Hay terminajos que simultáneamente buscan encapsular un cronotopo, ideología y sujeto histórico. Suele ser de forma inconsciente, porque para que funcione ha de interpelar, así sea para entregarse cosificado e irresponsablemente al marketing. Tal cual ocurre con el vocablo inglés “woke”. No sólo aparece sin traducirse en portales y medios electrónicos de post-vanguardia, se usa corrientemente por la progresía compradora e importadora en México, persuadida no debe pagar los debidos impuestos. Lamentablemente ha de someterse al escrutinio de los escépticos, suponiendo aún el lenguaje sirve para comunicarnos. Literalmente al uso contemporáneo de “woke” en el habla coloquial del inglés del Atlántico Norte podríamos traducirlo al español dominante en México como “despierto”, “listillo”, “vivaracho”, “preclaro” o, un tanto anacrónicamente “de onda”. Indudablemente con el “inglés como segunda lengua” (ESL) hablada y escrita se presta a chunga y así encontramos intervenciones derrideano-spivakianas que inducen “différance” con el prefijo “e” para formar “e-wok” (como las bestias peludas en miniatura de Star Wars), “wok” sin “e” como sartén para sofreír o saltear verduras, carnes o mariscos en recetas chinas, la oposición “woke-r/wo-r-ker” (preclaro vagabundo Vs honrado trabajador) y la más vulgar “wanker” (puñetero). Ha de decirse que tal juego de palabras es tan sano como necesario. Si un grupo roba de la teoría literaria términos como “deconstrucción” y sin explicarlos impone su uso sustituyendo otros más precisos y apropiados como “análisis” (tomado de la química antes de pasar a la teoría psicoanalítica) para borrarlos, están justamente definiendo los linderos del terreno de juego, lucha, y pitorreo. Toda ideología para ganarse su lugar y concordancia, peso y utilidad ha de superar la fase de sentido común y folclor, pero no todes* o todis* (sic) pueden sobrevivir al fragor en que se templan.
Ahora bien, suponiendo podemos entender cuál de los términos “aplique” en cada caso y que no todas las situaciones serán materia de cachondeo, queda por definirse cuál es el sujeto “woke”. Ahí sí es muy clara la raigambre universitaria. Será en sus ciudades y barrios, usualmente en capitales estatales que cuenten además de las instituciones públicas (en tanto estándar local) con alternativas privadas (en sus muy diferenciados niveles y variaciones) dónde podamos encontrarles. La generosidad, privilegio y “liminalidad” universitaria dará cobertura a aquellos que cursen uno de sus grados (incluyendo el bachillerato). También incluye a quiénes se hayan decidido por la perenne juventud retardataria pues hay quiénes se afincan en ellas sin importar la fase de la vida productiva o no reconozcan función tal. No sólo el ambiente universitario (incluyendo tecnológicos y escuelas, institutos y academias) permite encuentren suficiente resonancia y coro, también se apropia del horizonte contemporáneo con el enamoramiento por la moda juvenil. Antes que bien definidas posiciones teórico-políticas y metodológicas llevadas de la filosofía y/o ciencias político-sociales al resto de las disciplinas y áreas del conocimiento, se goza de pastiches incluyentes. Así, normalmente sabemos estamos en vecindad o atrapados en discusiones de y por “wokes” al oír (además del ya mencionado “deconstruir”) lugares comunes “incluyentes”, “interseccionales”, de “apropiación cultural” y en los casos más sofisticados de “teoría crítica racializada” (sic).
Ciertamente hay antecedentes a los “wokes” en la historia de las subculturas universitarias y sus emblemáticos “college towns” con las correspondientes modas y estridencia. Destaca claramente el de los finiseculares “BoBos” (compuesto de las palaras Bourgeois Bohemians [burgueses bohemios]), pero sería injusto no reconocerles que han logrado reclamar su cronotopo y buscan saturarlo de significantes flotantes y latentes desconociendo la teoría de esas demandas equivalenciales, no siendo otra que LA RAZÓN POPULISTA (del filósofo político Ernesto Laclau en proyecto con su esposa Chantal Mouffe). Quizás los “wokes” vean rupturas históricas en su presentismo y se asuman en el parto de una nueva época. Como sabemos esa es la principal obligación de toda masa crítica en discusiones y discursos generacionales enmarcados en olas históricas. Aquí las mojoneras pueden asentarse en los años 1939, 1968, y 1994 para el México “posrevolucionario”, quedando por debatir cuáles si acaso para lo que va del corriente siglo.
Ahora, es pertinente preguntarnos si los “wokes” son de izquierda, como normalmente se les identifica en los medios estadounidenses (destacándose la cadena FOX sin ser la única). La pertinencia en responderla es que, si no lo fuesen, han de articular cuáles son sus coordenadas políticas o redefinir el espectro en que registran y, por supuesto, de qué van. Tentativamente y desde el leninismo más ortodoxo sí son izquierdoso/e/is* (sic). No porque tengan relevancia absoluta para la revolución (en su trifecta Real, simbólica e imaginaria) y sus debates teóricos, sí porque observan todos los síntomas de eso que se define e identifica como una enfermedad infantil. El izquierdismo, para los teóricos del marxismo (occidental y oriental, de todas las internacionales y en el más intenso sectarismo fratricida/parricida) es eso, una afectación pasajera o permanente de culpa cristiana entre elementos de la pequeña burguesía capaces de diseminarlo entre grupos “aspiracionistas” del proletariado, inhibiendo su proceso de toma de consciencia de clase revolucionaria. Ahora bien, siéndolo cumplen con la encomienda histórica que ellos no han buscado, quizás rechacen hipócritamente, pero en la que encuentran solaz esparcimiento. A saber, la de desacreditar sus preclaras discusiones, vivarachas propuestas, y listillas iniciativas para reducirlas a simples ocurrencias que serán apropiadas por una y todas las empresas, gobiernos y poderes fácticos para lavado de imagen. Puede ser verde, rosa, marrón, y en sí sumar al arcoíris, pero su enajenada profesionalización en organizaciones de la sociedad civil o no gubernamentales, colectivo/a/es* (sic) indica que con todo el albedrio que reclaman, ignoran—por mucho—el capítulo del libro de historia del que quieren creerse autores.