Los festivales otoñales por las buenas cosechas son una constante. En ellos se conjugan tanto elementos religiosos como de reconocimiento al trabajo individual y de grupo. Los contenidos que se les dan variarán haciendo uso de mitos fundacionales, tradiciones tutelares y por su puesto de intercambio cultural. Siendo por un siglo y contando la potencia político-militar y cultural dominante en el orbe, no es de extrañar que las celebraciones estadounidenses se proyecten a buena parte del mundo. Esta semana, al caer en ella el cuarto jueves del mes de noviembre, las familias se reúnen y conmemoran dos tendencias aparentemente contradictorias: inmigración y nativismo. En familia y con amigos, en abundancia y sobriedad dan gracias por los dones recibidos de manera ecuménica. Poco importa que la tradición tenga orígenes paganos en Europa, la misma se cristianizó lo suficiente para después secularizarse e incluir a todos. Tampoco es relevante que el mito de compartir la mesa entre nativos y colonos como iguales sea apócrifo. Menos aún que el porcentaje de estadounidenses dedicados a labores agrícolas sea mínimo en relación con el grueso de la población, o que lo trabajadores agrícolas disten de parecerse a los inmortalizados granjeros expandiendo la frontera al oeste. Lo relevante es la afirmación que en principio todos están convidados al banquete de la civilización que han construido juntos. De ahí que el “Thanksgivin” se torne en “sansgivin”.
La importancia de la celebración tiene como indicador irrefutable ser la que genera el mayor número de vuelos y desplazamientos por tierra en el país. La mayoría lo pasara con familiares sea como sea que los definan. No tiene un contenido confesional pero sí espiritual. En ella se rememora la historia de familias y grupos en su integración a la sociedad estadounidense. Celebrarlo por convicción y de manera compulsiva es el acto de naturalización. Antes que regalos en la sociedad más consumista conocida, es en la preparación de alimentos con ingredientes americanos (continentalmente hablando) como se materializa esa identificación. Al centro de la mesa reinará el pavo escoltado por la cornucopia de maíz, calabaza, arándanos, camote, papas, y un largo etcétera. En una sociedad con innegables antagonismos de clase a expresarse por identificaciones sexo-genéricas y étnico-fenotípicas, es digno de subrayarse que la variación en las mesas sea mínima. Por supuesto que hay y seguirá habiendo críticas a la misma y a su simbolismo. Desde el despojo de tierras y genocidio, como la apropiación de todos los referentes culturales. Qué es el pavo si no el cadáver del nativo en contacto con los colonos, se pregunta generación tras generación, con la peregrina idea de estar descubriendo la esencia del agua tibia. Viven la contradicción ayudando a cortarlo y servirlo, imaginando cómo es que ellos lo harán en su momento.
El valor de la fecha estriba justamente en poder plantear no en términos teóricos o especulativos, sino vivos y activos en la experiencia esa y otras contradicciones derivadas. En primer lugar, reconociendo que el espacio que se ocupa y disfruta hoy lo fue antes por otros grupos humanos con entendimientos muy diferentes a los contemporáneos. Asimismo, que la asimilación de ola tras ola de inmigrantes siempre es imperfecta y causa fricción, pero es la esencia misma de la dinámica social. La aculturación a un ideal no funciona ahora ni antes lo hizo; ninguna ola migratoria es un peligro que diluya carácter nacional ninguno. Para ello es que un día al año montan una obra de teatro y la escenifican como actores de método. Ciertamente hay parientes y amigos a los que todos prefieren evitar el resto del tiempo, pero ese día tienen su lugar en la mesa para decir lo que todos saben. Es mediante esa puesta en escena que los significados de familia, sociedad y nación se ensanchan y van haciendo progresivamente más generosos. Por eso mismo es una de las celebraciones que muy difícilmente se exporta, es inherente a una sociedad abierta y audaz. Ciertamente hay países que la han adoptado aún sin interés de los estadounidenses, sea por mímica o por ver en ella un ejemplo a seguir. Pocos son, empero los que han logrado imprimirle la potencia del original. Sin abogar por posición alguna, es un buen día para preguntarnos el valor de dar gracias, a qué y quiénes, por qué y cuál sería la forma adecuada.