El pasado domingo 17 de abril se dio una buena confrontación de discursos entre legisladores y legisladoras federales, a propósito del debate por la reforma eléctrica.
Y preciso: “confrontación”, en el sentido prístino de esta palabra, no en el que la mala política le ha adjudicado, esto es, el de “enfrentamiento”.
En efecto, “confrontar” no implica “enfrentar”, “chocar”, y menos “pelear”; sino “cotejar”, “carear”, “estar frente a frente para debatir”.
Así pues, al margen de ganadores o perdedores, quienes pasaron a la tribuna a discursar exhibieron sus recursos oratorios y su bueno o mal manejo del idioma.
En general, les hace falta consultar más frecuentemente el diccionario, y sobre todo leer; pero también, unos buenos cursos o talleres, ya no de oratoria, sino simplemente de cómo hablar en público. Y es que algunos no supieron ni leer bien, y menos improvisar bien.
Empezando por el presidente de la mesa directiva, Sergio Gutiérrez Luna, quien a cada rato pedía orden para evitar un “conato”, aunque nunca dijo “conato de qué”, pues “conato” significa “inicio de una acción que se frustra antes de llegar a darse”. O sea: hay que decir qué tipo de “conato”, y el diputado morenista nunca lo dijo.
El poblano Ignacio Mier Velasco, por su parte, pese al apoyo emocional de su bancada, desperdició su oportunidad al reducir su discurso a frases por demás pedestres y titubeantes.
No así el legislador panista Jorge Romero Herrera, quien se dio el lujo de improvisar un bien hilado discurso y de mantener la atención de sus compañeros y compañeras, al grado de que casi no sufrió interrupciones.
Finalmente, la poblana Blanca Alcalá Ruiz, del PRI, no salió mal parada con su perorata, pues, como acostumbra, fue puntual e informada.
Pero hay que decirlo: los legisladores y las legisladoras en general nos deben buenos discursos, no cabe duda.
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Lic. en Letras españolas egresado de la BUAP, escritor, autor de cerca de 40 libros.