A punto… a punto de romperse
Carolina Gómez MacFarland
‘Son mis hijos y los educo como quiero’, ‘quiten ese programa porque a mis hijos les hace daño’, ‘cómo es posible que enseñen eso en las escuelas’, ‘yo siempre defiendo a mis hijos’, ‘quiero que nunca sufran’, ‘quiero un mundo mejor para mis hijos’.
Cuántos mensajes y cuántos comentarios, enmascarando la poca habilidad de criar adecuadamente a nuestros hijos.
El tema es largo y complejo, sin embargo, es preciso aplicar la realidad. Formar a nuestros hijos, jamás fue, ni es, ni será una tarea sencilla.
El ser humano, a pesar de también ser un mamífero con instintos primitivos que ayudan a su supervivencia, está dotado de habilidades cognitivas, y emociones que tienen el objetivo de ayudarle a adaptarse, vivir dignamente y ser creativo.
En otras especies, solo se esperan los tiempos para que las crías se separen de los padres, y busquen su propio alimento, un tiempo de vida corto para salir del nido, sin una escuela, sin una conciencia, solo siguiendo el instinto.
Pero con nosotros, la historia cambia, el largo proceso de evolución nos dota de talentos y habilidades que debemos equilibrar con nuestros impulsos y emociones. Una combinación casi imposible de lograr.
Por eso, nuestro trabajo de crianza es largo y realmente pesado. Enseñar a nuestros vástagos a integrar estos tres elementos puede ser una tarea monumental, pues cada padre de familia tiene también una historia, probablemente dolorosa, con la cual lidiar, y esta situación vuelve más difícil la tarea de formar a un hijo.
De esta manera, en el mismo momento en que nuestros hijos nacen, todos nuestros sueños, las expectativas, y proyectos frustrados, los colocamos sobre los hombros de los nuevos miembros de la familia.
Por lo tanto, y tras la máscara de ser padres más justos y bondadosos, sobreprotegemos a nuestros hijos, tratando así de salvar nuestra propia historia de vida con la esperanza de cambiar la realidad.
‘Yo recibí regaños, golpes, abusos e injusticias, o tuve carencias, y todo esto, aún me duele… por lo tanto, en este deseo imperioso de encontrar un sentido a mi vida, impediré que mis hijos vivan lo mismo, jamás los regañaré, o los haré llorar’.
Y en ningún momento pensamos en que ellos, nuestros hijos, están viviendo otra historia, con otras necesidades. Y en un deseo de salvaguardar y proteger nuestro corazón, las ignoramos e impedimos que se fortalezcan, y crezcan seguros de sí mismos.
Pero, aunque todo esto parezca sencillo, quienes son padres sabrán que criar a un hijo, es una labor delicada y agotadora. Tanto por el propio trabajo de cuidar de otro ser humano, como por la inevitable confrontación que tenemos al recordar la propia historia.
Hoy en día, esta nueva generación, producto de esta terrible confusión, donde no está muy clara la diferencia entre las necesidades de los padres y las de los hijos, está a punto de romperse, parece de cristal, una generación de cristal. Incapaz de tolerar frustraciones, dolor, esfuerzo, con poca paciencia y tolerancia, valores indispensables para lograr una armonía social.
La sobreprotección o maltrato de los hijos, guiada por una ciega necesidad de curar las heridas de los padres, pueden crear sin lugar a dudas, personas impulsivas, con resentimiento, intolerantes y peligrosas.
Queremos seguridad, equidad y justicia, pero no queremos esforzarnos en educar como se debe, a nuestros hijos, para que ellos sean hombres y mujeres de bien que se integren congruentemente a la sociedad en la que seguirán viviendo.
Entonces por dónde empezar, por los hijos o por los padres. Ambos necesitamos apoyo, ambas partes requieren trabajo y esfuerzo para desarrollar aquello de lo que fuimos dotados, y así lograr un cambio significativo.
No nos confundamos, nuestros hijos, son nuestra responsabilidad, debemos cuidarlos y satisfacer sus necesidades básicas, pero también tenemos la obligación de marcar los límites, de enseñarles respeto hacia ellos y los demás, debemos abrazarles, contenerles, y firmemente recordar que serán actores principales en la historia de la humanidad. No se quedarán para siempre a nuestro lado.
No es heredando fortunas para que ellos no tengan que trabajar, como les demostraremos nuestro amor, es heredando el amor a la vida y sentido de responsabilidad para que hagan lo que tengan qué hacer, vivan lo que tengan que vivir plenamente, y sean ellos quienes aporten algo valioso a los demás.
No es lo que no tuvimos de pequeños, lo que ahora nuestros hijos necesitan, esa era y sigue siendo nuestra necesidad. Es nuestro niño interno el que debe crecer y el que también merece nuestra atención.
Si queremos un mundo mejor, con paz o y armonía, debemos comenzar en casa, cambiando creencias, fortaleciendo el espíritu de nuestros hijos, y sobre todo cuidando de nosotros mismos, pues un padre es un ser humano también digno de ser amado y respetado como el mejor. Y una vez asentada la idea, aun con el esfuerzo que representa la crianza de un hijo, podremos llevar a cabo esta tarea, y nuestros proyectos de vida, de una manera más congruente y plena. Padres felices, hijos amorosos.
Habrá cada vez más personas y sociedades intolerantes, agresivas, y peligrosas mientras menos nos enfoquemos a analizar nuestra propia historia.
Pidamos ayuda y confiemos en que es posible el cambio en la humanidad, pues el hombre es capaz de hacer todo lo que se proponga, solo debe amarse, creer y tener una buena dirección.
Recuerde: Todo saldrá bien al final, y las cosas no están bien, entonces, todavía no es el final.