Por: María Arteaga
I.
A 16 meses de que oficialmente el COVID-19 se declarase una pandemia y en medio de una ola de vacunación “global”, recientemente han surgido voces de mujeres alrededor del mundo en las redes sociales compartiendo experiencias de cambios o alteraciones en sus ciclos menstruales. Todo comenzó cuando Kate Clancy, doctora en antropología médica, compartió en Twitter[1] su experiencia de un período inusualmente intenso después de recibir su primera dosis de la vacuna Moderna. El tweet recibió docenas de respuestas con relatos similares y rápidamente se volvió viral. Si bien hasta ahora no existe un estudio formal al respecto, algunos medios (BBC, The Times, Business Insider) han publicado artículos que relacionan las vacunas COVID-19 con cambios en los ciclos menstruales de las personas vacunadas.
Según informa el medio británico The Times[2], en el Reino Unido, la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios recibió casi 4.000 informes de cambios en los períodos de las personas después de una vacuna COVID-19 antes del 17 de mayo de 2021. Hasta ahora, no está claro cuáles podrían ser los mecanismos biológicos detrás de estos cambios en la menstruación y quién podría correr más riesgo de experimentarlos y lo que es más importante, aún queda un largo camino para averiguar si existe algún factor asociado con la probabilidad de pasar por un cambio en el ciclo menstrual después de recibir una vacuna COVID-19. Sin embargo, lo que sí queda muy claro es la frecuencia con la que se ignora la salud de las mujeres o cómo son invisibilizadas dentro de la Medicina[3].
Las razones para excluir de los estudios de investigación clínica a las mujeres pueden ser varias– casi ninguna válida– desde descartar a aquellas mujeres en edad fértil para proteger a las poblaciones más «vulnerables» (les niñes por nacer), hasta de costos, ya que dependiendo de dónde se encuentre una mujer en su ciclo menstrual, la variación de sus hormonas cambiará los resultados. Esta variabilidad significaría que se necesitarían más sujetos en los ensayos clínicos, lo que aumentaría los costos. Pero no vayamos tan lejos, los estudios clínicos sólo con sujetos hombres–casi siempre adultos–se justifican por la creencia de que lo que funciona para los hombres también funciona para las mujeres. Es claro que todavía tenemos que corregir décadas, incluso siglos, de prejuicios de género en la medicina y la investigación científica. Pese a que las mujeres son aproximadamente el 50% de la población mundial, históricamente, la investigación médica a menudo ha excluido a las mujeres y a la diversidad humana en general.
A lo largo de la historia, la ciencia médica, en su mayoría conformada por hombres, es la que ha definido a las mujeres y sus cuerpos. Un ejemplo muy claro se observa en los primeros bocetos de esqueletos humanos, donde los artistas (hombres) intencionalmente hicieron que las caderas de las mujeres se vieran más anchas y sus cráneos más pequeños. Estos bocetos fueron por mucho tiempo la “evidencia” de que las mujeres poseen cuerpos reproductivos, por lo que su función primordial debía ser la reproducción y además era muestra que las mujeres eran cognitivamente “inferiores” a los hombres, por lo que no debían ser demasiado instruidas.
Por si fuera poco, las mujeres históricamente también han estado menos involucradas en la producción de ciencia como una forma de actividad formal, por ello el contenido de las ciencias presenta un modelo sesgado debido a una red de interacciones entre género y sociedad que deviene en un sistema de creencias que equipara la objetividad con la masculinidad. Los médicos, científicos e investigadores “no solo han sido en su mayoría hombres, sino que la mayoría de las células, animales y humanos estudiados en la ciencia médica también han sido masculinos: la mayoría de los avances que hemos visto en la medicina provienen del estudio de la biología masculina[4]”.
El sesgo de género en la investigación clínica[5] ha significado que a menudo, enfermedades sufridas por mujeres se pasen por alto o se diagnostiquen erróneamente. No sólo eso, en muchos casos aquellas enfermedades que sí afectan principalmente a las mujeres son poco estudiadas, poco tratadas y frecuentemente mal diagnosticadas, lo que ha tenido un impacto verdaderamente negativo para comprender y abordar completamente la salud de las mujeres a lo largo de su ciclo de vida.
II.
Se preguntarán ¿cómo hemos podido pasar por alto eso? Y a continuación se los voy a decir, o más bien, a resumir. Debido a la increíble cimentación del dualismo cuerpo-mente (¡gracias antigua Grecia e Ilustración!), el cuerpo masculino se construyó como superior y el modelo con el que se juzgan –todos–los cuerpos. Esto llevó a que por mucho tiempo cualquier aspecto del cuerpo femenino que fuese diferente del masculino –cof, cof, útero– fuese visto como evidencia de una desviación, falla, o insuficiencia[6]. La medicina siempre ha visto a las mujeres, ante todo, como órganos reproductores. Los órganos reproductivos eran la mayor fuente de diferencia con los hombres, y al ser considerado el sistema rector de la existencia de los cuerpos femeninos así como misión primordial, todo lo demás sobre las mujeres se consideró sin más, poca cosa.
Así, el discurso médico asoció a las mujeres con el cuerpo y los hombres con la mente, una división binaria que se reforzó y aún es reforzada por la división público-privada. Por mucho tiempo a las mujeres se les prohibieron, y en algunos sitios aún se continúa prohibiendo, diversas actividades por temor a que al hacerlo disminuyese su capacidad reproductiva. Curiosamente la salud reproductiva de los hombres hasta la fecha, ha causado poca o nula preocupación en términos de salud pública, y mucho menos ha surgido como elemento para regular su capacidad o derecho a participar en la vida pública.
No podemos dejar de lado que también ha sido el discurso médico el que ha contribuido ampliamente a etiquetar a los cuerpos de las mujeres cómo volátiles y/o fuera de control, particularmente en relación con su sexualidad y menstruación. No es casualidad que socialmente mantengamos la convicción de que las mujeres tienden naturalmente a la locura, ni que está erróneamente se asocie a poseer un útero. El término “histeria” proviene del griego ὑστέρα, que literalmente quiere decir útero o matriz. Diversas personalidades griegas –varones, obvio– ayudaron a acuñar el “mito del útero errante”, el cual argumentaba que el útero en búsqueda de hidratación y alimento, se movía a través del cuerpo buscando lugares más cálidos. Si este llegase al pecho, podía provocar sofocos y dificultad para respirar (“sofoco histérico[7]”). Para forzar al útero a que regresara a su lugar, Hipócrates recomendaba masajes manuales, pero también empapar un pedazo de lana en perfume y enrollarlo alrededor del cañón de una pluma de ave, introduciéndolos después en la cavidad vaginal. Así el útero regresaría a su sitio atraído por el aroma del perfume… aunque según Hipócrates y Galeno, la cura definitiva de un útero vagabundo, era «el matrimonio o el embarazo».
Por su parte, también la medicina colocó por mucho tiempo a la menstruación como una fuga que traspasaba los límites corporales, lo que supuestamente evidenciaba la falta inherente de control de las mujeres sobre sus cuerpos y reforzaba a su vez, la «necesidad» que las mujeres permanecieran en la esfera privada. Ya sea que se percibiera como enfermedad, plétora, condición o debilidad, el discurso médico acerca de la menstruación resultó en un sistema de creencias que percibía a esta y sus efectos en el cuerpo como problemáticos e inhabilitantes. Cómo era de esperarse, el chisme se extendió, y las teorías sobre la menstruación salieron del dominio de la medicina para plasmarse en interpretaciones públicas generalizadas que cuestionaban la aptitud, las capacidades y la funcionalidad general de las mujeres en la sociedad–estuvieran menstruando o no.
Con el ascenso de un modelo industrial y la necesidad de mayor mano de obra, el mercado necesitaba contar con una nueva fuerza laboral, la cual tenía que ser “confiable” y “saludable” (así como el modelo del trabajador hombre), por lo que en aras de producir más, no había lugar para creer en esoterismos, había que incorporar a las mujeres a la vida moderna y avanzada. Con ello, los discursos de la menstruación como patología debilitante pasaron a dar lugar a discursos de la menstruación como cuestión de manejo de la higiene. Arribaron las compresas desechables –¡gracias Kimberly Clark!– lo que significó que las mujeres podían ir libremente a la escuela, trabajar en la oficina, viajar en automóvil y demás; muy felices todas, porque de lo que se trataba ahora era de actuar como si no pasase nada. Con las mujeres manejando–o más bien ocultando– “eficazmente” su flujo menstrual, se pudo disimular convincente su supuesta debilidad, logrando esquivar –en apariencia–el juicio social de “inestables” y/o “débiles” durante sus períodos.
Es curioso cómo con las mujeres surge algo así como un modelo explicativo de salud-enfermedad que sitúa las dolencias o síntomas de las mujeres cómo un producto de su psique, que se derivan de su sistema reproductivo, como una falla en su «destino biológico». Esta prenoción hace que se realicen diagnósticos erróneos “etiquetando con rapidez determinados síntomas de las mujeres como problemas psicológicos, sin que se analice con detenimiento la existencia de patologías clínicas y subclínicas que pueden dar la misma sintomatología[8]”. Aún hoy en día, varias definiciones de endometriosis incorporan consistentemente la metáfora del (uhhh)tero errante, e insisten en posicionar la endometriosis como vinculada al carácter de las mujeres. Este sesgo también es visible al afirmar que las hormonas femeninas pueden afectar los resultados de los estudios, para después ignorar estas diferencias, solo estudiar hombres y extrapolar los resultados a las mujeres. Sea como sea, seguimos encontrando como los sistemas de investigación médica continúan sin incluir la complejidad de las experiencias de las mujeres con las enfermedades.
III.
A estas alturas debería de ser evidente que no se puede abordar ningún problema de salud pública como la pandemia del COVID-19 –y sus medidas estrategias de mitigación– sin tener en cuenta un conjunto de condicionantes biológicos, psicológicos, sociales, culturales y medioambientales de la población afectada. Los múltiples reportes de cambios en el período menstrual después de recibir una vacuna contra COVID-19 alrededor del mundo nos muestran el peligro de continuar con el modelo de sujeto masculino estandarizado así como la necesidad de incluir más a las mujeres –y personas que menstrúan– en los ensayos clínicos con la finalidad de lograr un enfoque más imparcial e integral.
Antes de terminar, quiero aclarar que este artículo NO está en contra de las vacunas sino en contra del sesgo de género en las investigaciones clínicas. La cuestión no es ir en contra de la vacuna sino de NO minimizar las experiencias de las mujeres, quienes necesitan una atención e investigación específicas. Se trata de considerar que “si las mujeres notamos cambios en el ciclo menstrual, estos deberían ser registrados como síntoma, de la misma forma que se hace si hemos tenido fiebre, cansancio o dolor en el brazo[9]”. Las mujeres tenemos derecho a un sistema de atención en salud que se base fundamentalmente en nosotras como personas completas y no en cuerpos reproductivos con mentes histéricas. Sólo así estaremos más cerca de crear un enfoque integral de salud que nos prepare cabalmente para enfrentar de mejor manera una crisis sanitaria como la que estamos atravesando en este momento, así como las muchas otras crisis que potencialmente están por venir.
Bibliografía
Ciccia, Lucía. “Las neurociencias respaldan la jerarquía de los sexos”, Página 12 (27/08/2017) disponible en: https://www.pagina12.com.ar/59356-las-neurociencias-respaldan-la-jerarquia-de-los-sexos
Fredriksen, P. “Hysteria and the Gnostic Myths of Creation”, Vigiliae Christianae, vol. 33, no 3 (1979) p. 288.
Gregory, Andrew and Myers, Rebecca. “4,000 women report period problems after Covid jab”. The Times (21/06/2021) Disponible en: https://www.thetimes.co.uk/article/4-000-women-report-period-problems-after-jab-3sdgwgx8v
Kohan, Marisa. Las mujeres reportan el 80% de los efectos adversos por las vacunas covid, cuyos ensayos obvian la variable sexo. Diario Público (19/07/2021) Disponible en https://www.publico.es/sociedad/covid-mujer-mujeres-reportan-80-efectos-adversos-vacunas-covid-cuyos-ensayos-obvian-variable-sexo.html
Laqueur, Thomas. Making sex: Body and gender from the Greeks to Freud. Harvard University Press, 1992.
Martin, Emily. The woman in the body: A cultural analysis of reproduction. Beacon Press, 2001.
Valls Llobet, Carme. «Las causas orgánicas del malestar de las mujeres.» Revista Mujeres y Salud (2005) p.5-10.
[1] Tweet disponible en https://twitter.com/kateclancy/status/1364671490772320259?lang=en
[2] Andrew Gregory and Rebecca Myers (21/06/2021) “4,000 women report period problems after Covid jab” disponible en The Times https://www.thetimes.co.uk/article/4-000-women-report-period-problems-after-jab-3sdgwgx8v
[3] Uso «Medicina» para referirme no sólo a la institución en sí misma, sino también a los discursos y prácticas que la constituyen. Asimismo, para este texto, me refiero exclusivamente a la medicina occidental
[4] Martin, Emily. The woman in the body: A cultural analysis of reproduction. Beacon Press, 2001.
[5] También conocido como “sesgo androcéntrico”. En simples términos, este sesgo ocurre cuando la experiencia masculina se trata como la norma, mientras que las realidades femeninas se relegan. Si tienen ganas de saber un poco más al respecto, recomiendo leer este texto de Lucía Ciccia “Las neurociencias respaldan la jerarquía de los sexos”, Página 12 (27/08/2017) disponible en: https://www.pagina12.com.ar/59356-las-neurociencias-respaldan-la-jerarquia-de-los-sexos
[6] Laqueur, Thomas. Making sex: Body and gender from the Greeks to Freud. Harvard University Press, 1992.
[7] Fredriksen, P. “Hysteria and the Gnostic Myths of Creation”, Vigiliae Christianae, vol. 33, no 3, 1979, p. 288.
[8] Valls Llobet, C. «Las causas orgánicas del malestar de las mujeres.» Revista Mujeres y Salud (2005): 5-10.
[9] Kohan, Marisa. Las mujeres reportan el 80% de los efectos adversos por las vacunas covid, cuyos ensayos obvian la variable sexo. Publico 19/07/2021. Disponible en https://www.publico.es/sociedad/covid-mujer-mujeres-reportan-80-efectos-adversos-vacunas-covid-cuyos-ensayos-obvian-variable-sexo.html