Este año se cumplen cien años de la publicación original en inglés de Los Argonautas del Pacífico Occidental. Nombre corto de la obra con que el antropólogo polaco Bronislaw Malinowski irrumpiría en la escena cambiando para siempre el entendimiento de la entonces emergente disciplina por su teorización del trabajo de campo. Desde entonces mucho ha pasado, pero no se han alterado las reglas que él enlista en su introducción y demuestra su cumplimiento no sólo en ese libro sino en las subsiguientes etnografías de la saga del Pacífico Sur. Contados son quiénes se atreven a emularlas y menos aun los que pueden sentarse junto a él en el panteón de los “tótems y maestros”. Si bien ha merecido tanta crítica como apreciación, lo que campea es la descalificación a su obra por la publicación póstuma de su Diario de campo en Melanesia (que debió traducirse como su nombre en inglés señala“…en el sentido estricto del término”). Huelga decir que ese diario nunca se planteó como material para consumo público y editarlo respondió a los intereses de una de sus herederas y el inescrupuloso sensacionalismo de la industria editorial. El efecto ha sido el exigirnos distanciarnos de él y su obra por las terribles palabras que usa para expresar sus “confesiones de ignorancia y fracaso”.
Lo que acá apenas esbozo se ha regurgitado constantemente hasta establecerse como sentido común a transferir a las generaciones jóvenes cada vez que se mencione su nombre en el aula, pasillos o extramuros. Una búsqueda en servidores electrónicos arrojará variaciones más o menos extensas, dramáticas, o eruditas, pero del mismo simplismo. Así en vez de leerlo se recurre al Perogrullo para “cancelarlo”. Afortunadamente, recién tuve la oportunidad de enfrascarme por cuatro días en Tirol del Sur para disentir. Tres colegas organizaron un taller de dos días con once especialistas de los rincones del mundo por dónde pasó y contribuyó a dar forma y aliento, fondo y alcance a la antropología, justamente para impugnar la reducción de tan imponente figura a una advertencia perversa: “sólo serás juzgado por lo que salga mal (de palabra, obra y omisión)”. Los días previo y posterior estuvieron abiertos al público y con participación de otros colegas y especialistas en diferentes disciplinas científicas y artísticas así como la familia misma del “padre ausente”. Menciono este término freudiano porque describe bien lo que ha sido su papel simbólico para la disciplina, historia personal-familiar y en sí la idea de una población desde entonces canonizada y con profundos problemas de definición respecto a su cultura y la sacralidad de su papel en la literatura comparada. Además de la retórica pregunta si tienen valor sus brillantes contribuciones por la revelación de los terribles sentimientos que la acompañaron, queda saber qué autoridad es la que usurpa su legado tratando de sustituir al padre simbólico. No sólo en el presente sino a lo largo de esos cien años y si realmente puede investirse sin recurrir al parricidio ritualizado y reiterado hasta la náusea.
Los debates, como ocurre en las raras excepciones en que algo está bien pensado y organizado, tomado con la seriedad y profesionalismo debido, así como el tiempo adecuado para escuchar y ponderar distintas voces, no admiten resumirse en pocas frases. No son material para los caracteres que permite un Tweet, como tampoco un slogan o “tagline”. Son complicados y demandantes, serán publicados en el espacio apropiado y no buscan en sí dar una respuesta categórica para esta y todas las generaciones. Sí provocar la discusión inteligente, informada y libre de las presiones inmediatistas del presentismo. Baste decir que nadie de los ponentes quedó conforme con lo que presentó y lo reelaborará acorde con lo que aprendió, que será necesariamente distinto en cada caso. Ciertamente su ausencia no es sólo por la (prematura) muerte física y simbólica. Es a través de la Real, por lo que no respondió y por el abuso de quiénes lucran con él, que impone nos afirmemos contra ella. No sólo los que son y se asumen como sus herederos directos. También los que se acercan a él a través de interpósitas personas injertándose en pos de gloria (de)colonial.
En lo que me corresponde, argumentando desde la que es la herencia institucionalizada en México por el último trabajo (incompleto) sobre el sistema de mercados del Valle de Oaxaca, hay que ir de los huesos a la carne. No sólo en el sentido de qué es lo que hubo antes de la imaginaria urna funeraria sino lo que queda por aprender de ese trabajo y la forma en que se ha canonizado a través de él a otros cuerpos (de individuos, linajes y mafias). El clientelismo más allá de clicas y una inventada tradición, bajo la pertinaz duda si podemos ser veraces a las enseñanzas de aquellos a quienes tratamos de honrar. Allende el sitio y temporadas de campo con su proyectada mística, directamente a las formas de enseñanza-aprendizaje, generando condiciones para que se dé la contra-transferencia en el seminario. Malinowski no se reduce al trabajo de campo y el que haya andado por Oaxaca no impregna a ninguna provincia como sagrada. Menos aun ungió a nadie con secreto alguno acumulable y enajenable. Su contribución indeleble está en eso que es arte antes que ciencia: el “amor sin piedad” lacaniano; ese que lisiará a quién se atreva a entregarse al aprendizaje sin garantías.