Carolina Gómez Macfarland
Uno no es ninguno. Dos son la mitad. Tres son uno. Y como uno no es ninguno, volemos a empezar.
Un problema de salud pública y que parece aumentar cada momento, es sin duda, el alcoholismo. Creemos que no pasa, que tomar es normal, un asunto de amigos, un asunto social. Sin peligro ni consecuencias.
Pero el alcoholismo sí es un problema, y no solo se refiere a una persona que todos los días bebe. El alcoholismo es un trastorno que se come a una familia o comunidad entera, y que tiene que ver con la historia y la ininterrumpida repetición de patrones de comportamiento de muchas generaciones atrás, del actual adicto al alcohol.
Además, no solo atañe a quien lo padece, el alcoholismo va asociado a fenómenos sociales como la violencia familiar, los accidentes, las lesiones, los homicidios, los suicidios entre otros.
Y se crea una idea esperanzadora y mágica para acabar con el problema, tan simple como cerrar la botella y ya, el asunto se terminó.
Sin embargo, este trastorno, no termina cuando se deja de beber. Los problemas persisten cuando se presenta el síndrome de abstinencia.
Entendamos que la personalidad adicta, existe mucho antes de que comience el consumo. La bebida se utiliza como una muleta emocional, que ayuda a la persona a desinhibirse y transformar su personalidad para enfrentar situaciones difíciles, que no puede manejar cuando está sobrio. Es un trastorno causado por múltiples factores: rechazo afectivo, violencia, responsabilidad prematura, sobreprotección o abuso. Todo esto, genera un retraso en el desarrollo y fortalecimiento de un individuo, dando lugar a la inseguridad, ansiedad, egocentrismo, complejos y una muy baja autoestima.
Por eso, aún cuando aparentemente el problema se acaba, cuando la botella se cierra, cuando alguien hace una promesa o intenta un cambio significativo, nada parece mejorar.
Porque al dejar de beber, se presenta el síndrome de la borrachera seca. No hay bebida, no hay alcohol, pero la persona y su historia, son los mismos.
Un alcohólico mojado es una persona que se mantiene en constante consumo de la bebida, es decir, borrachos. Y el alcohólico seco, es quien deja de beber por un tiempo, sin embargo, continúa con una conducta ahora más alterada, deseo de gratificación inmediata de sus necesidades, actitudes y conductas infantiles, cambios bruscos de estado de ánimo, corta duración de sus propósitos, y tendencias autodestructivas. La borrachera seca es un estado de completa intoxicación emocional, menciona el Dr. José Antonio Elizondo. Sitúa al alcohólico en una situación de malestar e insatisfacción cuando no está bebiendo.
El alcoholismo va mucho más allá de solo beber y estar “borracho”. Implica toda una red familiar y social que prefiere muchas veces ignorar este trastorno a hacerse responsable de él y pedir ayuda. Lo que no saben tanto los adictos como sus familias, es que sus conductas afectan a muchas más personas, y que pueden continuar este ciclo en una y otra generación, hasta que decidan hacer algo.
Hoy en día hay muchísimas opciones que brindan apoyo para una recuperación satisfactoria y plena, sin embargo, no olviden que no estamos hablando de víctimas, que merecen lástima y mucho menos que habrá personas que les resolverán todo. Debe existir compromiso por parte de una persona que tiene una adicción, así como de su familia, y mucha fuerza de voluntad aunado a la mayor esperanza y fe de la que puedan echar mano.
Doloroso es el tiempo donde se estanca el crecimiento emocional y doloroso es el camino de la recuperación. Pero, ¿no es este sufrimiento necesario para todo ser humano, en su esfuerzo por alcanzar las metas que dan verdadero sentido a su existencia?
Y RECUERDEN…TODO SALDRÁ BIEN AL FINAL. Y SI LAS COSAS NO ESTAN BIEN, ES QUE TODAVÍA NO ES EL FINAL.