Ernesto Ordaz Moreno
“Orden a partir del caos” (Frank Lloyd Wright)
Todo está en permanente cambio, del aparente desorden se llega al orden para volver a desordenarse y, nuevamente, alcanzar un orden. En ese transitar de la vida, nos hemos percatado de una fragilidad de la raza humana, pues un virus diminuto, en un lapso muy breve, nos ha cambiado nuestro ritmo de vida, nuestras costumbres, y, sobre todo, nuestra estabilidad.
No obstante, también se puede observar la fortaleza del ser humano, su trascendencia intelectual y emocional, con su objetivo de armonizarse con el medio que lo rodea y, por ende, con el universo. En esa sensibilidad, si bien la vida individual de cada persona es muy breve, al actuar en sociedad como un bloque único, se perpetúa como raza, imponiendo su estilo y características propias.
De ahí la importancia de vivir como si no hubiera un mañana, de aprovechar al máximo cada instante, amar y lograr los intereses propios y los del grupo al que se pertenece, transmitir la información aprendida en el pragmatismo del día a día, agradecer cada amanecer.
La adaptabilidad del ser humano es un activo. En tal virtud, las circunstancias que le rodeaban han cambiado y, en consecuencia, se debe ajustar a su nueva realidad. Los más experimentados y los jóvenes deben actuar en conjunto para realizar los cambios correspondientes y adaptarse al medio que lo rodea, para sobrevivir y trascender.
En esa paradoja, debemos buscar un nuevo orden, por ello, habrá cambios, mismos que con la tecnología existente y la que viene de inmediato, serán vertiginosos. Se modificarán las ideas, ajustar hábitos, conectarnos con el entorno. Sin embargo, debemos considerar lo aprendido, por ende, la importancia de la educación, para incorporar lo que sea bueno para la raza humana y omitir errores que nos lleven a padecer afectaciones pasadas.
En la Historia hemos observado que grandes civilizaciones desaparecen en poco tiempo, sin poder comunicar a las generaciones futuras sus logros y sus aprendizajes, por ende, volvemos casi al mismo punto de partida, entonces, debemos cambiar ese paradigma cíclico, romper con la historia, aprender del pasado, comunicándolo a los nuevos humanos.
Las leyes se formaron para regular las conductas humanas, reducir la violencia como denominador común del cambio, pues, desafortunadamente, el cambio violento destruye lo bueno de las sociedades pasadas.
Cierto que la libertad y la imaginación aparentemente se alejan del orden y de la razón, pero la libertad no debe confundirse con libertinaje ni con el cataclismo. La revolución más benéfica es la intelectual, por ello, el cambio de paradigma en la transmisión del poder, que no se imponga la voluntad a través de la fuerza sino por convencimiento con razones del nuevo orden. Si queremos permanecer unidos en sociedad debemos actuar en armonía, en libertad conducida en orden, viviendo honestamente, sin hacerle daño a nada, con bondad y virtudes humanas, sin caer en el extremo de la impunidad, pues ésta diluye la base de lo permitido y prohibido.
“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece” (Churchill), por ende, todos debemos pensar en lo que queremos para las generaciones venideras, es más, pensar como una sola raza humana, quitar los candados inútiles del color de piel, del segmento social, de las creencias religiosas, los idiomas, otras tantas discriminaciones que opacan al ser humano.
Eduquemos para ser mejores personas y eliminar la discriminación. Actuemos en “el amor como principio, el orden como base, el progreso como fin” (Augusto Comte). La limitante somos nosotros mismos, pensemos en un mañana, en nuestra trascendencia, en una mejor raza humana, en una convivencia universal en armonía con nuestro planeta y con el cosmos. Los cambios son nuestra realidad, ajustémoslos al nuevo orden.