Florain Zeller es el dramaturgo francés vivo más representado fuera de Francia, considerado por el semanario L´Express como el mejor escritor de obras dramáticas de su país. The Guardian lo ha nombrado el autor teatral más apasionante de nuestra época. Con estas referencias teatrales, Florian Zeller adapta a la pantalla grande ‘The Father’ (2020), que fue estrenada en el Festival Sundance y ya fue galardonada en el Festival de San Sebastián.
Como obra de teatro fue tan aclamada que recorrió 45 países durante los ocho años desde que se concibió como guion teatral. Ahora, este nuevo guion para cine ha sido nominado a Mejor Guion Adaptado. Y Anthony Hopkins es el encargado de interpretar a uno de los personajes más memorables de su carrera cinematográfica, con su homónimo ‘Anthony’.
El espectador se enfrentará a un drama inesperado, incluso se llega a pensar que, por los primeros minutos de la cinta, se trata de un thriller psicológico, pero la cruda realidad se impone de inmediato. La historia es confusa, repetitiva, elíptica, pero no se piense que esto es un error narrativo. Se trata más bien, de un recurso de precisión para representar el estado mental de Anthony, el octogenario protagonista.
La economía de la producción es el resultado de la experiencia teatral del director, con un manejo de cámaras sucinta, sin artificios. Quizá la naturalidad del manejo de cámaras se hace demasiado íntimo; tanto, que este filme, puede ser hasta inconveniente para aquellas personas que hayan cuidado de un familiar enfermo o atravesado por una situación similar.
Los simbolismos ocupan un lugar importante para explorar la volatilidad del tiempo y lo difuso del espacio: un reloj, el cuadro, la música, un árbol y la propia iluminación del departamento donde se desarrolla prácticamente toda la cinta. Y es que el ambiente se adecúa al uso de la iluminación, ya sea un momento de sosiego, acompañado de la música clásica del compositor Ludovico Einaudi, o por momentos de incertidumbre al enfocar un objeto que inquietantemente ha sido removido de su sitio. Mientras se respeta, en todo momento, el estilo teatral de la obra.
Un enorme Anthony Hopkins se desenvuelve con facilidad entre el encanto y la perplejidad, sin caer en aspavientos, cuando reconoce de a poco que sus sentidos han empezado a deteriorarse hacia una inminente demencia senil. A grado de no saber con certeza qué es real y qué no lo es. (Personalmente, espero que sea el ganador a Mejor Actor en este año, aunque no necesita un premio para demostrar su grandeza).
Por su parte, Olivia Colman es nominada también por su papel a Mejor Actriz de Reparto, realiza también un trabajo memorable, como si supieran lo que significa hacerse responsable de un familiar enfermo. Un dilema entre la frustración, el amor y la impotencia: una actuación de entereza y sacrificio. El final es desbordante. Un golpe contundente por el que vale la pena toda la película. Uno de los momentos más demoledores en la carrera de Hopkins, que nos deja un testimonio de humanidad, y sobre el inevitable momento en el que, como al final de una obra teatral, caerá frente a nosotros un telón de terciopelo o un telón de hierro.