Blanca Alcalá Ruiz
En los últimos años hemos escuchado, cada vez más, hablar del liderazgo de mujeres y sus resultados. El debate ha ocupado lo mismo esferas internacionales que locales. Los resultados de esta incursión están a la vista. Indudablemente, como en todos los casos, no se puede generalizar ni se puede sostener que todos los hombres o todas las mujeres sean buenos o malos. Sin embargo, llama la atención que el liderazgo de muchas mujeres en los espacios públicos, haya brindado resultados asertivos, eficaces y al mismo tiempo sensibles; en particular en momentos de crisis como los que actualmente vivimos por la pandemia.
Destaca la gestión en países como Alemania, Islandia, Noruega, Finlandia, Taiwán, entre otros, donde este liderazgo ha sido notable. Indistintamente del tamaño de los países, el abordaje ha sido ordenado, las decisiones han considerado las opiniones de científicos y expertos en salud pública, se ha proporcionado información veraz y comunicación oportuna, y se ha mantenido cercanía con la población que gobiernan.
En todos estos casos se trata de primeras ministras o presidentas. Mujeres preparadas, con trayectoria en sus ejercicios profesionales. Ninguna de ellas es improvisada, y sus liderazgos han sido resultado de proyectos electorales y no electoreros, o de circunstancias coyunturales. Estas mujeres, con ejercicio de estadistas, gobiernan lejos de cualquier estridencia, y tomaron en serio los mandatos para los que fueron electas así como los cargos que con anterioridad desempeñaron, y en los que, invariablemente, dieron resultados.
En el otro extremo de la pandemia se encuentran, como ejemplo deplorable, los tres países con el peor manejo de la crisis. Estados Unidos durante la era Trump (afortunadamente ya concluyó y se ha dado un giro de 180 grados); le siguen Brasil y México, en ese orden. En estos casos, se trata de figuras masculinas, de gobiernos de corte populista cuya desestimación por la ciencia ha sido una constante. En cambio, estos liderazgos se han distinguido por un irresponsable desempeño mediático; los mensajes que emiten van en contrasentido de la racionalidad científica: “¿Para qué el uso de cubrebocas si no sirve?” “La pandemia se cura fácil”, etc. Por cierto, los tres gobernantes se contagiaron y continuaron desestimando la importancia de prevenir y actuar con mayor rigor, pero, sobre todo, con mayor eficacia para combatir la Covid-19 en sus países.
En el caso de la política nacional, el debate más reciente sobre la participación de las mujeres ocurrió con el tema de la paridad para las elecciones de gubernaturas en quince estados del país. Así como alrededor de la iniciativa 3 de 3 contra la violencia; iniciativa que busca, en primer lugar, que todo aquel varón que aspire a un cargo de elección popular no haya sido persona condenada o sancionada mediante resolución firme por violencia familiar o doméstica, o por cualquier agresión de género en el ámbito privado o público. En segundo lugar, no haber sido persona condenada o sancionada mediante resolución firme por delitos sexuales, contra la libertad sexual o la intimidad corporal. En tercer lugar, no haber sido persona condenada o sancionada mediante resolución firme como deudor alimentario o moroso que atente contra las obligaciones alimentarias
En el primero de los casos, la decisión del consejo general del INE ha tenido que acatarse por la totalidad de los partidos políticos y, a pesar de las impugnaciones realizadas ante el tribunal en la materia, la decisión sigue firme, y hoy tenemos mujeres candidatas con trayectoria, disputando las contiendas en sus estados. Por el contrario, llama la atención, a la luz de la iniciativa 3 de 3, el caso del candidato a la gubernatura de Guerrero que enfrenta graves acusaciones de mujeres víctimas de violencia, y que, aún así, se haya decidido mantener su postulación al cargo. En este singular asunto urge que la ley se aplique sin distingo y hasta las últimas consecuencias. Además del rigor legal, la política requiere de la aplicación de reglas morales por parte de sus protagonistas.
En fin, lo que queda claro es que, mientras muchas mujeres están dejando de forma positiva huella en sus gestiones, hay personajes que representan un lastre para el ejercicio de la política y, sobre todo, para el respeto y tranquilidad de las ciudadanas a las que pretenden representar y gobernar.