Hubo un tiempo de nuestro querido México en que a la palabra “maestro” se le anteponía la expresión “el señor”, de suerte que la gente, sobre todo la de condición sencilla, decía con respeto “el señor maestro”.
En ese entonces el maestro era el profesionista más importante, quizá sólo abajo del médico (que por sus conocimientos recibió desde siglos atrás el apelativo de “doctor”, término éste derivado de “docto”, es decir el que conoce mucho; no en balde “docto” se deriva a la vez de la raíz latina “docere”, que significa “enseñar”).
La etimología latina de “maestro” (“magister”) lo dice todo en la partícula “mag”, que indica “grande” (precisamente “magíster” significa “el más grande”) y que sirve para formar palabras como “magno”, “magnitud”, “magistrado”, y desde luego “magisterio”, todas ellas indicando grandeza.
Con esa palabra se define lo mejor de lo mejor. Se dice, por ejemplo, “fulano es un maestro en su área”, “aquella fue una jugada maestra”.
Y de “maestro” se deriva “magistral”, adjetivo que alude a lo “más grande y mejor”, como las conocidas “conferencias magistrales”.
La palabra también alude a acciones que rayan en la perfección, como cuando se dice que un “pintor trabaja con maestría”.
Es tal la importancia del término, que dentro de las modernas jerarquías de la enseñanza se inventó “maestría” para referirse a un nivel inmediato al doctorado.
Esto último sólo ratifica la magnitud y el peso de la palabra “maestro”, que lamentablemente se está degradando pero que debe recobrar su valía, pues sin duda es uno de los profesionales que más influye, o debiera influir, en el desarrollo social.
En cada reforma educativa se insiste en el concepto “revalorar al maestro”.
¿Qué tal si empezamos por comprender el valor de la palabra “maestro”?
¡Felicidades a las maestras y maestros de Puebla!
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Lic. en Letras españolas egresado de la BUAP, escritor, autor de cerca de 40 libros.