Infierno y redención
Por Ricardo Morales Sánchez
Si algo afecta terriblemente a cualquier ser humano en su autoestima, es quedarse sin empleo.
Arranqué el 2001 en el piso, había tocado fondo, recién me recuperaba de la operación de vesícula biliar que estuvo a punto de costarme la vida, estaba endeudado y buscaba desesperadamente un empleo para poder llevar dinero a mi casa.
Mi esposa Claudia fue mi sostén en todos los aspectos de mi vida, toqué varias puertas, pero ninguna se quiso abrir, lo cual aumentaba mi desesperación.
Todos los días compraba El Sol para buscar opciones de trabajo. Visité la Universidad del Valle de Puebla, la cual solicitaba un comunicador para hacerse cargo del departamento de difusión de esta empresa, vieron mi currículum y me dijeron que era demasiado amplio, que necesitaban a alguien con menos experiencia, porque yo iba seguramente quedar cobrar mucho. Sentí una terrible impotencia.
Mi amigo Erick Becerra, recibió la invitación para irse a trabajar al periódico Síntesis en un puesto de dirección, dejaba, lo que ese entonces era Corporación Puebla con Carlos Martín Huerta, y me habló para avisarme que había una vacante.
Consiguió que Carlos me diera una cita para hablar conmigo. Yo estaba feliz, ya había trabajado para Huerta Macías y pensé que no iba a haber problema para que pudiera darme la vacante de reportero, pero no fue así. Salí frustrado de la reunión, porque por más que le supliqué, Huerta no quiso darme la oportunidad. Lloré lágrimas de rabia e impotencia, mismas que hoy me han hecho ser quien soy, nunca olvidaré ese momento.
Desesperado acudí a los famosos anuncios del aviso clasificado, en donde te prometían 500 pesos diarios por trabajar solo unas horas. Acudí a la cita a unas oficinas viejas del Paseo Bravo, pero todo era una farsa, solo enganchaban y engañaban a la gente. Volví a sentirme el ser más miserable de este mundo.
Un domingo mientras visitaba a mis padres en la colonia en donde nací, la Gonzalo Bautista, fui a comprar algunas cosas a la tienda y me encontré a un viejo amigo de la infancia de nombre Rubén, quien viajaba a bordo de una buena camioneta, llena de mercancía.
- ¿Cómo has estado mi Ricardo?- me preguntó
- Bien mi Rubén (El cachala). ¿Qué onda, a qué te dedicas viejo?
- Vendo ropa, me contestó.
- Oye, se ve que te va bien- le dije.
- La verdad no me quejo, ya llevo como tres años dedicándome a esto y pues, ahí la llevo, compró la ropa en el tianguis de San Martín y luego vendo en varios lugares. ¿Tú a que te dedicas mi Ricardo?
- Yo ando sin chamba mi “Cachala” y pues, no sé de que la voy a girar.
- Pues métete a vender ropa, no te va a ir mal, anímate.
Me despedí de mi viejo amigo de la infancia y sus palabras me retumbaban en la cabeza. Al llegar a la casa de mis padres de inmediato le platiqué a mi esposa a la cual le gustó la idea, ambos le pedimos a mi padre que nos pudiera acompañar al tianguis para comprar mercancía.
Mi esposa tenía algo de dinero guardado, aunque le debíamos a sus tíos, al doctor y a mi amigo, dinero el cual me prestaron para mi operación.
El lunes en la madrugada partimos rumbo a San Martín, ahí conocí lo que era el famosos tianguis de ropa. Caminamos y caminamos para comprar mercancía, nos decidimos por pantalones de mezclilla, playeras, suéteres y chamarras.
Mi esposa era una vendedora natural y de inmediato comenzó a tener éxito, vendía en todo Grupo ACIR Puebla y la gente podía adquirir ropa en dos pagos, comenzó también a vender entre su familia y se expandió hacía varias dependencias estatales.
Por mi parte, yo también comencé a vender pantalón de mezclilla entre mis conocidos y no me iba mal, mi amigo había tenido razón, pero mi autoestima aún estaba baja. De a poco comenzamos a pagar nuestras deudas.
Mi amigo, el periodista Carlos Macías Palma, comenzó a publicar su revista llamada “Poder” y un día me invitó a escribir en su publicación, me pagaba 500 pesos por reportaje publicado, trabajaba dos entregas para ganarme mil pesos y esa forma ayudar a mi economía.
Macías también me invitó a colaborar en su noticiero Tribuna de la Noche, el cual es transmitía de 23 a 24 horas, yo me sumé con alegría a su propuesta y esperaba con ansias el poder hacer mi colaboración aunque fuera de tan solo unos minutos. Nunca olvidaré a Carlos Macías Palma, de los pocos amigos que me tendió la mano en las horas difíciles. Gracias hermano querido.
Volví a buscar a Oscar López, quien me permitió regresar de nueva cuenta a La Opinión y mis ingresos comenzaron a mejorar, lo complementaba con la venta de ropa y los reportajes.
Un día mientras caminaba otra vez por Avenida Reforma, me encontré a Mario Alberto Mejía, por quien salí de la dirección de Comunicación Social. Mejía me invitó un café. En ese entonces él ya era el director de la revista Intolerancia, la cual era la mejor de esa época.
Mejía me invitó a escribir para la revista y realicé dos excelentes reportajes para esa impresión, los cuales también me pagó. Uno sobre el padre de Félix Sánchez, el llamado “rey de la tortilla”, el cual apareció en portada y el otro sobre, el SIDA en la mixteca poblana.
El volver al medio, hizo que entrará en contacto con viejas amistades, entre ellos mi querido Mauricio García León, a quien también le debo gratitud eterna.
Mauricio se había convertido en el corresponsal de Notimex en Puebla, la vieja agencia de noticias, en la cual había iniciado mi carrera.
García León había conseguido una segunda plaza para su ayudante dentro de la agencia y me la ofreció a mí, lo que acepté de inmediato, la paga no era mala, comenzaba la era de Fox como presidente de México y de Agustín Ortiz Pinchetti como titular de Notimex.
Dejé el negocio de la ropa, para regresar de lleno al periodismo, solo mi esposa Claudia permaneció en él, aunque Javier López Díaz, le ayudó a conseguir un mejor empleo, dentro de la Dirección General del Trabajo, perteneciente a la Secretaría del Trabajo.
Nuestros ingresos comenzaron a mejorar y nos permitieron pagar las deudas. Estaba de vuelta dentro del periodismo, descendí al infierno, pero gracias a Dios, estaba de vuelta.
Twitter: @riva_leo