Hace dos años, el nuevo coronavirus instaló un sinfín de dudas sanitarias, sociales, económicas y hasta lingüísticas: la palabra ‘cuarentena’ perdía sentido con el pasar de los días en el encierro. Cada quién se agarró de donde pudo para mantener la cordura: desde la activación hasta la quietud. De alguna forma, la escritura combina estos dos estados y le da sentido a un tiempo líquido.
La compilación ‘Nos queda el presente. Libertad de escritura en tiempos de pandemia de la COVID-19’ recoge una treintena de ejercicios literarios provistos por estudiantes, profesores, académicos y personal de servicios de la IBERO Puebla. En suma, el libro es una postal del cenit de la emergencia coronavírica.
En el periodo escolar primavera 2020, José Sánchez Carbó encomendó a sus estudiantes de posgrado que escribieran un cuento sobre la nueva enfermedad mientras se calmaban las aguas, tal como ocurrió en 2009 con la influenza porcina.
La emergencia sanitaria se extendió y los programas académicos de letras recurrieron a la historia de la literatura para conocer cómo nuestros antepasados lidiaron con otras enfermedades omnipresentes.
“Nos dimos cuenta de la importancia de narrar estos hechos. Este libro es el registro caleidoscópico de la Comunidad Universitaria”. El aula (ahora virtual) del profesor y director del Departamento de Humanidades se llenó de historias a los que se sumó un tumulto de personas con deseos de decodificar la enajenación social y llevar al lenguaje lo innombrable.
Como toda buena editora profesional, Diana Jaramillo Juárez leyó en voz alta cada texto una y otra vez hasta que sus hijos comenzaron a memorizar las historias de la Comunidad IBERO Puebla. La coordinadora de la Licenciatura en Literatura y Filosofía se subió al barco en cuanto los directivos se percataron de que tenían una compilación de testimonios entre manos.
Así, en la primera sección de Nos queda el presente se relata cómo los profesores tuvieron que ajustar sus técnicas pedagógicas. “Lo que nos importaba era que estuvieran bien anímicamente; sobrevivir”, comentó la también profesora. Los maestros se convirtieron en un soporte emocional antes que en transmisores de conocimiento.
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