula en internet es un ejemplo, sin embargo, no sólo es posible mentir o distorsionar el discurso científico, o el político por sumar otro ejemplo común, sino también otro más intangible, más íntimo: el espiritual.
“Terapeutas”, “chamanes”, “maestros”, “sacerdotes”, “guías” y un largo etcétera son los títulos que una gran cantidad de personas se adjudican a sí mismas, asegurando que ellas han vislumbrado el resplandor de la Verdad, que han podido establecer contacto con “entidades superiores”, “extraterrestres”, “divinas”, con las regiones más profundas de la psique humana, pero lo cierto es que casi la totalidad de estos “nuevos mesías” no son más que charlatanes y que sus fuentes de “aprendizaje” espiritual, psicológico o milenario se reduce a unos cuantos videos hallados en internet junto con documentos descargados en sitios virtuales de dudosa procedencia.
Sin embargo, y a pesar de que el número de estos “elegidos” está en aumento, como también el de nuevas “religiones”, “escuelas mistéricas”, “sabidurías orientales” o conocimientos de “emanados de nuestras raíces”, cada vez un número mayor de personas se inclina por adoptar como verdaderas las enseñanzas de estos “maestros” o de alguna nueva “religión” o “escuela espiritual”. ¿Por qué, entonces, si la veracidad de los antes mencionados está en duda, cada vez son más las personas que entregan sus vidas a las manos de los irresponsables? La respuesta es predecible, pero no esclarece mucho el panorama: lo hacen porque buscan un consuelo.
De ninguna manera se pone en entredicho la necesidad de practicar una vida espiritual, lo que se cuestiona es la ceguera de quienes creen todo lo que ven, y aún lo que no ven, así como el abuso de quienes viven de estos desvalidos. Este problema no es nuevo, desde siempre los embaucadores espirituales han existido, sin embargo, es necesario volver a advertir que mientras se continúe viviendo en un estado de credulidad espiritual, la desdicha interior no cesará en sus esfuerzos por hundir a todo lo que esté vivo.
Fue el filósofo italiano Julius Evola quien en el siglo pasado dedicó varios libros para tratar este tema. Evola es un filósofo polémico, pues a la vez que creía en la ciencia, dudaba de ella, y al mismo tiempo que cuestionaba las nuevas escuelas espirituales, participaba en rituales mágicos convocados por miembros del ejército nazi, sin embargo, no está de más considerar algunas de las ideas que manifestó en su libro “Rostro y máscara del espiritismo”; leamos:
«El espiritualismo actual no es más que un impulso general hacia la evasión. Las personas buscan evadirse del mundo, librarse de las formas asfixiantes del Occidente moderno. La misma religión ha dejado de ser algo viviente al apresurar la muerte de Dios. Hay una necesidad de lo sobrenatural, de aquí el impulso de muchos por encontrar un escape en el neoespiritualismo, el cual no es más que un conjunto de obsesiones, de paranoias y extravagancias. Quienes practican este espiritualismo carecen de una personalidad definida y por eso acogen imprudentemente ideas, tendencias y doctrinas. Estas personas creen que cualquier cosa que trasciende del mundo que les rodea constituye algo extraordinario Éste es el punto fundamental: ver con toda claridad aquellas situaciones en las que, a pesar de cualquier apariencia y máscara, el neoespiritualismo puede tener efectivamente un carácter regresivo, y lo «espiritual» no ser algo «sobrenatural», sin más bien algo «infranatural»».
El discurso de Evola continúa en el mismo sentido, centrándose particularmente en el desarrollo de la consciencia, el cual, de acuerdo a sus palabras, puede tomar dos direcciones: uno ascendente y liberador, o uno descendente y esclavizador. La mayoría de quienes hoy se entregan a un espiritualismo sin rigor, están casi predestinados al camino de la consciencia que desciende. ¿Y por qué? Porque el camino de la espiritualidad es de renuncia al mundo y a sus efímeros placeres, y casi nadie está dispuesto a renunciar a esto. La sociedad en la que vivimos, por un lado sufre debido a las dinámicas sociales, económicas e ideológicas en que está inmersa, y es este sufrimiento el que la lleva a buscar nuevas puertas hacia la tranquilidad, sin embargo, cuando la sociedad abre estas puertas y descubre que implican un salto al vacío, pocos individuos están dispuestos a arrojarse a lo desconocido y dejar atrás los placeres carcelarios que tanto gozan. Este falso salto de fe es la evasión de la que Evola nos habla.
Nuestra sociedad es peligrosamente materialista, todo tiene un precio, todo se torna fácilmente en moda, incluso la espiritualidad, de la que hoy desconocemos su rostro, pues únicamente vemos sus infinitas máscaras. Los individuos, temerosos de la vida, buscan su salvación en lo sobrenatural, lo divino, pero lo cierto es que lo desconocen y contentan con lo infranatural, lo vano, lo finito. La consciencia, el conocimiento de sí, la paz interior, la dicha, no está en los modernos charlatanes que se visten a la manera oriental, tampoco en las sociedades secretas ni discretas que portan medallas esplendorosas, mucho menos en las millonarias religiones enriquecidas de la esperanza de los pobres, no, la consciencia, el conocimiento pleno de uno mismo, debe de buscarse fuera de estas formas perecederas. ¿Buscamos despojar a la espiritualidad de sus mil máscaras y hallar su rostro verdadero? Detengamos nuestro paso entonces, abramos la puerta desconocida y saltemos dejando atrás los espejismos levantados por los “maestros” de una espiritualidad desenfrenada.