Un apócrifo corriente en México reza que en tanto cree encarnar al presidente Juárez, el jefe del ejecutivo actual identifica a las fuerzas, alianzas, e intenciones políticas de acuerdo con las de la segunda mitad del siglo diecinueve. Conceder supone también hacerlo con que el presidente ha estudiado cabal y ponderadamente la historiografía nacional pertinente. Dado lo maniqueo de su abuso cotidiano no parece ser así y mientras algunos podrán encontrar solaz en la parodia o simulacro de “metaverso”, otros simplemente temen y tratan de interpretar la codificación de mensajes en clave decimonónica.
En sí, considero que sus reiteradas invocaciones proceden más del discurso político estadounidense, al que debe tener acceso secundario por la vía de su nutrido equipo de asesores, así como al hecho irremediable, que mientras más pedestre, vulgar y escandaloso sea algo que se origine en la principal, más grande y dinámica cultura de masas, más rápido se importará y popularizará “en México y en el mundo”. Emergentes desde que se mediatizaron las campañas políticas (tomando como parteaguas el debate entre John Kennedy contra Richard Nixon en 1960), eran apelativos residuales en sus dos principales partidos políticos. No constituían corrientes coherentes, concordantes, o con consistencia interna en lo que hoy día nos sorprendería caracterizaba al “establishment” allende la cortina del nopal. Los derechos civiles por encima del “Flower Power”, pero sobre todo el espacio televisivo para pelear por “las mentes y corazones” de la “comunidad imaginada” dotarían de significados relativamente bien definidos a la oposición entre liberales y conservadores. Así la “mayoría moral” nixoniana se afirmaría con éxito hasta la elección de Ronald Reagan en 1980. Veinte años habían transcurrido y era ya dominante lo que se entendería por conservador. Igualmente, al vilipendiado idealismo ingenuo (sin serlo necesariamente) de Kennedy, correspondería el pragmatismo corporativo y de tolerancia burguesa acotada institucionalmente por William Clinton de 1993 al 200. Hartas batallas culturales se pelearon en las industrias tanto académicas como artísticas por todos sus medios, yendo de las interpretaciones sintéticas de la historia hasta el desarrollo de la red internet y los negociados estándares para encuadrar sus contenidos. La prolongada evacuación de esos significantes se dio en los gobiernos de George Bush (2001-2009) y Barak Obama (2009-2016) respectivamente. Tomando como “presente” el periodo desde la victoria de Donald Trump en 2016 y su apretada derrota ante Joseph Biden en 2021, es complicado justificar cómo una acción, propuesta o quiebre ideológico puede ser una u otra. El mejor ejemplo de ello son las listas de libros prohibidos para escuelas públicas con la intensión de extenderse a la privacidad de los hogares por ambos bandos. Las plataformas de contenido digital hacen su agosto sembrando cizaña y confusión, así como ofreciendo las claves instantáneas y desechables para su decodificación.
Ahora, de la misma manera que las traducciones son siempre imperfectas y constituyen en sí otro texto o documento, con sus discusiones intertextuales y contextos de diseminación e interpretación, su adopción poco tiene que ver con la historia mexicana decimonónica y mucho con el “presentismo” estadounidense. Por un lado, su adopción sirve para dejar de usar las beligerantes acusaciones contra “la mafia en el poder”. Por el otro, evitar tomarse la molestia de leer las que a la luz de la importación de productos e infraestructura de industrias culturales de los Estados Unidos (Vgr. música, comics, formatos televisivos, marketing político, programas y grados académicos…) surgieron para interpretarlas con innegables contenidos contextuales y resonancia cultural (Vgr. los trabajos del ornitólogo rock&rolero, monero y curador de archivos Federico Arana). Tienen éxito en buena parte porque los contenidos se definieron por fuera y se importan como SPAM, chatarra, que es lo que bajo el horizonte desde 1994 a la fecha se nos ha impuesto con el NAFTA (no TLC ni eufemismo sucedáneo). Los mismos comentócataras y púnditos de medios mexicanos gustaban ya de ellas y al adoptarlas con el presidente, evitan doblemente emplear las que consideran más rascuaches defenestraciones como la de la oposición “chairos/fifís”, como el actualizar las del referido multi-talentoso Ornitóteles de “rebelditos/gormondios”.
No es anecdótico, constituye otro eslabón en la cadena equivalencial del aparato, interpelación, y razón populista siguiendo la guía de los alumnos “podemitas” de Ernesto Laclau. Mientras el filósofo político argentino sí contribuyo a nuestro entendimiento de “lo político” (no la política, ni política pública, cuantimenos chorradas como gobernanza o “gubenamentalidad”), aquellos yendo de la academia a los medios masivos—ahí dónde se confunden entretenimiento e información—y por su puesto la política, desde Madrid hasta las capitales latinoamericanas (llegando incluso a Puebla como profesores invitados) ofrecieron una síntesis pragmática y portátil del programa. Acusarles de vulgarizarlo es pleonasmo pues en sí el proyecto debe simplificar el espectro político y recurrir al sentido común y folclor antes que a la ideología—sabiendo no pueden hegemonizar—a erigir significantes vacíos como “hombres de paja” (monigotes) y sobre esas quimeras (“la casta”, “los “privilegiados”, “los conservadores”) irse de cuernos.