En una casona de Gaobeidian, aldea considerada de las más antiguas de Pekín, una mujer se pasea en un salón atiborrado de pupitres y alumnos que temblorosos marcan una línea con pincel.
Con una mirada firme, Jing Jing observa cómo sus discípulos delinean contornos y rellenan espacios con llamativos colores en máscaras de la ópera de Pekín, una de las principales esencias de la cultura milenaria China.
Nacida en la provincia He Bei, pero hoy habitante del distrito de Chaoyang, Jing Jing insiste a sus novatos pintores la importancia de cada color en la personalidad que encarnarán los actores ataviados con los rostros.
«El secreto de pintarlas es poner mucha atención a los detalles y concentrarse mucho para poder entender mejor las características y personalidades».
De manera autodidacta, Jing Jing aprendió una de las artes más antiguas del imperio asiático y sabe que el color rojo representa lealtad, honestidad y valentía; el negro refleja neutralidad; por el contrario, el blanco es traición y azul rectitud, rebeldía.
«Durante toda mi carrera siempre he estado conectada con la cultura China y el aspecto folclórico y siempre me interesa profundizar en esta área con mi conocimiento».
A ocho kilómetros de la emblemática Plaza de Tiananmen, Jing Jing desvela los secretos para que los nuevos rostros vayan de acuerdo con la personalidad de los actores que saldrán a escena.
Se requiere -reitera Jing Jing con una voz melodiosa y un rostro que se alegra – concentración, pero ‘también el amor del corazón para este arte’. Y un proceso: primero los colores chillantes y al final el negro, porque cubrirá los errores.
Durante años, Jing Jing aprendió que los protagonistas encarnados por el moderno Sheng y su compañera Dan llevan un maquillaje simple y que el rostro del temperamental Jing y del payaso Chou son mucho más elaborados.
«Cuando se pintan las máscaras se siente un gran orgullo… Y cuando veo la obra terminada me siento orgullosa porque de esta manera se expresa la cultura y tradición China».
Jing Jing ama la Ópera de Pekín que se inició a mediados del siglo XIX, donde las máscaras bastan para que pueda distinguirse quiénes interpretan los papeles heroicos, malvados, ingenuos o inteligentes.
«El punto preciso de este proceso es que se pueden sentir las características de los personajes, solamente a través de las máscaras y eso es una magia».
Las intrigas de la Corte y hasta las hazañas militares de las puestas en escena son consideradas como una de las máximas expresiones de la cultura y de los tres tesoros de China, entre ellos la pintura y la medicina.
«Estas tres cosas componen la esencia de la cultura y a todos les emociona e interesa mucho… Y yo me emociono por este tesoro».
Desde un apartado reducto de la mega urbe llamada Pekín, Jing Jing busca transmitir esa esencia en rostros con exageraciones de los rasgos verdaderos de los personajes.