Miguel Ángel Martínez Barradas
Ocurre el siglo cuarto antes de Cristo, en Macedonia. Alejandro Magno cuenta con apenas quince años de edad, sin embargo, su preparación militar es envidiable, pues nadie es tan diestro como él en el arte de la guerra, ya sea que la batalla ocurra entre afilados aceros o seductores almohadones de plumas. El avance imparable de un caballo hace trepidar a la ciudad de Pela. El animal es descomunal, y si detiene su carrera es sólo para arrancar con sus dientes los brazos de quienes osan atraparlo. La bestia llega hasta donde Alejandro, se miran furiosos a los ojos, y corren el uno al otro ardiendo en instinto. La bestia, a pesar de su estirpe mitológica es sometida, sin embargo, el orgullo no la entorpece y reconociendo la supremacía del heredero al trono se convierte en su compañero de guerra. Alejandro y Bucéfalo, que es el nombre del caballo, fueron inseparables durante treinta años, los unió un amor que el monarca nunca halló entre los de su especie, y cuando el corcel feneció, su jinete erigió una ciudad en su nombre.
Uno de los maestros de Alejandro Magno fue Aristóteles, filósofo de innumerables intereses, entre los que se halla el de la zoología, de hecho, es posible afirmar que con él se funda esta ciencia cuyo objeto de estudio son los animales. Aristóteles escribió una vasta obra biológica en la que estudia a las especies animales, tanto a las silvestres como a las domésticas, procurando no excluir a ninguna de las que él tuvo noticia, así nos habla tanto de las aves, como de los peces, de los perros y de los gatos, de las serpientes y de los insectos, e, indudablemente, del hombre, quien ha establecido una relación con los animales no sólo con fines alimenticios o de abrigo, sino también, afectivos, como es el caso de Alejandro y Bucéfalo, por ejemplo.
Para Aristóteles, no hay animal menor ni insignificante, pues todos tienen la misma importancia dentro de la escala de la vida, y así, el filósofo se maravilla tanto con el imponente elefante como con la minúscula pulga que tantas molestias produce entre los animales de sangre caliente. En uno de sus tratados, el maestro de Alejandro Magno se expresa de la siguiente manera: «No se debe, por lo tanto, alimentar un disgusto infantil hacia el estudio de los seres vivos más humildes: en todas las realidades naturales hay algo maravilloso. La ausencia de azar y la orientación a un fin está presente en las obras de la naturaleza. Y el fin, en vista al cual éstas se han constituido o formado, ocupa el lugar de la Belleza. Pero si alguno considerara indigna la observación de los otros animales, de igual modo debería considerar también la de sí mismo.»
Lo que Aristóteles nos dice es que la variedad de animales tiene como único fin enriquecer al mundo con el favor del Bien y de la Belleza, y es por esta búsqueda del Bien y de la Belleza que el hombre se ha hecho acompañar de animales en todas las épocas históricas; Alejandro y Bucéfalo son tan sólo un ejemplo del amor que uno puede tener hacia los animales, pero podríamos citar otros ejemplos, también famosos, o particulares, como el del amor que cada uno de nosotros mantiene, si fuera el caso, con sus mascotas, palabra que por cierto en un inicio significaba “talismán” o “amuleto”, hecho que abre la incógnita de si nuestros compañeros no humanos nos preparan mejor para la vida por alguna razón ligada a lo sagrado.
Del amor a los animales han hablado otros, no sólo Aristóteles. Sir Roger Scruton, filósofo del siglo pasado, juzga necesario el amor a los animales, sin embargo, lamenta la humanización que se ha hecho de los mismos, y es que como el ser humano cada día tiene más dificultades para amar a sus iguales debido a su egoísmo, cambia, también egoístamente, el objeto de sus emociones: «En particular me preocupa que nuestras inclinaciones afectivas favorezcan a algunos animales por encima de otros. […] Hay ciertos amores que destruyen. […] Lo bueno no es sólo amar, sino amar al objeto correcto, en la ocasión adecuada y en el grado preciso. […] El amor requiere también de disciplina. […] ¿Cuándo y cómo es correcto amar a un animal? Me parece que el modo correcto de amar a un animal no es amarlo como a una persona, sino como a un criatura que ha sido criada hasta llegar a las fronteras de la personalidad […] Mientras que el amor de los perros es incondicional, el nuestro está lleno de condiciones […] El hombre conduce a las personas a ver a los animales como muñecos, al mismo tiempo que hace creer que los animales están siempre en lo correcto y tienen una posición moral privilegiada».
Scruton no se equivoca, el amor desaforado produce más estragos que beneficios, y es que como decía Aristóteles, cuando el amor es emanado desde el vicio, sólo conduce hacia el mal. Sin embargo, tenemos ejemplos notables de quienes amaron hasta el último momento a sus compañeros no humanos y más fieles, tal es el caso del poeta Lord Byron, quien en el siglo XIX vio morir, de rabia, a su perro, Boatswain, a quien le escribió estos versos: «Cerca de este lugar reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad, y todas las virtudes del hombre sin sus vicios […] El pobre perro, en vida el amigo más fiel, el primero en saludarte, el más dispuesto a defenderte, cuyo honesto corazón es propiedad de su dueño quien trabaja, pelea, vive, respira por él cae sin honores, sin que nadie note su valía, y el alma que lo acompañó en la tierra es rechazada en el cielo mientras que el hombre, ¡vano insecto!, desea ser perdonado, y reclama un cielo exclusivo para él.»
Incondicional es el amor de los animales; condicional, el del ser humano. Perros o gatos, aves, peces, reptiles o insectos, cualquiera que sea la bestia que nos acompaña, en sus ojos vemos reflejada nuestra animalidad y misterio. ¿Cuál es el tesoro que en las incontables especies reside? Desde Aristóteles y hasta Scruton, desde Bucéfalo y hasta Boatswain, un amor animal se niega a morir, un amor animal se opone a las fauces espumosas que se adelantan y devoran al mundo, un amor animal que vive en cada gato, perro, ave y pez lucha contra el burbujeo hirviente del peor mal de todos, aquel cuyo nacimiento está en la rabia humana.