Humberto García Flores
Una vez más, al igual que en las últimas 3 elecciones presidenciales de los Estados Unidos, las grandes compañías tecnológicas del Internet han tenido un papel preponderante en la victoria del candidato electo como presidente.
En 2008, Barack Obama aprovechó el incipiente crecimiento de Twitter para aumentar la audiencia de su campaña electoral y evaluar la respuesta de los electores, usando una fórmula similar no tuvo mayores inconvenientes para su reelección en 2012.
En 2016, Donald Trump usó eficazmente Facebook para que, con el soporte tecnológico de la extinta Cambridge Analytica, identificaran perfiles de ciudadanos indecisos para direccionar propaganda electoral conforme a su perfil, persuadiéndolos de favorecerlo con su voto.
En 2020, Trump no pudo repetir el mismo modelo, la regulación desarrollada los últimos 3 años sobre el empleo de redes sociales para persuadir el voto fue prohibida y es severamente castigada.
Ante su inminente derrota en las elecciones, y como resultado de su propio estilo de gobernar, Trump perdió el apoyo de las empresas tecnológicas del internet que, argumentando violación a sus políticas de uso y contenido de publicaciones indebidas no dejaron pasar la oportunidad de suspender las cuentas del mandatario.
De las cuentas de redes sociales del expresidente Trump, Facebook e Instagram inahibilitaron las funciones de publicar, Twitter le suspendió todos los servicios y Amazon desconectó de su servicio de hosting a la red social Parler, empleada por sus simpatizantes para organizar revueltas a favor del exmandatario.
Ante este conjunto de eventos surgió la controversia en redes sobre el derecho a la libertad de expresión, toda vez que fueron eliminados los medios personales de difusión electrónica del expresidente.
Lo anterior obedece a que las redes sociales se han vuelto una parte fundamental de nuestras actividades cotidianas, las hemos adoptado como parte de nuestra vida olvidando que no somos dueños de nuestras cuentas, sólo somos usuarios con el derecho a usarlas a cambio de la información que es posible recolectar de éstas dentro del marco legal que cada país establece.
Resulta evidente que las grandes empresas tecnológicas propietarias de las redes sociales son capaces de ejercer un gran poder; en el país considerado como el más poderoso y democrático del mundo el papel de estas empresas ha sido fundamental en la victoria del candidato de las 3 últimas elecciones y lo seguirá siendo en el futuro, atendiendo a los intereses que resulten más favorables a sus propósitos.
En los siguientes años, los Estados y la sociedad deberemos ser muy observadores, cuidadosos y críticos del uso del internet, de las plataformas tecnológicas y las redes sociales. El Estado deberá desarrollar políticas y regulaciones que sirvan a los intereses de la sociedad, y ésta deberá hacer uso responsable de dichas tecnologías y exigir que la regulación obedezca al desarrollo de la humanidad y no a los intereses particulares.
¿Seremos capaces de lograrlo?