La práctica lleva años, pero el debate sobre la legalidad -y ética- de la misma se encendió a finales de septiembre gracias a un poderoso testimonio compartido en las redes sociales.
«Las imágenes, ya se sabe, son más potentes que el texto; ‘llegan primero'», escribió el 28 de ese mes una mujer llamada Marta Loi en su página de Facebook, junto a la fotografía de una cruz con su nombre en un cementerio romano.
«Hela aquí… empiezo escribiendo que esta no es mi tumba, sino la de mi hijo», continúa el texto, en el que Loi deja claro que la sepultura, que aloja a los restos del feto que tuvo que abortar por razones médicas, fue erigida sin su conocimiento ni consentimiento.
Y lo mismo se puede decir de casi todas las tumbas que se alzan en el llamado «Jardín de los ángeles» del cementerio Flaminio, la sección dedicada a lo que la legislación italiana llama restos abortivos y las asociaciones católicas que muchas veces se encargan de las sepulturas «niños no nacidos».
Ahí se alza un mar de cruces blancas identificadas con nombres de mujeres cuyos abortos -espontáneos o inducidos- terminaron haciéndose públicos gracias a tumbas que nunca fueron autorizadas por ellas.
«A estas alturas me parecen obvias las reflexiones sobre lo escandalosamente absurdo que es todo, sobre cuánto se ha violado mi intimidad», argumenta Loi en su texto, donde también habla del «enfado y la angustia que me causó ver que, sin mi consentimiento, otros han enterrado a mi hijo con una cruz, un símbolo cristiano que no me pertenece, y han escrito en ella mi nombre de pila».
Y según Elisa Ercoli, de la organización Diferenza Donna, ese enfado y angustia los comparten al menos otras 160 mujeres «de todos los credos» afectadas por la práctica, que se han acercado a la ONG en busca de representación legal para combatirla.
Con información de BBC
Portada y Foto: BBC