El abismo de la miseria
Miguel Ángel Martínez Barradas
Cerrar cualquier ciclo es necesario para iniciar uno nuevo. Si iniciamos algo sin haber terminado lo que antes habíamos comenzado, la ansiedad y el desasosiego se apropiarán de nuestros días. Ahora, no se trata únicamente de cerrar los ciclos, sino de hacerlo en unas condiciones mejores a las que teníamos cuando iniciamos. “Es que no he tenido tiempo”, “es que nadie me ayuda”, “es que no me comprenden”, “es que no sé cómo”, “es que no es justo”, “es que alguien a quien quería, murió”; justifiquémonos por todo, y ningún ciclo llegará a un término digno. “Es que no me ha ido bien”, malas consecuencias vienen de malas decisiones. Ni la vida, ni los años, ni los meses, ni los días son buenos o malos por sí mismos, son tan sólo reflejos de nuestros pensamientos. Si iniciamos mal, debemos de terminar bien; si iniciamos bien, debemos de terminar mejor; el perfeccionamiento debe de ser progresivo y no reversivo.
Aunque la vida se vive comunitariamente, se recorre en soledad la mayor parte del tiempo, sin embargo, pocos están dispuestos a asumir su soledad responsablemente, y prefieren cargar a otros con los deberes que a uno mismo le competen. No se confunda la soledad con el individualismo, la primera conduce a la libertad, el segundo, al esclavismo que vemos todos los días y en todos lugares. Estar solo (aquí se habla de una soledad del ser, de la existencia) no significa carecer de empatía ni de filantropía, sino reconocer el lugar que nos corresponde en el mundo para que desde ahí incidamos provechosamente en lo familiar y social. Si la violencia crece todos los días, junto con la pobreza material y espiritual, si la injusticia se ha colado por debajo de la puerta y por la ventana de nuestros hogares, es porque el individualismo (el egoísmo) al que ciegamente nos entregamos, lo ha permitido. Comprender nuestra soledad en el mundo es el primer paso para iniciar el cierre de todo ciclo.
Es absurdo suponer que el mundo puede convertirse en un sitio apacible para todos, pues el egoísmo jamás desaparecerá, pero eso no significa que las diferencias sociales no puedan ser reducidas. Jamás tendremos un mundo socialmente perfecto, pero sí es posible llegar a sociedades más justas, más satisfechas en su soledad individual. La búsqueda de la justicia, del bien y de la Verdad deberían de ser siempre el inicio de todo ciclo y obtener estos tres bienes, o cuando menos acercarnos a ellos, su término. Si vemos que nuestros actos nos alejan de la justicia, del bien y de la Verdad, es al individualismo y no a la soledad hacia donde caminamos.
Lineamientos para el buen vivir nos los han dado innumerables profetas, personas de fe, religiones, elegidos y filósofos y si bien todos han errado, debemos de admitir que en todos ha brillado un rayo de la Verdad. La doctrina perfecta no existe, profana o espiritual, no importa, pero esto no nos impide nutrirnos de algunas enseñanzas que si bien no disipan las tinieblas, pueden darnos una trémula luz para no caer en nuestro andar. Para el caso que nos ocupa, los interminables ciclos, sirvan las siguientes enseñanzas dictadas por Helena Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, en su obra “La escala dorada”:
«Vida limpia. Mente abierta. Corazón puro. Intelecto despierto. Percepción espiritual sin prejuicios. Fraternidad hacia nuestros iguales. Presteza para dar y recibir consejo. Obediencia a los mandatos de la Verdad. Lealtad y deber hacia los maestros de la Verdad. Valor para soportar las injusticias personales. Enérgica declaración de principios. Valiente defensa de los que son injustamente atacados. Y mirada siempre fija en el ideal humano de progreso y perfección. Esta es la Escala de Oro que conduce al Templo de la Sabiduría.»
Los trece peldaños de la áurea escala anteriormente citada van de lo individual a lo colectivo. El ciclo inicia en el “yo” y termina en el “nosotros”. Si bien todos los escalones que conducen al Templo de la Sabiduría son importantes, es en los primeros cuatro en donde radica su fuerza: «Vida limpia. Mente abierta. Corazón puro. Intelecto despierto». Preguntémonos en nuestra soledad: ¿Por qué mi vida está sucia? ¿Por qué mi mente está cerrada? ¿Por qué mi corazón está manchado? ¿Por qué mi intelecto está dormido? Encontrar la respuesta a estas interrogantes es lo que generalmente llamamos el “darse cuenta”, es lo que los místicos llaman “revelación” y los psicólogos “Insight”.
De la vida limpia individual, al progreso y perfección social va la escala dorada; de la mente abierta y el corazón puro, al combate de las injusticias en contra de nuestros iguales; este es el inicio y cierre del ciclo que la escala de oro nos presenta, el ciclo de la justicia, del bien y de la Verdad que habrá de confrontarnos con nuestra soledad e individualismo. La escala de oro fue propuesta en el siglo XIX como un remedio para la desazón del momento, valdría la pena que nos preguntemos: ¿Qué tan diferente es nuestra sociedad a la de aquel entonces? ¿Hemos superado el individualismo para hacernos responsables de nuestra soledad? ¿Acaso hemos comprendido que las consecuencias adversas tienen por causa nuestros actos, o seguimos culpando al destino, a nuestras familias o a la sociedad de nuestra desgracia? Si el mundo hoy está enfermo, no es porque una voluntad suprema quiera enseñarnos algo, sino porque nuestro egoísmo ha enfermado la tierra que pisamos en detrimento de todos.
Decíamos al inicio que cerrar cualquier ciclo es necesario para iniciar uno nuevo. Detengámonos a examinarnos: ¿Qué es lo que todavía tengo pendiente? ¿He gastado mis energías en pretextos o en acciones? ¿A quién he hecho responsable de mi soledad? No es con la escala de oro con lo que debemos de comenzar un nuevo ciclo, antes bien, es preciso que meditemos en las respuestas a estas tres interrogantes, pues dependiendo de lo que hallemos en ellas sabremos si nuestro trayecto por la escala de oro es hacia la soledad superior, el templo de la sabiduría, o hacia el individualismo inferior, es decir, hacia el abismo de nuestra miseria.
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