¿Será posible que la tristeza, el enojo, la frustración o la ansiedad puedan lastimar nuestro cuerpo?
Con el ser humano, todo es posible. Porque cuando la boca calla, cuando las cosas no se acomodan, cuando la congruencia se vuelve inexistente, cuando el miedo a la culpa, vergüenza o dolor se impone, el problema se esconde, se relega hasta lo más profundo de nuestro corazón, y entonces “alguien tiene que tomar la palabra”, nuestro cuerpo. Porque las dificultades siguen ahí y no desaparecerán solas.
El sacrificio, la enfermedad o el síntoma, es mil veces mejor que la confrontación, que la fantasía de perder un lugar en la familia, un lugar en la manada, de provocar un caos, una tragedia tal vez. Mil veces mejor enfermar que hablar, que romper con mil generaciones de mentiras y secretos.
Porque los secretos pueden matar, o enfermar, pero será mucho mejor que desvelarlos, pues pueden desmoronar todo un imperio, un linaje. Y eso seguramente no es conveniente para nadie. Mientras todo aparenta estar tranquilo, a quién le importa enfermar.
Pero, hasta dónde será posible aguantar, hasta qué punto se puede sacrificar la salud o hasta la vida para que no se rompan los lazos, para no perder un estatus, una posición o al ser amado.
Las enfermedades aparecen por una razón, se mantienen y se agravan por la misma, o por otra razón más poderosa.
El cuerpo tiene su propio lenguaje y nos indica con claridad lo que sucede. Las llamadas enfermedades psicosomáticas son precisamente las que son causadas por una situación emocional no atendida. Y de esta manera, cada órgano y su mal funcionamiento representa lo que no se está haciendo bien.
Los síntomas, sean presentados como trastornos emocionales o trastornos orgánicos, tienen un origen inconsciente, y demuestran que algo debe revisarse. Sin embargo, el tema no es tan sencillo como parece. Normalmente intentamos dar una explicación muy racional y lo más simple posible a cada enfermedad.
Y aunque todos sabemos lo que debemos hacer para manteneros sanos, cierto es que siempre habrá un buen pretexto socialmente aceptado para continuar con el síntoma y seguir manteniendo nuestro secreto a salvo.
Pero desde lo más profundo de nuestro inconsciente, surgen nuestros temores, y encuentran la manera de expresarse. Siempre con la única intención de mantener al individuo vivo, o en aparente armonía con los suyos.
Tal vez, el precio nos parezca tan caro, que preferimos someternos al síntoma y así no mover la dinámica en la que estamos sumergidos desde la infancia, manteniendo a todos a nuestro alrededor en homeostasis, en aparente equilibrio, desempeñando los roles que a cada uno les fueron asignados.
Pero el precio que pagamos al enfermar es todavía más alto e incongruente, pues sacrificamos nuestro desarrollo, nuestros sueños y nuestro potencial.
Somos seres finitos, y en algún momento moriremos, imposible la vida eterna. Sin embargo, no es necesario vivir sufriendo constantemente por asuntos, que por más doloroso y atroces que sean, pueden resignificarse, ayudándonos a recuperar la salud.
Una enfermedad como la diabetes, por ejemplo, tan frecuente en nuestra cultura y época, tiene directa relación con el azúcar, elemento que corresponde al amor, a la ternura, al afecto, y que refleja con su presencia, sentimientos de tristeza interior y amargura ante la vida. Por lo que, quien la padece, necesita compensar la dulzura que debiera obtener con el afecto de los demás, mediante la ingesta de alimentos dulces en todas sus formas. Hasta que, tenga la certeza de que se es un individuo digno de ser amado, y entonces, acepte el amor de los demás.
O las alergias que tanto nos incomodan, una respuesta sobre activada del sistema inmunitario a un antígeno exterior, y que representan un estado de hostilidad o rechazo hacia algo o alguien cuya presencia puede ser molesta. Es la forma de dejar salir todas las emociones y echar fuera lo malo. Hay dificultad para sentir libertad, un alto nivel de intolerancia e incapacidad para disfrutar de la vida. Por lo que será necesario aceptar los miedos y el amor que se recibe, ser asertivos y aprender a expresar entonces, de una manera saludable las propias emociones.
Probablemente el cuerpo represente una metáfora de nuestra vida, de nuestro modo de estar en el mundo, del rol que debemos desempeñar. Su manera de funcionar es un libro abierto, nos indica constantemente cómo estamos y qué necesitamos ahora. Es el oráculo, una guía existencial, sin secretos, solo pidiendo un poco de atención, porque las respuestas en él, ya están dadas.
En el discurso de la vida cotidiana, las justificaciones están de primera en una larga lista de temas por discutir. Sin embargo, siempre es posible cambiar el rumbo de nuestra vida, modificar y reacomodar asuntos y creencias, para fortalecernos y hacer florecer todas nuestras capacidades que nos llevarán a la plenitud que tanto anhelamos.
Y RECUERDEN, TODO SALDRA BIEN AL FINAL. Y SI LAS COSAS NO ESTAN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.