“Mas si osare…” reza la segunda oración del himno nacional mexicano después del coro. Dudo haya sido de uso corriente, aunque sí inteligible para expresar “pero si se atreviese” a mitad del XIX. Su incomprensión durante el siglo veinte y actual está dada por sentada. Tan es así que el diario de la ciudad de México LA JORNADA cuenta o contó con un suplemento entre humorístico y dramático para temas de política externa en clave patriotera llamado “masiosare”. Al tomar esa aglutinación de la calle reconocía que los impulsos chauvinistas, pasados por nacionalistas o patriotas, evidenciaban desconocimiento y desconfianza en un proverbial complejo de inferioridad. Así en grupos internacionales de estudio y trabajo allende mares oceánicas y cortina del nopal, algunos paisanos son distinguidos con el mote y sujetos a constante sorna por propios y extraños. Los he conocido tan extremos como aquellos que nunca probaron cerveza distinta a cualquiera de las más ubicuas industriales y las defendían como “mexicanas”, como a los que llevan latas con rajas de chiles a todo convite, sin saber la “curiosidad involuntaria” que constituyen, y claro, los que completamente sobrios no dejan de subrayar frente a todo cuanto haya fuera, tenemos más y mejor “de eso” en México. Por encima de tales ejemplos, queda la duda si alguna vez “los masiosares” fueron mayoría. De ser así tampoco se acreditó su valía pues en las invasiones de gringos y franchutes siempre hubo problemas con la leva y calidad de la tropa. Estamos a punto de saberlo, supongo.
La administración federal actual sabe no hay malentendidos en la interpretación ni del capítulo 8 ni de los transversales del mal llamado T-MEC como versión recargada del TLC. Lo saben porque ellos revisaron la negociación final en el cambio de sexenio y ella les daba el marco respecto a qué sería posible dentro de sus planes en el sector energético y otros. Por ende no van a pelear a través de los mecanismos de resolución de diferendos. Lo que harán será ver qué tanto pueden negociar en las indemnizaciones para regresar a la normalidad con grupos empresariales y los gobiernos que los respaldan pagando lo menos. El espectáculo, si se puede vulgarizar así, es interno. Es para esa audiencia que se supone sigue y cree en la palabra presidencial no como discurso público sino como verbo (del pueblo) encarnado. Y para ello supone alineación y alienación ideológica aprendida fuera de la palabra escrita, en la tradición oral de una historia de vencidos, humillados, y ofendidos. No precisa de figuras inventadas en la historia de oropel como los niños héroes (pues eran fifís), sí de personajes más cercanos al folclor de los medios masivos como El Chavo del Ocho. Un enfrentamiento legal, técnico y político—aun teniendo razón—contra los Estados Unidos es muy difícil de ganar. Sin ella, es pantomima de una y todos los episodios de ese programa combinada con epopeyas nacionalistas igualmente vanas.
En el guion se regresará al recurso apócrifo que “los gringos” propusieron o aceptaron el TLC porque querían “nuestro petróleo” cuando ha sido parte de sus reservas estratégicas desde el día siguiente a la expropiación en 1938. Ni en 1993 con las negociaciones en FAST TRACK ni en la renegociación del 2016 hay evidencia buscasen arrebatar cosa alguna al subsuelo, sabedores los mexicanos lo entregarían por dependencia tecnológica, financiera y mercantil. Desde McLane-Ocampo “las reglas son las mismas”. Lograron eso sí la circulación de todas las mercancías menos la más barata de todas: la capacidad para el trabajo. No ha habido ni habrá acuerdo sobre la integración poblacional en el libre movimiento de personas, que ellas se encargan también de malbaratarse invirtiendo pequeñas fortunas e incurriendo en riesgos mortales con tal de ir a venderse por debajo del costo de su “pelleja”. Ambas cosas han sido establecidas al decir de las fuerzas de defensa israelitas como “hechos sobre el suelo”. También lo es que, a juicio de sesudas y prolongadas investigaciones de grupos independientes y multidisciplinarios de profesores y estudiantes a ambos lados de la cortina del nopal, el principal rasgo del NAFTA no es ni ha sido el acoplamiento en las cadenas de valor y fortalecimiento del bloque regional sino la crisis alimentaria producto de la dieta que emanó del mismo. Rica en sodios, azúcares y grasas, alimentos ultra-procesados y de bajísima calidad, las epidemias de diabetes e hipertensión, así como de obesidad y malnutrición son su efecto más ubicuo. Cuidando no arraigarlo en el NAFTA, pero Gatell es el primero en achacar a esa dieta y sus condiciones reales de existencia y reproducción los estragos de la pandemia. Nada de eso merece comentario o respuesta organizada de parte de quién se asume como encarnación del pueblo.
De ahí, que la cantaleta patriotera y nacionalistoide, populachera y arrabalera, con que estaremos siendo servidos incesantemente de aquí a mitad de septiembre deba ser propiamente etiquetada. Masiosare es su nombre y características: discurso vano y venal que busca confundir e invertir causas y efectos. Ni la soberanía está en juego, como tampoco hay intromisión, mucho menos gesta heroica de proceres o paladines. Es una sopa sin nutrientes y nociva por sus excesos como las instantáneas (conocidas como Maruchan así sean de diversas marcas) que sustituyeron la posibilidad de un almuerzo nutritivo. Por baratas y fáciles de hacer, por no contar con la capacidad de enfrentar la destrucción del aparato productivo ni su reconversión en maquiladoras, así como pérdida de hábitos y capacidades mínimas, por débiles y corruptos, pero la “opresión alimenticia” no se resuelve con cantaletas ni con sainetes. Se dirá—con razón—que tampoco “da pa más” la calaña de la clase política, pero esta vez la permanencia es voluntaria. Nadie nos obliga a consumir el “masiosare” que conjugará burla y repelús. Si alguna vez tuvieron que defender a un paisano en ataque identitario, ahora estamos en confianza: sabemos el performance está hueco, es burda pantomima, y no merece atención.