En estos días y ante las consultas presentadas por los gobiernos de Canadá y Estados Unidos por las violaciones al TMEC, el presidente de la República, sus funcionarios, legisladores y seguidores se han escondido en la supuesta defensa de la soberanía nacional.
Lo primero que debemos decir es que las quejas de nuestros socios comerciales no son sólo por violaciones al tratado, sino al propio marco jurídico mexicano. Por ejemplo, la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica fue calificada por una mayoría de ministros como contraria a la Constitución en sus artículos sustantivos. La queja por bloqueo a proyectos en realidad es porque las autoridades han violado las leyes de la industria eléctrica y de hidrocarburos, por lo menos. La queja por el asunto del diésel y el gas es porque ambas acciones son violatorias de la Constitución y las leyes nacionales.
En resumen, si el gobierno cumpliera e hiciera cumplir la Constitución y las leyes, no habría queja alguna por incumplir el TMEC. Desde ahí, no es un asunto de soberanía.
Pero hay una parte que el gobierno mexicano omite mencionar en su discurso en este conflicto. Me refiero sin duda al jugador más importante y a la vez más afectado por las acciones del gobierno: el consumidor.
¿Cómo ha sido afectado? Van las cuatro quejas y sus afectaciones:
1. Al modificar la Ley de la Industria Eléctrica, el gobierno buscó asegurar que la energía de CFE, la más cara del sistema, se genere, reciba y pague. Eso incrementa el costo de la energía en el sistema, con lo que el usuario debe pagar más.
2. El bloqueo a inversiones tanto de hidrocarburos como parques solares y eólicos busca evitar la entrada en operación de competencia para CFE o PEMEX, competencia que pueda ofrecer ambos servicios a costos más bajos.
3 y 4. El asunto del diésel y del gas no sólo afectan a las empresas que venden diésel ultra-bajo en azufre y a las importadoras de gas, sino a los clientes finales, que se enfrentan a monopolios en el caso del gas o a combustibles de baja calidad, con el asunto de azufre. Esto también termina por afectar la salud de los mexicanos.
Lo anterior, además de afectarnos desde el punto de vista que limita nuestras posibilidades como usuarios de energía, nos hace perder un gran atractivo en el marco del TMEC. ¿Cómo?
Con el TLCAN muchas empresas se instalaron en México gracias al incentivo de la mano de obra de bajo costo. La energía en ese momento era un factor en contra, pues CFE tenía tarifas industriales muy altas en comparación con Estados Unidos. Por eso se creó el modelo de autoabastecimiento, para acceder a costos de energía más competitivos, pero ese instrumento era una excepción más que una regla.
Cuando se propone la reforma energética en 2013, el costo de las tarifas industriales de CFE era 50 por ciento mayor en México en comparación con Estado Unidos. Dicha reforma permitió la generación de energía desde la iniciativa privada en competencia; con eso logró costos atractivos a la industria. La inversión aprovechó el potencial mexicano para energías renovables, lo que fue un extra para el consumidor, al contar la energía barata y limpia.
La energía limpia y barata junto con la mano de obra hicieron de México un sitio atractivo para invertir. Pero el asunto de la mano de obra dejará de ser un atractivo, pues la modernización de la industria disminuirá en el mediano plazo la necesidad de mano de obra, mientras que se hará más intensivo el uso de energía.
Entonces, si no abrimos las puertas a formas de generación más barata, a la competitividad, a mercados energéticos y le apostamos sólo a fortalecer la industria del gobierno, sin inversión en nueva tecnología o al costo que sea, la mal entendida “soberanía” se traducirá en falta de empleos, pobreza, contaminación, daños a la salud, un conjunto de demonios indeseables. El problema es que esa regresión es lo que hace el gobierno y es la causa de las consulta en el marco del TMEC.
Y lo más absurdo es que en los hechos, más allá del discurso contra el TMEC, este gobierno sigue apostando a un sector eléctrico altamente dependiente de un energético importado.
O sea, podremos orar que somos soberanos, a medias, pero eso sí, bien jodidos.
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