Por Miguel Ángel Martínez Barradas
Esta vida tiene dos puertas: la primera ya la pasamos y la segunda aguarda por nosotros. ¿Qué hay antes de la primera puerta? ¿A qué habitación, pasillo o explanada arribaremos después de pasar por la segunda? Conjeturas hay muchas, siendo las religiones y doctrinas espirituales algunas de ellas, sin embargo, y suponiendo que las dimensiones ultraterrenas existan, lo más posible es que cuando se descorra el velo que guarda a la Verdad todos nos hayamos equivocado en nuestras percepciones y descubramos que en lugar de haber estado caminando por el sendero, lo hicimos fuera de éste y en sentido inverso, y esto suponiendo que realmente haya un camino que recorrer, pues cuántas veces no hemos sentido que la existencia no es más que un sinsentido.
Dos puertas flanquean a la vida, nuestro optimismo irracional (¿hay otro?) nos empuja a dotar de un significado causal superior al mundo, es decir, a imaginar que éste es obra de un Hacedor Supremo, de un Arquitecto, de una Inteligencia Divina, de Dios, en pocas palabras, pero ¿y si la causalidad fuera en realidad casualidad?, ¿estaríamos lo suficientemente preparados para adoptar un optimismo racional (¿existe?)?, ¿tendremos la voluntad para descolgar de la pared la imaginada figura de lo Eterno para poner en su lugar el retrato del azar, la pintura de la coincidencia, la efigie de la casualidad? Y es que si queremos llegar a ser individuos plenos y conscientes de la realidad que nos circunda es necesario disponerse a dudar de todo y no únicamente de lo que nos convenga; en este sentido, la idea de las dos puertas que preceden y suceden a nuestra existencia encarnada compromete todo, incluida la existencia de lo divino.
Para enfrentar el desasosiego mundano la mayor de las veces y de las personas suelen apegarse a una doctrina mística que les tranquilice el espíritu y, de alguna manera, les reduzca las culpas. La mayoría de las personas suele dar por hecho que lo Sagrado existe y esto únicamente porque así se les instruyó durante la infancia, sin embargo, esta mayoría nunca ha atestiguado la existencia de lo etéreo, tampoco se ha tomado el tiempo de indagar más en la naturaleza de lo suprahumano, ni siquiera ha intentado practicar el amor al prójimo, sin embargo, esta mayoría está convencida de que el cielo, el infierno, la rueda del samsara o el viaje del alma la espera. ¿Acaso no es esto una creencia a conveniencia con tintes de placebo? En resumidas cuentas, si se cree en lo sagrado, suele ser por costumbre más que por convicción.
Sin embargo, tampoco es viable reducir el tema de lo que se haya antes y después de las puertas desconocidas a un asunto de creer o no creer, es decir, de teístas y ateos, sería imprudente reducir el mundo a sólo dos posibilidades, pues la experiencia nos ha enseñado que hay mucho más que blanco y negro, que bueno y malo, que arriba y abajo. ¿Cuál sería la alternativa antes de tomar partido por la causalidad o la casualidad? A riesgo de caer en un error, consideremos como tercera opción al agnosticismo, que es aquella postura filosófica que considera que si Dios, lo Eterno, o lo Sagrado existe, es algo que nuestra mente sencillamente nunca podrá comprender. El agnosticismo no afirma ni niega la existencia de lo divino, en su lugar postula que la mente humana, por ser limitada, es incapaz de concebir lo infinito, lo absoluto. De alguna manera, el agnosticismo es un punto medio que podría ayudarnos a conducirnos por la vida con pocas aflicciones y libres de radicalismos. ¿Es la vida causalidad o casualidad? El agnóstico no lo sabe y tampoco se preocupa, para él, sólo el presente tiene validez.
El agnóstico no condena la vida espiritual ni la religión, como tampoco entrona a la ciencia ni a la razón, es prudente y gustoso de los placeres de la vida, ejemplo de esto es el sabio persa Omar Jayam, nacido en el siglo XI, y que destacó tanto por su labor científica como artística. Jayam, en Oriente, es alabado por sus descubrimientos astronómicos, mientras que en Occidente es aplaudido por sus poemas, conocidos como rubaiyat, y cuyos versos, como veremos a continuación, son ejemplo de agnosticismo:
«Más allá de los límites de la Tierra, más allá del límite Infinito, buscaba, yo, el Cielo y el Infierno, pero una voz me advirtió: El Cielo y el Infierno están en ti. Un día, tu alma dejará el cuerpo y serás arrastrado tras un velo fluctuante, mientras esperas, ¡vive! Buscar la paz en este mundo es una locura. Creer en el reposo eterno, también. Después de muerto, breve será tu sueño: renacerás en el césped que todos hollan o en la flor que el sol marchita. Mi nacimiento no aportó el menor provecho al universo. Mi muerte no disminuirá su inmensidad ni su esplendor. Nadie ha podido explicarme jamás por qué he venido, ni por qué partiré. ¿Qué es el Mundo? Una parte pequeña del espacio. ¿Qué es la ciencia? Palabras. ¿Y qué son las naciones, las flores y las bestias? Sombras. Sólo nada en la nada. No pretendas descifrar el enigma de la vida, que es sólo una ficción. Lo eterno es una copa llena de burbujas; tú eres una. ¡Goza!»
Omar Jayam se educó dentro del islamismo, pero lo abandonó antes de cumplir los veinte años de edad al dedicarse a las matemáticas y a la astronomía, ciencias que le permitieron adquirir consciencia de su pequeñez en el universo, el cual existe antes de Jayam y seguirá aún cuando el poeta científico no sea más que carroña y cenizas. La iniciación de Omar en la poesía es menos comprensible que su inclinación científica, pero está relacionada a un hecho vital y doloroso: la muerte de su padre, quien fuera su compañero y maestro desde la infancia.
El agnosticismo de Jayam compara a la realidad con imágenes fugaces como la sombra, el humo o las copas repletas de vino, esto porque el agnosticismo lejos de preocuparse por lo que está antes y después de las puertas de la existencia, prefiere entregarse al disfrute de lo placentero, al cuestionamiento no radical del mundo y a la consolidación de una vida pacífica. ¿Y nosotros? ¿Caemos en el error de afirmar sin conocer? ¿De negar sin considerar? ¿O nos embriagamos alegres por no ser más que fugaces cuerpos en una copa de burbujas?