En uno de los artículos más citados en la historia de los estudios de la dependencia en América Latina, Gabriel Palma enfatiza que la corriente a la que él pertenece sostiene que las posibilidades para el desarrollo del capitalismo en la región están condicionas a “las formas de subsirviencia que adopte respecto al centro” (del “sistema” en su escala mundial). Dicho artículo fue publicado en inglés en 1978. Desde entonces, puede advertirse que “mucho ha cambiado”. Su colega y muy probablemente a quien oyó el terminajo (pues procede del portugués), Fernando Henrique Cardoso, sería ministro de relaciones exteriores y hacienda en la primera mitad de los noventa del siglo pasado y, posteriormente, presidente del Brasil entre 1995 y 2002. En ambas capacidades aplicaría su arsenal crítico para reforzar tal contrahechura sin remilgo alguno. Aunque es entendible para todos los hablantes de español, su aplicación en inglés (y a las lenguas subsecuentes a las que se tradujese), parece no querer dejar duda por el uso del prefijo “sub” reiterando lo servil. No es pues sólo una distorsión o incluso el abusivo “desviación” usado por otros “dependentistas”, sino que estructuralmente demanda sumisión, genuflexión y abyección. Ese, nos debe quedar claro, es “el costo por hacer negocios” con piratas.
Todo ello viene a cuento por los eventos de la semana. México ha cambiado de cómo era descrito en aquella literatura especializada pasando de exportador de materias primas (plata y petróleo en diferentes periodos históricos) a manufacturas y fuerza laboral desechable en el presente. Tal transición se debe al diseño de otro especialista en economía política y supuesta némesis contra la cual se afirma la coalición gobernante en la actualidad. Es gracias al “genio” de Salinas que haya TLC (parchado), que es defendido ahora por quienes alertaron mucho de lo que profundizaría la subordinación servil a los Estados Unidos. El paso de la dictadura imperfecta del PRI a una trastornada en Morena nos muestra no sólo la plasticidad de las fuerzas políticas en “la formación estatal”, también que independientemente de las ideologías, la estructura se mueve en una dirección. Las amenazas de Trump respecto a aplicar impuestos a las importaciones mexicanas a los Estados Unidos son el recurso a lo que quedaba sin decir de la relación, que no es sólo comercial, sino de suserviencia política. Dado el grado de dependencia no sólo del sector exportador, sino en sí de lo que imaginamos como país, fue suficiente para que se lograsen todas las concesiones exigidas. Ninguna más oprobiosa que el despliegue abierto de aviones de espionaje estadounidenses confirmando o precisando la inteligencia que requieren para sus planes policiacos y militares en Sinaloa y “Mar de Cortes”. Toda la ideología nacionalista, reiterada ad nausea respecto a “soberanía”, “igualdad” y “respeto” es un espantajo risible. Los “hechos sobre el suelo” es lo que cuenta y más allá de los mitotes de partido en giras donde se irá deteriorando irreversiblemente como la palabrería hueca que es frente al invasor. El tratado de Guadalupe Hidalgo se actualiza para las apariencias, por más que Trump haga mofa de él cotidianamente. Entre los efectos no intencionales de sus amenazas y consistencia al imponer condiciones está justamente que nos obliga a revisar mucho de lo descartado y dado por “superado”. Los estudios de la dependencia son sólo una importante muestra entre otras lamentables omisiones.
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