Hubo un tiempo en el que el conocimiento no estaba segmentado. Hoy, el pensamiento religioso, el político y el académico marchan por caminos diferentes, sin embargo, en tiempos correspondientes a la antigüedad no fue así, sino que religión, política y academia eran un pensamiento unificado. Esto quiere decir que, por ejemplo, para gobernar a un pueblo era necesario ser un sacerdote con capacidades de liderazgo y con conocimientos filosófico–científicos, de alguna manera estos individuos integraban en una sola persona lo que hoy se ha diseminado en muchos individuos. Cierto es que fueron aquellos hombres intelectualmente más capaces que los de hoy en día, mas no por ello fueron más virtuosos, pues su exceso de conocimiento carecía de una dote que pocos cultivan: la caridad.
Con el paso de las eras el conocimiento se fue dividiendo, especializando, alcanzando la forma que tiene hoy y que nos muestra que para ser un líder político no es necesario ser un guía religioso, o que para ser una mente destacada en lo académico tampoco se necesita del ejercicio de la política y si bien la especialización del conocimiento ha permitido a la humanidad grandes avances, también la ha llevado a caminar aislada, es decir, nuestra soledad es consecuencia de la sectorización de las ciencias, de las humanidades, de la política y de la religión.
La catalogación del conocimiento en diferentes ramas del saber es producto de la cientifización de la vida, es decir, del triunfo de la racionalidad. Gracias a la razón se consiguen libertades, pero también se forjan nuevos grilletes. El racionalismo es necesario para el mejoramiento personal y social, lo demostró Aristóteles de alguna manera, sin embargo, es preciso apelar a un equilibrio a fin de no seguir avanzando en esta soledad contemporánea. ¿Y cuál sería ese contrapeso que podríamos colocar en la balanza a fin de igualarla? El de la universalización de los saberes, es decir, ser capaces de concebir al conocimiento como una gran maquinaria en donde todos sus engranajes son necesarios para hacerla caminar.
Pero así como la racionalización del mundo puede resultar inconveniente por lo ya mencionado, así también la tendencia a la universalización de los saberes, a concebir a las ciencias como un todo armonizado, es peligroso, pues en ambos extremos está el fanatismo como su máxima expresión. Con respecto a la palabra ‘ciencia’ es necesario precisar que ésta, desde su etimología, significa ‘conocimiento’ o ‘saber’, la precisión es necesaria porque hoy en día la tendencia es suponer que hablar de ciencia es únicamente en un contexto de aquellos conocimientos verificables mediante un método lógico, pero no es así; ciencia es conocimiento.
Si el aristotelismo representa el rostro racional del mundo, el platonismo vendrá a manifestarse como la filosofía que postula la armonización universal de los saberes y esto es así porque para Platón la realidad no es más que un reflejo de una realidad superior y perfecta en donde todo está perfectamente eslabonado. Nosotros, dice Platón, no somos más que reflejos imperfectos de la Verdad y es a través del perfeccionamiento del alma como podremos abandonar nuestro estado de irrealidad o, si se permite la metáfora, de sombras.
Tanto el aristotelismo como el platonismo poseen sus vicios y virtudes. Centrémonos en los vicios por ser estos generalmente más atractivos. El principal vicio del aristotelismo es llevar su racionalismo hasta al absurdo, hasta un punto en donde todo pierde sentido; el racionalismo cree en la ciencia (en el sentido actual de la palabra) y todo lo que no sea verificable es menospreciado; en pocas palabras su vicio es el cientificismo. El platonismo también tiene sus vicios y con seguridad es el de la superstición el más prominente. El platonismo es especulativo, es decir que reflexiona constantemente en dimensiones etéreas y en regiones que generalmente le corresponden al espíritu, alcanzables únicamente por una vía contemplativa. Este vicio de superstición gestado en el platonismo es el que, por ejemplo, genera en sociedades como la nuestra estados de pánico cuando se tropieza con acontecimientos ‘inexplicables’ y que intentan ser explicados por ramas del conocimiento sumamente cuestionables, como es el caso de las ciencias ocultas o herméticas.
El hermetismo tiene sus orígenes filosóficos en el platonismo y sus raíces culturales en el antiguo Egipto y en la India. El hermetismo, por ser una extensión del platonismo, centra todo su trabajo en el conocimiento del alma y si bien han habido quienes han intentado tomar con seriedad el tema, es debido al vicio de la superstición que hoy éste se encuentra tan desprestigiado. El hermetismo está plagado de charlatanes, sin embargo, han habido algunas mentes destacadas que le han dado temporales posiciones de respeto y que incluso han creado escuelas herméticas sofisticadas, tal es el caso de los cabalistas y alquimistas, por nombrar a los más destacados grupos.
Considerando lo anterior, ¿qué tan equilibrada tenemos nuestra balanza? Hoy el conocimiento está fragmentado debido a que unos se cargan hacia el cientificismo y otros a la superstición; el fanatismo a unos y a otros esclaviza. Decir que todo debe ser verificado por la ciencia es un absurdo, pues ni siquiera dicha afirmación es posible corroborarla desde el método científico. Por el contrario, afirmar que únicamente las dimensiones especulativas del espíritu son relevantes tampoco es lo mejor cuando nosotros estamos sometidos a la tiranía de la carne. Nosotros, los contemporáneos, tenemos el mal vicio de creer que la historia de la humanidad es progresiva, es decir, que con cada año que pasa estamos mucho mejor, sin embargo, basta con observar cualquier línea del tiempo para reconocer que la historia la mayor de las veces es regresiva y decadente y esto porque somos incapaces de abandonar el fanatismo.
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