Hace unos días se publicó en latercera.com un articulo sobre “Mujeres que deciden no maternar[1]” y cómo en el imaginario popular a estas “Siempre se las ha representado como mujeres insensibles, egoístas o villanas”. El artículo, el cual ha sido bastante difundido en muchas plataformas de medios sociales, realiza una crítica a la invisibilización y/o mal representación en los medios de un contingente cada vez más grande en muchos países, las mujeres que deciden no tener hijos, o como se les conoce en algunos lados: NoMo derivado del inglés Not Mothers.
Por medio de viñetas de los personajes femeninos antagónicos de Disney y de otros productos cinematográficos de la cultura popular, se destaca como estas villanas tenían en común una cosa: no ser madres. A partir de esto, la autora establece la no maternidad de los personajes y su conexión en las narrativas como “egoístas, insensibles y malvadas”. Lo anterior es apoyado con un argumento sobre la existencia de una preconcepción cultural al cuestionamiento de un proyecto de vida para las mujeres que no tenga que ver con la maternidad, intentando desenredar un poco la dicotomía maternidad igual a bondad y sacrificio, no maternidad igual a egoísmo y miseria.
El texto se une a muchos otros acaecidos durante el mes de mayo (mes de celebración de las madres en muchas partes del mundo) que llaman a “desnaturalizar” la Maternidad y el deseo de la no procreación cómo una opción válida de vida para las mujeres. Si bien es cierto que “las mujeres merecemos crear nuestras identidades a partir de más puntos que solo la maternidad”, el artículo confunde dos conceptos que aunque están estrechamente vinculados no son lo mismo: Maternidad y maternar. La distinción entre estos dos conceptos me parece pertinente porque, cómo dicen las comadres feministas: conceptualizar bien es politizar bien y conceptualizar mal es politizar mal.
Maternidad —¡oh sorpresa!— como concepto, se comenzó a utilizar a finales del siglo XIX refiriéndose al estado o condición de ser madre. La Maternidad puede implicar un hecho biológico, aunque no toda mujer que pare es madre (gestación subrogada) y las mujeres que acceden a la maternidad de forma no biológica (adopción) son consideradas madres. La Maternidad[2] es una institución social y, por lo tanto, se caracteriza por significados y regulaciones específicas que aunque han cambiado a lo largo del tiempo tienen una poderosa continuidad en cuanto a lo que significa ser una buena madre hoy en día.
Por su parte, maternar es el conjunto de actividades o prácticas relacionadas con la crianza y el cuidado de la infancia y aunque ambos conceptos pueden parecer similares, maternar implica un enfoque en las prácticas cotidianas asociadas al cuidado y crianza, tareas que no necesariamente son llevadas por las madres, sino por mujeres. Hermanas que cuidan de hermanos, profesoras que educan a alumnos, enfermeras, niñeras, empleadas domésticas, y demás.
La confusión entre los dos términos deriva de que, para fines sociales y políticos, el papel y las responsabilidades de las relaciones familiares en los últimos tiempos se ha centrado casi exclusivamente en las mujeres —sean madres o no—. Esto es especialmente cierto si consideramos el valor económico de la infancia, cómo futuros trabajadores y consumidores; y los fundamentos del capitalismo en el trabajo privado no remunerado de las mujeres, cómo creadoras y criadoras de una fuerza laboral adecuada.
Maternar y Maternidad han sido centrales en las opresiones históricas de los cuerpos de las mujeres. Las mujeres están segregadas en el hogar y en la sociedad como reproductoras de la presente y futura generación de trabajadores, ya sea como madres o cuidadoras. Por ello las mujeres que no han elegido la maternidad y además deciden no maternar, son comúnmente estigmatizadas como egoístas, malvadas o deficientes. El actual panorama social impone la visión de que para las mujeres el cuidado de los niños y otros trabajos de crianza son «naturales» y cualquier mujer que desee romper este esquema es vista con sospecha. Dado que la maternidad se da por sentada, ser madre es el único camino viable para la normalidad, respetabilidad, credibilidad y cumplimiento de las expectativas del rol de una mujer adulta en nuestras sociedades.
Por supuesto, que no todas las mujeres experimentan la Maternidad y el maternar de la misma manera. Existen diferencias en la forma en que las mujeres experimentan el cuidado y la crianza en función de la cantidad de recursos que tienen o del lugar en que viven. Sin embargo, con todo y esas diferencias, en muchos casos se espera que las mujeres sean las que equilibren el mundo del trabajo y, al mismo tiempo, proporcionen un refugio para su familia en casa. De esta manera, las ideologías de lo materno afectan la relación de la mujer con el empleo y las formas en las que este modelo determina sus opciones de vida. Es aquí donde toma importancia conceptualizar. El enfoque en la acción de maternar ha surgido del trabajo feminista cómo un cuestionamiento a las relaciones de género debido a que maternar es fundamental para la vida de las mujeres, ya sea que se conviertan en madres o no. Y ha sido el mismo activismo feminista, el que durante mucho tiempo ha intentado llamar la atención sobre la importancia de los cuidados y la crianza para el desarrollo de las sociedades.
Que no se malentienda, este texto no es un llamado contra las madres ni los hijos. Es un llamado a cuestionar la adhesión al ideal de la Maternidad debido a presiones sociales así como a cuestionar las políticas actuales en torno a los cuidados y la crianza, los cuales se han construido socialmente como cosa de mujeres. La desnaturalización de la Maternidad nos llevará a entender que esta tiene una historia; no es un fenómeno transcultural e intemporal, sino algo que ha cambiado y es capaz de redefinirse, lo que nos permitirá tomar conciencia de hasta qué punto nuestra idea de maternidad es una obra social más que un fenómeno natural. Aunque nos traten de convencer de lo contrario, la Maternidad y el contexto en el que se supone que opera, «la familia» siempre han sido lugares de disputa. Es importante que consideremos el papel de las sociedades en las construcciones de lo maternal. Maternar es un tema complejo y cambiante que involucra mucho más que madres e hijos. Abarca ideologías, recursos, mercados laborales, cambios tecnológicos, políticas de bienestar diseñadas –casi siempre–por los hombres, con la consiguiente pérdida de la autonomía, el poder y el control de los cuerpos y las vidas de las mujeres.
Finalmente quiero firmemente llamar la atención sobre la falacia de asociar maternidad y maternar como exclusivos de las mujeres. Esta falsa asociación nos lleva a pensar que la consecución de la seguridad económica y social de un infante deben recaer exclusivamente en la ciudadana mujer –y su respectiva unidad familiar– de forma privada, lo que erróneamente nos lleva a asumir que el éxito o fracaso de esta gestión, depende de si una mujer es capaz o no de cumplir su rol de “buena madre”.
Esta asociación no permite cuestionar lo injusto que es que las mujeres soporten una parte desproporcionada de los costos de la reproducción del capital humano en nuestra sociedad. Lo anterior invisibiliza los intereses del Estado y del mercado en la producción y reproducción de la fuerza de trabajo en una sociedad y evita que se realice un análisis adecuado de las causas y consecuencias de las múltiples desigualdades entre hombres y mujeres así como de las políticas necesarias para cambiar este imbalance.
Necesitamos políticas que entiendan que las mujeres asumen una parte desproporcionada de los costos económicos y sociales de crianza y cuidados. Antes de apuntar el dedo hacia las formas en que las diferentes mujeres son madres y/o maternan debemos tener claro que todas estas prácticas responden a estructuras y estrategias variables que tienen como finalidad asegurar apoyo emocional y material a los miembros que están siendo criados para vivir en una sociedad. El simple reconocimiento de este hecho debería alentar a los responsables políticos a poner mucho más énfasis en la crianza y los cuidados no cómo algo particular de las familias sino cómo algo colectivo donde el Estado juega un papel primordial en garantizar que sus costos no sean enfrentados sólo por las mujeres individualmente.
La pandemia ha dejado clara la necesidad de una red de cuidados y crianza que no sólo sea responsabilidad de las mujeres. Tenemos que plantear una reorganización fundamental de la forma en que vivimos: responsabilidad compartida para los cuidados más allá de uno o incluso dos progenitores. Es momento de imaginar formas alternativas de hogar o redes de apoyo y cuidados, pues si estos alguna vez van a ser algo más que una carga, los costos deben ser una responsabilidad socialmente compartida.
[1] Emiliana, Pariente (31-05-2021) “Mujeres que deciden no maternar: Siempre se las ha representado como mujeres insensibles, egoístas o villanas”. Disponible en https://www.latercera.com/paula/mujeres-que-deciden-no-maternar-siempre-se-las-ha-representado-como-mujeres-insensibles-egoistas-o-villanas/
[2] La Maternidad todavía se asume como un hecho evidente por sí mismo, más que como el posible resultado de procesos sociales específicos que tienen una ubicación histórica y cultural que puede mapearse. Por ello en ocasiones lo largo del texto utilizaré M mayúscula en Maternidad para referirse a su carácter institucionalizado culturalmente.
María Arteaga.