Lo legal no es necesariamente lo justo. Hay actos humanos que pueden estar dentro de la legalidad, pero sin responder necesariamente a la justicia, por ejemplo, la quema de brujas fue un recurso jurídico legal, pero no por ello fue justo, como tampoco lo fue la persecución de los herejes, la cual era legal, pero no hacía un acto de justicia de ninguna manera; consideremos el cobro de impuestos onerosos que, aunque podrían estar dentro del marco de la ley, no necesariamente estarían de acuerdo a la justicia. Y lo anterior es porque mientras que la justicia aboga por dar a cada quien lo que se merece mediante la igualdad de su balanza, lo legal suele ser una serie de disposiciones que siempre beneficiarán a un grupo de poder. Considerando lo anterior, podríamos proponer que la legalidad la determina la élite social, mientras que la justicia puede venir desde cualquier estrato social, incluso los más bajos.
Pero a pesar de sus diferencias, lo legal y lo justo coinciden en un punto y éste es el de determinar las consecuencias que habrán de asumirse ante determinada falta a fin de remediar un daño, es decir, la legalidad y la justicia condenan y reprueban lo que de alguna manera hace daño y lastima. Ya dijimos que lo legal no es necesariamente lo justo, sobre todo cuando lo legal, más que resolver las carencias sociales e individuales, las agrava y es que si bien hay momentos en los que la legalidad y la justicia caminan al unísono, por ejemplo, cuando se castiga un crimen de lesa humanidad, también hay situaciones en las que lo legal castiga y condena lo que es justo, por ejemplo, al amor, el cual en más de una ocasión ha estado penado.
Aunque parezca increíble, el amor, que es considerado uno de los estados del ser más deseables, ha estado penado y esto es por la estrecha relación que guarda con el sexo y el erotismo. Cierto, el amor no puede resumirse a una dimensión erótico–sexual, pues el amor es variado en sus expresiones, sin embargo, cuando pensamos no en el amor a la humanidad, sino de pareja es inevitable no considerar la posibilidad de un placer corpóreo. Es la religión, que en el pasado representaba también al estado, la que ha establecido leyes para limitar la expresión del amor, así como el acceso que los curiosos podrían tener con respecto a éste. Hoy la religión carece de la fuerza jurídica del pasado, aunque su penetración moral continúa siendo considerable, sin embargo, en siglos anteriores la religión fue tan dominante que oponerse a su régimen era prácticamente imposible y fue en ese tiempo de supremacía político–religiosa cuando el amor estuvo vigilado y penado.
Pensemos, para dar un ejemplo práctico en el “Cantar de los cantares”, un libro del Antiguo Testamento supuestamente escrito por el rey Salomón y que por sus connotaciones eróticas no solamente fue restringido, sino que también sobreinterpretado a fin de suavizar, e incluso eliminar, toda posibilidad de amor erótico–sexual. El “Cantar de los cantares” relata la relación entre un esposo y su esposa, misma que el judaísmo y el cristianos simbolizaron a fin de de impedir que fuera leído como una descripción de los placeres de la carne, en este sentido, lo que el judaísmo propuso fue que el esposo es Yahvéh y la esposa es el pueblo de Israel, mientras que el catolicismo propugnó que el esposo es Cristo y la esposa es su Iglesia, en ambos casos, el judío y el católico, lo que supuestamente manifiesta el “Cantar de los cantares” es el amor espiritual entre Dios y la humanidad, sin embargo, leamos algunos versos de este largo poema:
«Que me bese, que me bese. Mejores que el vino son tus amores. Hermosas tus mejillas entre el pelo. Bolsita de mirra es mi amado aquí entre mis pechos descansando. Qué hermoso, amado mío, nuestro lecho florido. Quiero sentarme en su sombra y poner su fruto dulce en mi boca. Levántate, mi amada, los capullos de las flores ya brotan y es el tiempo de la poda. Tus ojos son palomas y mellizos tus dos pechos de gacela. En todo eres hermosa, mi amada, mi corazón lo apresaste. Miel destilan tus labios, miel virgen de la lengua de tu boca. Tu talle es como una palma y tus pechos los racimos. Subiré a la palma y tomaré sus racimos.»
El poema está dividido en siete cantos en los que las voces del esposo y de la esposa dialogan, generalmente en un tono erótico que se ve recompensado con su unión en el lecho conyugal. Sin embargo, y a pesar de ser un texto bíblico imprescindible, el poema tuvo graves problemas de censura y su lectura, además de que estaba controlada, sólo podía hacerse en latín, hasta que, a mediados del siglo XVI, el fraile castellano Luis de León lo tradujo al español, motivo por el que fue encarcelado durante cinco años en una celda vigilada por el Santo Oficio, institución legalmente constituida, pero no por ello justa en su actuar.
El “Cantar de los cantares” es un poema transparente que no relata la relación de Yahvéh con su pueblo Israel ni tampoco de Cristo con la iglesia, sino la de un hombre y de una mujer que se aman y se desean, ¿qué hay de malo en ello? Opiniones en torno a la lascivia, el pecado y la suciedad moral podrán vertirse al respecto, sin embargo, éstas no serán más que prejuicios incapaces de defender lo que es indefendible en sí mismo: la condena del amor. Ya lo dijimos antes, la dimensión amorosa es amplia y no puede reducirse al hecho erótico–sexual, sin embargo, tampoco puede escapar a ésta, pues el amor es trascendencia y ésta únicamente puede ser hallada cuando se renuncia a la libertad del ‘yo’ en beneficio de la libertad del ‘nosotros’.
El “Cantar de los cantares” lleva ese título porque el canto más grande que tenemos es el del amor. Sistemas legales, pero injustos que busquen limitarlo nunca faltarán, pero este canto resuena más que cualquier otro porque el amor y la justicia marchan al unísono. Amar no se hace bajo las leyes de ninguna doctrina, sino en plena libertad. Amar es ahora que la muerte no está, ahora que la luz no se oscurece. Amar es entonar el canto de los cantos o, como dijo Salomón, el rey sabio: «Huir a los montes de perfumes antes de que sople la brisa».
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