El día del padre pasó, pasó sin mucha pena ni gloria. Para el día del padre no hay anuncios ni fanfarrias, no hay flores ni poemas. En comparación con la larga tradición que celebra la fuerza e intimidad perdurables del vínculo madre-hija, la relación paterna –la relación padre-hijos, ha permanecido relativamente oculta a la mirada cultural.
Así mientras la relación materna se ha fomentado activamente dentro del imaginario popular, la crianza masculina hasta las últimas fechas había tenido un lugar meramente marginal. No es sino hasta ahora, con el llamado a las nuevas masculinidades o paternidades que observamos que la relación padre-hija ha sido objeto de un escrutinio que nos lleva a cuestionar sobre el papel de los hombres en la vida familiar.
Mucho se ha discutido de las madres, lo maternal y demás. Yo misma he abordado esas cuestiones en varios textos en este medio. Sin embargo, ¿qué es ser un padre?. Desde un punto de vista biológico, un padre o un progenitor masculino es una persona masculina cuya célula sexual se ha unido con éxito con una célula sexual femenina en el acto de fertilización, ayudando así a formar un nuevo organismo.
Desde el punto de vista social, el significado biológico del término se amplía con designaciones sociales y legales, haciendo que el padre sea también la persona masculina que adopta y cría a un infante. Estrechamente relacionado con el término padre está el término paternidad o el estado de ser un padre, cuya comprensión moderna implica el desempeño exitoso de actividades, obligaciones y responsabilidades con respecto a la educación y desarrollo de un niño.
Alguna vez se han preguntado ¿por qué socialmente se prioriza la relación maternal y no la paternal? En este momento muchos están pensando, “obvio porque las madres son más importantes, más necesarias, más amorosas” etc, etc, etc. Antes de que sigamos en el tren de los esencialismos, solamente les voy a decir que esto, también se debe en mucha medida, al desequilibrio entre los géneros –!oh no! !otra vez los infames géneros!.
Este desequilibrio de poder entre los hombres y las mujeres, refleja una suposición de que el cuidado de los niños es una actividad fundamental y exclusivamente femenina; una constante naturalizada que ha proporcionado un apoyo vital a la supremacía cultural del hombre. Paradójicamente, aunque la paternidad ha formado tradicionalmente el bastión del privilegio patriarcal, este sistema ideológico se ha basado en la negación tácita y la devaluación de la potencial profundidad y complejidad de las relaciones parentales de los hombres con su descendencia.
Es producto de este sistema de binarismos de género, que la autonomía masculina se afirma sólo al rechazar lo femenino. Con ello los hombres dentro del patriarcado se les niega el acceso al vocabulario y las formas de la conexión emocional que define la esfera materna (femenina). Esta negación constriñe inherentemente la expresión de formas involucradas de paternidad; ya que implica la creación de una intimidad mediante un vínculo emocional de los hombres con sus hijos. Y seamos sinceros: “hombres involucrados emocionalmente, de forma sensible y comprometida”, es una enunciación que se presenta cómo una amenaza a la identidad masculina dentro de una cultura patriarcal que refuerza continuamente que los hombres no pueden ser débiles ni empáticos.
La paternidad históricamente está basada tanto en el poder político como en el divino y se ha erigido como una prueba importante de masculinidad . Es así que la práctica de la paternidad y su ejercicio social esté basado en el estatus y la propiedad, donde la relación con el niño no siempre ha sido de primordial importancia. Dentro de esta visión, el amor y el cuidado son a menudo, marginales porque el significado del padre no se basa en su relación con el niño, sino en la relación que establece con la comunidad en general al tener un hijo.
Aquí es precisamente donde reside la tragedia de la paternidad cómo la conocemos ahora: su posicionamiento social en la esfera del estatus y el poder construye a los hombres cómo patronos, privándolos simultáneamente de la posibilidad de conectarse a nivel emocional de aquellos a quienes forman parte de su casa: mujeres y niñez. Esa es la paradoja del patriarcado “si bien un padre puede ser ‘cabeza’ de su familia, al mismo tiempo se ve limitado a ser un personaje no central dentro de ella ”.
En mi texto sobre maternidades mencioné como nuestra idea de maternidad “es una institución social y, por lo tanto, se caracteriza por significados y regulaciones específicas que aunque han cambiado a lo largo del tiempo tienen una poderosa continuidad en cuanto a lo que significa ser una buena madre hoy en día”.
¡Oh sorpresa! Lo mismo sucede con la paternidad. Debido a la forma en que el sistema de crianza y cuidados se ha construido socialmente, la responsabilidad sobre estos ha recaído sobre las mujeres. Este continuo desequilibrio entre las actividades de los hombres y las mujeres, ha fomentado un –falso– modelo de familia donde el sostén es el hombre, quién a través de esta relación se construye una identidad masculina basada en valores «viriles» de desempeño y logro en la esfera pública y la autoridad paterna dentro del hogar, lo que justifica una estricta separación de roles de género dentro de una unidad familiar –heterosexual.
En la actualidad este modelo de familia, además de poco sustentable, se ha visto erosionado por el cambio económico y social. Sin embargo, aunque pueden observarse en la vida cotidiana nuevas formas de identidad masculina basadas en nuevos comportamientos en las esferas pública y privada del trabajo y la familia, no son –todavía– culturalmente dominantes. Desafortunadamente, aún existen muchos obstáculos para que construyamos nuevas paternidades, el más importante es la desigualdad de género que se manifiesta a través de los modelos tradicionales de hombre y de mujer imperantes en nuestras sociedades.
La relación entre género y roles sociales, junto con el hecho de que los roles femeninos se definen en gran medida en oposición a los masculinos, así como la glorificación del instinto maternal y la maternidad han derivado en nuestras formas de percibir y practicar la paternidad y la maternidad. Así que si apelamos a “desnaturalizar la maternidad” también deberíamos de hacer lo mismo con la paternidad, porque los cambios en una deben necesariamente crear cambios en la otra. Nuevas perspectivas y formas de practicar la paternidad y la maternidad son necesarias reformar no solo los roles de género femeninos sino también los masculinos. Las identidades de los hombres como padres no existen aisladas de sus identidades como hombres, por ello, los cambios en la paternidad suponen cambios en la masculinidad y viceversa.
Así mientras la imagen dominante de un hombre se base en su oposición a la imagen dominante de una mujer, y desde una perspectiva social, esta última se ubique en una escala de valores jerarquizada donde las mujeres se ubican más abajo, la idea de una nueva paternidad seguirá siendo exactamente eso: una idea. Aumentar nuestra comprensión social sobre la masculinidad y reconocer el vínculo entre la paternidad y su contexto sociopolítico más amplio, puede ayudarnos a reconsiderar los modelos de masculinidad imperantes basados en atributos de agresividad y violencia, lo que es precisamente uno de los mayores obstáculos para aceptar otras y diferentes formas de identidad masculina.
Debemos entender de una vez por todas que la masculinidad, así como la feminidad, son una construcción social en lugar de una característica biológicamente inmutable. Entender lo anterior nos llevará a ampliar nuestra perspectiva hacia formas alternativas de familia y estilos de vida, así como a una discusión pública sobre la distribución del trabajo en el hogar y los cuidados.
Asimismo nos permitirá ver que una crianza favorable puede ser proporcionada por familias de diverso tipo y estructura, donde lo importante es que el niño tenga a su lado una persona adulta responsable, con quien pueda o no estar relacionado genéticamente y con quien creará un vínculo emocional, no basado en términos jerarquizados de género.
Las repercusiones de la rehabilitación del padre y la paternidad tendrán una repercusión positiva no sólo dentro de la familia sino también dentro del escenario social. Una reconfiguración de este término y sus prácticas, es una condición necesaria para establecer una sociedad más justa y equitativa. Si bien la revolución de género se refirió en un principio a la emancipación de la mujer, los hombres enfrentan la misma emancipación en términos de su propia identidad. Dentro de lo anterior, la paternidad es también un elemento clave. Solamente al cuestionar sus propios valores y al exponer el tejido social donde estos valores se crean, es que la paternidad llegará a cambiar para futuras generaciones.
María Arteaga Villamil
Feminista por convicción
Antropologa por vocación.
Doctora en Estudios Avanzados en Antropología Social por la Universidad de Barcelona
Bibliografía
Arteaga, María “Maternidad, maternar y otros demonios” en El Heraldo de Puebla, junio 15, 2021.
Dowd, Nancy E. “Redefiningfatherhood”. NYU Press. 2000
Lewis, C. E., & O’Brien, M. E. “Reevaluación de la paternidad: nuevas observaciones sobre los padres y la familia moderna”. Sage Publications, Inc. 1987.
Pateman, Carol. “El Contrato Sexual” Anthropos Editorial, 1995.