elmundoiluminado.com
Hacemos cosas, o mejor dicho, suponemos que las hacemos. Solemos atribuirnos méritos que son propios de nuestro cuerpo, pero no de nosotros; aunque parezca ilógico, nosotros y nuestro cuerpo no somos del todo el mismo ser. Pero nosotros, es decir, el Yo con el que nos identificamos, tampoco es la mente, pues ella, al igual que el cuerpo, también posee su autonomía. ¿Pero entonces qué es el Yo que creemos ser? Hay quienes han relacionado este Yo que somos con el alma, la cual es ajena al cuerpo y a la mente, aunque temporalmente comparta espacio con ambos. El Yo que somos no es el cuerpo, como tampoco la mente y esto lo notamos principalmente con el paso del tiempo, el cual hace estragos en la maquinaria en la que nos movemos, pero no en nuestra voluntad, la cual generalmente va en sentido contrario al organismo. El alma quiere una cosa, el cuerpo otra y la mente otra más.
Cuando decimos “Yo hago esto o aquello”, ¿específicamente de cuál Yo estamos hablando?, ¿del Yo con el que nos identificamos o del Yo con el que compartimos la existencia y que es el responsable de las funciones orgánicas? La mayoría de nosotros vive cada uno de sus días sin enterarse de la multiplicidad de Yoes que nos habitan, viven pensando que son un sólo Yo, pero es precisamente por este desconocimiento que se nos presentan tantos problemas. Suponer que somos un sólo Yo, y no dos o tres, nos impide profundizar en las contradicciones a las que nos enfrentamos cotidianamente. Cuántas veces no nos ha ocurrido que deseamos una cosa al mismo tiempo que la mente nos advierte de sus peligros; esta contradicción es más fácil de vislumbrar cuando consideramos que tenemos la consciencia para discernir entre el bien y el mal, pero, además, también poseemos el libre albedrío, el cual nos permite optar por aquello que nos hace daño, lo cual todos hemos hecho alguna vez.
Por el hecho de que sentimos nuestros pensamientos en la cabeza y que podemos dirigir algunos de ellos, suponemos que somos los artífices de nuestras ideas, sin embargo, en nuestra cabeza existe un otro fabricando cada uno de los pensamientos que atestiguamos durante el día y por ello es que nuestra voluntad es inútil cuando nos proponemos acallar a la mente; quien quiera que se haya propuesto dejar de pensar por un instante, sabrá que es imposible, y esto es porque la mente, al tener su propio Yo, es relativamente autónoma del Yo con el que nos identificamos, aquel al que le hemos dado un nombre propio, nacionalidad, profesión, etcétera.
Una evidencia más de que hay otro Yo compartiendo el mismo territorio del cuerpo está en todos aquellos actos que hacemos sin plena consciencia de ellos. Preguntémonos lo siguiente: ¿Cuántas inhalaciones y exhalaciones hemos realizado desde que comenzamos a reflexionar estas ideas? ¿Cuántas veces ha latido nuestro corazón desde entonces? ¿Hemos sido conscientes de ello, así como de cuando nos rascamos, movemos una extremidad o parpadeamos? ¿Si todo ello ocurre a costa de nuestra voluntad, quién es el responsable? Algunos científicos no dudarán en afirmar que es el sistema nervioso autónomo, ¿pero eso es todo?, ¿con esta respuesta, acaso, queda satisfecha nuestra curiosidad?
¿Y en un sentido mayor, cuál es la voluntad que mueve el resto del cosmos? Sí, las funciones instintivas de supervivencia mantienen a los cuerpos vivos en lo que podríamos llamar una lucha incansable contra la muerte, ¿y qué es la muerte sino la desaparición del Yo?, y por ello es que le tememos tanto, pues para cada uno de nosotros es inconcebible la idea de que un día el Yo con el que se identifica habrá de desaparecer sin dejar rastro alguno. A la muerte se le teme cuando su llegada es inminente; antes, no.
Toda la naturaleza, incluída la nuestra, responde a una inteligencia superior que algunos llaman “Dios”, otros prefieren evitar cualquier clasificación, pero lo cierto es que en cada criatura, forma y ser existe una relación intrínseca de la cual pocas veces nos percatamos. El Yo místico, por llamarlo de alguna manera, es la causa de todas las consecuencias y es por este Yo místico que las constelaciones se mueven y se desenvuelven, pero también es por éste que nuestros pensamientos y respiración son motivados aún en contra de la voluntad del Yo con el que nos identificamos y que creemos que somos. La filósofa Mónica Cavallé, en su obra La sabiduría recobrada: Filosofía como terapia, lo explica de la siguiente forma:
«Decimos habitualmente: “Yo respiro”, pero ¿es realmente así? ¿Cada inspiración y espiración son un acto consciente? Evidentemente, no. Entonces, ¿quién es ese yo que respira en nosotros? Decimos: “Yo pienso y hablo”, pero ¿estamos seguros? ¿Elegimos cada pensamiento y palabra cuando hablamos? Tampoco. Entonces, ¿de dónde surge ese pensamiento? ¿Quién es ese yo que piensa y habla cuando decimos “yo pienso”? Ese “Yo” es la Vida que anima todo lo que vive, desde la brizna de hierba más insignificante hasta la estrella más conspicua. Es la Inteligencia que hace que todo sea lo que es y llegue a ser lo que está destinado a ser. El yo superficial que creemos ser no equivale al misterioso Yo que respira en nosotros, que piensa en nosotros, que vive en nosotros, que actúa en nosotros, sin necesidad de que nuestro yo particular tenga plena autoría sobre ello. ¿Elegimos conscientemente cada pensamiento que tenemos y cada palabra que pronunciamos? ¿Elegimos querer lo que queremos o anhelar lo que anhelamos? Todo nuestro obrar es una actividad espontánea que sucede a través de nosotros, pero no en virtud de nosotros; que podemos dirigir u orientar, pero no originar; una actividad, en definitiva, que tiene un origen impersonal.»
Es fundamental la práctica de conocernos a nosotros mismos, pues el conocimiento del Yo es la única vía para escapar del sufrimiento, sin embargo, este conocimiento del Yo únicamente será pleno cuando contemple al resto de los Yoes que nos animan. Somos un cuerpo, mente y alma subordinados al Yo místico que nos hace preguntarnos quién es ese Yo.