María Arteaga Villamil
I. El Presidente no escucha (A oídos necios…)
Henos aquí a casi un año del inicio oficial de la pandemia y con otro Día Internacional de la Mujer a cuestas. En primera instancia miro en retrospectiva y pienso que la crisis del coronavirus nos ha dejado mucho peor. Bien lo decía Simone de Beauvoir “No olviden nunca que bastará con una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres se cuestionen”. La crisis llegó en forma de virus impactando de manera desproporcionada a las mujeres mientras al mismo tiempo, las mujeres continúan siendo excluidas de los planes de respuesta y recuperación de COVID-19.
El 2020 fue devastador para todxs en general y en particular para las poblaciones más vulnerables, entre ellas, las mujeres. A lo largo del año, se dieron 97,778 llamadas de mujeres reportando agresiones y/o violencia doméstica. Existieron 16,543 denuncias por violación. Se registraron 220,028 delitos de violencia familiar. Y tristemente 2,783 mujeres fueron víctimas de homicidio doloso y 940 feminicidios, lo que significa que durante el 2020, 10.3 mujeres fueron asesinadas por día . Ya no continuo con las cifras de desempleo femenino, el desproporcionado aumento de la carga doméstica y de cuidados, el aumento de las mujeres en condición de calle o del preocupante aumento de la prostitución durante la pandemia, entre otras muchas cosas más.
Cada informe desencadena una avalancha de historias con titulares desoladores y aunque leerlos es un ejercicio tortuoso pero necesario, lo que es más tortuoso aún es que este 8 de Marzo aún seguimos lidiando con la desidia de nuestros gobernantes respecto a los problemas que recaen sobre las mujeres. Hablo de nuestros gobernantes en plural porque no vamos a ser ingenuos y pensar que el Presidente es el único antagonista en esta historia. ¿Cómo olvidar las lamentables declaraciones del gobernador de Puebla, Miguel Ángel Barbosa diciendo que las mujeres que desaparecen es porque se escapan con el novio? O las declaraciones del gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez Calderón, quien afirmó que “no ha habido ninguna denuncia de secuestro de alguna mujer en su administración porque se tratan de problemas del novio que se lleva a las mujeres, sin el permiso de los papás”. Podríamos llenar libros enteros con las insuperables declaraciones machistas de nuestros representantes pero no les he venido a hablar de eso. Lo cierto es que el Presidente lleva tiempo queriendo negar los problemas de la violencia estructural contra las mujeres en México y durante los últimos meses, aparte de sus letanías de renovación moral y amor fraternal, no deja escapar oportunidad para demeritar las manifestaciones feministas como desestabilizadoras del gobierno y como grupos manipulados por sus opositores.
En reiteradas ocasiones he escrito que la visión política del Presidente es una continuación al llamado de ese contrato social que marca el dominio masculino y la sujeción femenina. Esto es de gran importancia porque el proyecto de renovación moral del Presidente, está basado en un nacionalismo ciudadano fraternal donde la membresía continúa siendo reservada para hombres y dónde las mujeres no podemos ser vistas como iguales. Cuando el Presidente clama que la familia mexicana es la institución más importante que existe y asegura que el rol tradicional de las mujeres es cómo cuidadoras –porque obvio somos más apegadas– me queda claro que para el Presidente nuestra condición de ciudadanas viene dada por nuestro rol reproductor.
II. El Presidente insiste (… quién persevera en el error…)
Puede que me equivoque, pero a todas luces el Presidente ha demostrado que las feministas no somos interlocutoras válidas y de ahí su negación a considerar siquiera que lo que decimos tiene validez. El Presidente insiste que él no es machista, pero… sus palabras y actos dictan lo contrario. Desde que comenzó su mandato, no solo ha denostado las demandas de los movimientos feministas sino que además se ha negado a abordar el tema de los feminicidios, su administración ha disminuido/eliminado los presupuestos para programas dirigidos a apoyar a las mujeres, ha tenido la desvergüenza de sugerir que la mayoría de las llamadas de auxilio a los centros de violencia doméstica no eran más que bromas y como cereza del pastel, continúa apoyando la campaña para gobernador de un candidato acusado de abusos sexuales.
Pese al argumento de que su “gobierno apoya a las mujeres y que los machistas son los conservadores”, la historia y experiencia nos ha mostrado que muchas veces, los tipos que declaran bondad a través de sus proclamas políticas a menudo resultan siendo los más machistas. Creo que este es un buen momento para que nosotras, como feministas, dejemos de aferrarnos a la esperanza de que esta vez las cosas serán diferentes, que los políticos de izquierda apoyarán y defenderán los derechos de las mujeres. El aval a la candidatura de Salgado Macedonio –por parte del Presidente y otros– evidencia que la lealtad de los políticos es para sus pares y su partido.
A riesgo de sonar drástica, es difícil aceptar el hecho de que quienes predican la justicia social no necesariamente son coherentes con sus declaraciones, pero considero que es importante mirar la realidad, en lugar de un ideal imaginado. En México las mujeres llevamos tanto tiempo deseando un cambio, deseando que se nos escuche y que nuestras problemáticas se tomen en serio que desesperadamente nos enganchamos a la “izquierda”, a pesar de que está muchas veces ha demostrado no querer tener nada que ver ni con nosotras ni con el feminismo. Dentro de las diversas fuerzas políticas de izquierda, sus integrantes –varones– continúan sus clamores de supuesto bienestar social mientras al mismo tiempo trabajan arduamente para deslindarse del feminismo, para explicar a las mujeres que clase de feminismo es “correcto” y cuál no, o sencillamente para decirnos que nuestros derechos por ahora no son importantes. Si bien todxs debemos hacer concesiones en términos de por quién votamos, creo que debemos dejar de excusar a los políticos que minimizan/obstruyen/evaden las problemáticas que atañen al 51,09% de la población (entiéndase, la totalidad de mujeres mexicanas).
Ante las evidentes dificultades del Presidente para comprender y reconocer la agenda feminista, habría que recordarle que durante décadas las feministas mexicanas han estado pensando, investigando, analizando, discutiendo y repensando intensamente las temáticas de las mujeres y sus diferentes efectos en la sociedad mexicana. El “pacto patriarcal” no es un concepto importado ni una cosa de conservadores. Tal como lo he mencionado en este medio previamente , el pacto patriarcal es “la base del poder político de los hombres y la exclusión política de las mujeres”, es un pacto hecho por y para hombres donde socialmente se establece la libertad natural de los hombres y la sujeción natural de las mujeres. Es bajo este pacto que los hombres pueden disponer de los cuerpos de las mujeres con impunidad; porque en realidad mientras no se violen los derechos de otro hombre, TODO lo demás permanecerá tranquilo.
El patriarcado es una forma de organizar la vida social. No podremos encontrar una salida a la desigualdad entre hombres y mujeres o imaginar algo diferente si no tenemos claro de qué trata y lo que tiene que ver con nosotrxs. Si decidimos que no vamos a hablar de “pacto patriarcal”, dejemos de fingir que queremos lograr un cambio social positivo y reconozcamos que estamos simplemente fomentando falsas ilusiones de igualdad social mientras continuamos abrazados a los valores patriarcales para continuar el poder y los privilegios masculinos.
III. No hay peor ciego…
El esfuerzo por definir nuestras consignas (aka. “romper el pacto”) como «importadas» es un acto político para desacreditar nuestras reivindicaciones y un intento de negar legitimidad a los movimientos feministas locales. Contrario a lo que el Presidente declara, las consignas de los movimientos feministas en México no son nuevas ni importadas. Las acciones colectivas que actualmente llevamos a cabo son producto de los esfuerzos organizativos previos de otras mujeres y es su legado el que nos sigue alimentando a movilizarnos para seguir luchando por la promes2a genuina de un futuro más equitativo, un futuro mejor.
Puede ser que el año pasado nos haya roto y nos haya mostrado que con un tronar de dedos nuestros derechos pueden irse al traste. No obstante, me aferro a un atisbo de esperanza. En medio de este desastre nos autoorganizamos para seguir saliendo a las calles para protestar por nuestros derechos: el año pasado el país vivió la manifestación de mujeres más grande hasta ahora; nuestras hermanas argentinas después de una larga lucha lograron la interrupción legal del embarazo; en Polonia miles de mujeres salieron a las calles para protestar por varios días contra la prohibición casi total del aborto; en Turquía miles de mujeres organizaron protestas en apoyo de la Convención de Estambul, entre otras movilizaciones más. Porque ahora más que nunca, después de años de luchas, sabemos que es el feminismo y nuestra organización colectiva como mujeres lo que podrá transformar nuestra propia realidad.
Ciertamente “no hay peor ciego que el que no quiere ver” y a estas alturas también es evidente que ni los números ni los informes podrán convencer al Presidente que la violencia estructural contra las mujeres es un tema grave o prioritario en la agenda nacional. Para nosotras las justificaciones de renovación moral ya no sirven porque la realidad es ¡que con virus o sin él a nosotras nos siguen matando!. Este 8 de Marzo nos recuerda que la lucha feminista es una lucha contra las actitudes y prácticas de opresión hacia las mujeres que se extienden a todos los ámbitos de la vida social y cómo muchas lo sabemos, es una lucha que comienza reconociendo la magnitud del problema. Mientras el Presidente y otros continúen “sin querer ver”, este 8 de Marzo miles de mujeres y colectivos feministas a lo largo de todos los estados del país saldrán a las calles a manifestarse, harán pintas, tomarán inmuebles, cómo única forma de externalizar su rabia ante la falta de respuesta pública en un país plagado de sexismo y misoginia que continúa negando a las mujeres la plenitud de su independencia, autonomía, sexualidad, y dignidad como seres humanos.