¿Cómo abordar la emergencia?
Al escribir estas líneas desconozco el impacto que la tormenta tropical Gama y el huracán Delta tendrán para los habitantes del sur del país. Espero que en el recuento de los daños, que desafortunadamente habrá, solamente se hagan presentes los materiales, siempre deplorables, pero que no tengamos que lamentar pérdidas humanas. Cada año los fenómenos meteorológicos en el mundo se han incrementado en su número e impacto.
Los llamados fenómenos naturales que en algunas de sus variantes eran atípicos: fuertes vientos, intensas lluvias, altas o bajas temperaturas y una larga relación de etcéteras, se han vuelto cada día más típicos que inusuales. Desde hace varios años hemos escuchado y leído sobre el cambio climático y sus efectos.
En 2016, la Cumbre de París logró que los Jefes de Estado y de Gobierno de la comunidad internacional reconocieran la magnitud de los problemas y adoptaran medidas para resolver problemas que los científicos advertían como muy graves para la sobrevivencia de la especie humana y el planeta.
En América Latina las consecuencias serán significativas. Se estima que habrá un reemplazo de la vegetación semiárida por árida en muchas regiones; los bosques tropicales de la parte este oriental de la Amazonia se convertirán en sabanas, y muchas zonas sufrirán “ estrés hídrico”. Los efectos de estas transformaciones impactarán gravemente en un tercio de la población que vive por debajo del umbral de la pobreza. Para el caso de México, se proyecta que la temperatura media anual podría aumentar entre 0.5 y 4.8 grados centígrados en el periodo 2020-2100, mientras que las precipitaciones se reducirían hasta 15% en el invierno y 5% en el verano. Los impactos en la salud, los sistemas de distribución de agua y drenaje, la agricultura, la infraestructura carretera, la generación de energía eléctrica, entre otros rubros, serán profundos y desestabilizadores. Los científicos afirman, incluso, que algunas especies de aves podrían extinguirse y los incendios forestales incrementarse.
Después de suscrito el Acuerdo de París, poco nos duraría el gusto de que se hiciera lo correcto. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca vino acompañada con el anuncio de la salida de Estados Unidos del pacto global, cancelándose de este modo la participación de uno de los países que más contribuye al calentamiento global . En México, como dice el argot popular, tampoco cantamos mal las rancheras. En 2018, el cambio de gobierno afectó también los compromisos asumidos. Por ejemplo, en lo relativo a la emisión de gases de efecto invernadero, se ha abandonado el desarrollo de energías limpias y se ha regresado al modelo tradicional de uso de energías fósiles que impulsa la actual administración federal. La construcción de Dos Bocas y la rehabilitación de refinerías son el ejemplo más emblemático del abandono de los compromisos globales en materia climática.
Todo esto viene a colación justo en el momento en que el huracán Delta azota el territorio nacional, con rachas de vientos de 120 a 150 km/h, oleajes de 5 a 7 m de altura , dejando a su paso severas inundaciones en el sureste del país, importantes afectaciones en las viviendas de las familias así como en la infraestructura de numerosas localidades, y provocando el cierre de las de por sí disminuidas actividades turísticas de esa región. Lo anterior coincide con la decisión adoptada el martes pasado de desaparecer 109 fideicomisos públicos, entre ellos, el Fondo Nacional de Desastres.
En la discusión de esa noche escuché las voces de quienes promovieron su desaparición, acusando corrupción e ineficiencia. Y también argumentaciones lúcidas, tanto en el recinto legislativo como fuera de él, que explican por qué era importantes la existencia de esos fideicomisos y fondos en disputa. Retomaré algunas ideas que ya adelantaba la semana pasada, y las razones de por qué este tipo de instrumentos financieros resultan importantes para asegurar que los recursos existan en el tiempo, independientemente de las negociaciones presupuestales, y las coyunturas económicas.
Escuché la voz de una joven y destacada economista que señaló tres razones que comparto plenamente y dan sentido a este tipo de instrumentos. Primera, los fideicomisos permitían conseguir los fines deseados con reglas diferentes a las del gasto corriente, incluyendo su multianualidad, esto es, no estaban obligados a ejercer la totalidad de los recursos en un año porque esto no correspondía a las características de sus fines y tampoco se veían obligados a reintegrar sus fondos a la Tesorería de la Federación. Esto no quería decir, de ningún modo, que no tuvieran reglas claras y leyes que sujetaran su operación. Simplemente, las condiciones eran diferentes por la naturaleza de los temas que abordaban. Segunda, los fideicomisos permitían aumentar la coparticipación de otras fuentes de ingreso: organismos supranacionales, Banco Mundial, BID, etc., resultado de la cooperación internacional, de particulares o, inclusive, de recursos de autogestión. Lo anterior, lejos de reducir el éxito o representar una carga para el erario público, como algunos afirmaron, permitía incrementar los recursos de los fideicomisos con aportaciones de distintas fuentes de financiamiento. Y tercera, la participación de otros actores sociales, no solo del Estado, ampliaba la responsabilidad social de los involucrados.
Ejemplos de esto eran frecuentes en los proyectos de ciencia y tecnología, pero también en los de salud, atención a víctimas y, particularmente, en el ámbito del Fonden. En casos de desastres era común observar aportaciones de fundaciones privadas y particulares. Recuerdo eventos que, en nuestra entidad han ocurrido: las inundaciones y derrumbes en la Sierra Norte o los sismos que han afectado la capital o la Mixteca poblana, donde las aportaciones de la Fundación Amparo, Jenkins, etc., hicieron la diferencia en la respuesta de auxilio para la población.
Como en todos los casos, insistiré en que siempre habrá margen de mejora para cualquier política pública, pero lo que no se puede permitir es que, en este como en otros temas, la estridencia supla la argumentación. Y que, como en voz del propio secretario de Hacienda se reconozca “que preocupa saber de donde se obtendrán los recursos para hacer frente a las emergencias en un país como México donde estados como Oaxaca, Puebla, Cd de México, Veracruz, Tabasco, etc., siempre están expuestos”. Cuando, contradictoriamente, los instrumentos probados simplemente se destruyen sin razón. La naturaleza desafortunadamente no tiene palabra de honor y hoy, para atender la emergencia, tampoco nos basta con su palabra de honor.