Miguel Martínez Barradas
«—¿Hay alguien aquí?, —Aquí, aquí. —Muéstrate, ven, —Ven, ven. —¿Eres luz u oscuridad?, —Oscuridad, oscuridad.» Los mitos son explicaciones alegóricas del origen del universo, del mundo y del hombre. El diálogo con el que hemos iniciado se da entre Narciso y Eco, siendo el primero humano y la segunda, ninfa. Eco está enamorada de Narciso (quien es divinamente hermoso, pero humanamente cruel), sin embargo, por haber disgustado a los dioses, ella está condenada a repetir las últimas palabras que le son dichas. En el breve diálogo anterior, no es que Eco sea realmente una personificación de la oscuridad que busca atraer a Narciso, sino que tan sólo repite, en contra de su voluntad, las últimas palabras que le son dichas (“aquí”, “ven”, “oscuridad”). Cuando Eco sale de entre los árboles en que se ocultaba para besar a Narciso, él la rechaza y, lastimada, Eco se recluye en una cueva en la que desaparece, dejando como único testimonio de su existencia su voz, que eternamente repetirá las palabras de quienes se adentren en la boca de la tierra. Narciso no tuvo un final menos triste que el de Eco, su soberbia fue castigada por los dioses, quienes le hicieron enamorarse de su propia imagen y en una ocasión en la que él se miraba en un lago, queriéndose besar, cayó en el agua y se ahogó.
El mito de Narciso tiene como protagonistas a un joven bello y cruel, y a una ninfa insegura y triste. El primero es castigado por su soberbia; la segunda fue castigada por ser cómplice de las infidelidades de Zeus. Y aunque Narciso murió ahogado y Eco desapareciendo en una cueva, lo cierto es que el caso de ambos podría reducirse al mismo defecto: el amor no correspondido. Narciso desea enfermizamente a su reflejo, y Eco arde ingenuamente por Narciso. Los dos quieren amar a otro, lo que es imposible, pues son incapaces de amarse a sí mismos. Sólo podemos dar lo que tenemos, si no nos amamos, no podemos dar amor.
Si bien los mitos son esencialmente relatos religiosos, éstos, por sus múltiples enseñanzas, han sido adoptados en otros campos del quehacer humano. En el caso de la psicología, disciplina que por ahora nos ocupa, los mitos han sido utilizados para explicar comportamientos del ser humano y es precisamente el de Narciso el que pretende evidenciar cómo es el trato que mantenemos con nosotros mismos y con los otros, es con este mito que la psicología pone una lente para observar, nunca para juzgar, la salud de nuestras relaciones humanas, ya sean éstas familiares, amistosas, laborales o, incluso, amorosas. Sin importar el trato humano que mantengamos con el otro, un Narciso o una Eco están listos para apropiarse de nuestros sentimientos, pero, más peligrosamente, de nuestros pensamientos, fuente de toda angustia o recompensa.
Nuestra sociedad es peligrosamente narcisista y las redes sociales, que lo evidencian bien, son tan sólo la punta del problema. Nuestra sociedad ha sustituido a los espejos por dispositivos inteligentes que no sólo son capaces de crearnos autorretratos, sino de retocarlos hasta que lo que vemos no es una imagen de nosotros mismos, sino una proyección ideal de lo que ansiamos ser. Esta sociedad está obsesionada con las fotografías del “yo”, así como con el número de aprobaciones que otros narcisos hacen de éstos. ¿Por qué nos sorprendemos de que las relaciones humanas fracasen cuando hemos entronizado el culto al “yo” por sobre todas las cosas? “Sólo importa lo que yo diga; sólo vale lo que yo piense; soy una víctima; miren lo que me hacen…”, así, y de formas similares, piensa un narcisista, así pensamos todos porque nadie escapa al narcisismo, sin embargo, existen niveles de adoración del “yo”, algunos, peligrosos, tal y como lo señala Jean-Charles Bouchoux en “Los perversos narcisistas”:
«El perverso narcisista utiliza el vínculo familiar, profesional o amoroso para someter al otro. Necesita de esta proximidad para ejercer su influencia y no permite que su víctima se aleje de él. Es frío, no conoce la culpabilidad y no duda en culpabilizar a los demás… Los valores, los sentimientos y el comportamiento del perverso narcisista cambian en función de las personas y del contexto. En apariencia es amable. No tiene nunca en cuenta las necesidades ni los sentimientos de los otros, salvo para utilizarlos, manipular a su víctima, aislarla y conseguir que haga lo que él quiere… Utiliza el doble sentido para manipular y asumir el papel de víctima, para que le compadezcan o para incomodar al otro deliberadamente. No soporta ser blanco de las críticas, pero critica sin cesar. Para crecerse, se alimenta de la imagen de su víctima.»
El narcisista, en psicología, es un niño insatisfecho en un cuerpo de adulto que actúa para cumplir con sus deseos. El placer es su meta, pero, a diferencia de un individuo que tiene la capacidad de contenerse, el narcisista no tiene límites. ¿Cuántas relaciones egoístas no conocemos o hemos vivido y que se ajusten al cuadro del perverso narcisista? Y seguramente nos nacen preguntas como: ¿Qué hacer ante un narcisista? ¿Es posible “curar” el narcisismo? ¿Soy yo un perverso narcisista? Bouchoux responde: «Cuando somos conscientes de nuestras motivaciones y las integramos, entramos en una verdadera compasión y altruismo, sin negar nuestras necesidades personales en el límite de la abnegación. Ya no se trata de proyección, sino de tomar realmente distancia, que no será posible más que al precio de una renuncia. Entonces, de nuevo, podemos ver que el hombre nace varias veces: al mundo, en su nacimiento; a su imagen, hacia los dieciocho meses; a la sociedad, después del Edipo; y a su auténtica naturaleza a lo largo de toda su vida (a menudo en los momentos de crisis).»
Narciso nunca renació, el mito dice que se ahogó para seguir viendo su reflejo en la laguna de los muertos. ¿Y Eco? De alguna manera somos nosotros, que sin saber cómo ni cuándo hemos negado nuestra existencia a cambio de satisfacer el “yo” de un perverso que nos manipula y arrastra a su infierno, a su placer y a nuestro peligroso final: desaparecer en la caverna.