Naturalmente la mayoría de las parejas o mujeres, desean tener hijos propios, y no tanto porque socialmente se sientan presionados, o porque así debe ser, sino porque el deseo de mantener su legado existe.
Hay una necesidad natural por formar una familia propia, algo que en realidad no debería representar un problema. Pero lo es para muchas parejas, y para muchas mujeres.
La fertilidad es un asunto serio, aun sabiendo que somos más de 7 mil millones de habitantes sobre la tierra, es un deseo totalmente natural, el que la mayoría de las personas deseen tener y ver a su propia descendencia, sus propios hijos y nietos, con la firme creencia de que así dejarán su huella y trascenderán a través del tiempo. Tal vez un instinto de conservación de la propia especie humana.
Sin embargo, en muchas ocasiones no todas las mujeres u hombres pueden tener hijos propios. Fisiológicamente algo sucede, y su cuerpo no les permite tal privilegio.
De esta manera la idea de ser madres o padres se convierte en una desgastante obsesión que lejos de sentir satisfacción en esta búsqueda y centrarse en la propia historia, genera más estrés, desánimo, frustración y una sensación de poca valía.
La infertilidad altera emocionalmente a las parejas que han convertido como su objetivo principal el tener hijos.
Muchas frases, consejos, comentarios, preguntas a veces crueles, suelen rodear sobre todo a una mujer que a cierta edad aún no se ha convertido en madre.
Cierto es que hay mujeres que lo han decidido así, sin embargo, las que no, las que desean con todo su ser tener en sus brazos a su pequeño hijo y no lo han logrado, comienzan toda una peregrinación, yendo de especialista en especialista, sometiéndose a una considerable cantidad de estudios muchas veces dolorosos y que no garantizan un resultado favorable.
Este proceso no se limita solo a un dolor físico, sino a enfrentar la incertidumbre que la espera de óptimos resultados genera, y por supuesto, a las presiones sociales y curiosidad morbosa que se generan en torno a este tema, invadiendo su intimidad familiar.
No hay una receta mágica para que una criatura sea concebida. Cada persona tiene un organismo diferente, una historia distinta, necesidades y expectativas en torno a un ser que aún no está presente.
Necesidades personales, que, aunque quienes les rodean y aman quisieran satisfacer, no será posible si no lo hace la propia persona que pretende ejercer un rol parental.
No es una noticia nueva el que todos esperamos algo de este nuevo ser, que, si se quiere un niño o una niña, que venga a este mundo y que no sufra por nada, que estudie tal o cual profesión porque sus padres o abuelos siempre lo quisieron, que tenga ojos parecidos a los del padre, sonrisa de la madre y no sé cuántos requisitos más, que este pequeñito debe cumplir.
Y casi siempre son deseos de los propios padres de llenar vacíos, de sentirse amados, aceptados y vistos. De evitar la tan temida soledad y pretender que a través de un hijo los sueños frustrados de ambos pueden por fin hacerse realidad.
Y ante tanta incertidumbre, el desgaste físico y emocional se apoderan de la mujer o de la pareja, impidiendo entonces que su propio crecimiento y madurez lleven un proceso adecuado.
Las malas noticias pueden llegar y es posible que la probabilidad de ser padres se desvanezca. Entonces, qué hacer. Los especialistas harán su trabajo y darán sus propuestas y cada pareja deberá decidir qué paso seguir.
Desgraciadamente en muchos casos, la misma tristeza y desesperación, provocan que los tratamientos se interrumpan y reduzcan las posibilidades de que un embarazo se presente.
Por otro lado, más allá del sueño de ser padres, es preciso tener en cuenta dos puntos importantes. El primero es que, por instinto de conservación, cualquier persona desea tener a sus crías, y así mantener viva a su tribu. Nos reproducimos y aseguramos nuestra supervivencia, un instinto natural. Así que no del todo será una obsesión, hay realmente una tendencia mantener con vida a nuestro linaje.
Y el segundo es que, definitivamente el ser humano apelando a esta razón que le fue dada, pretende trascender y dejar su huella a través de las generaciones que le suceden. Creyendo que es la única manera de evitar ser olvidado.
En la primera, tal vez exista una razón primitiva y natural, pero en la segunda, será preciso entender que la trascendencia no se logra a través de los hijos, o por lo menos no es el único camino. Pues les cargaríamos más el hombro con una responsabilidad que no les corresponde. Existe la obligación de cada persona de crecer, madurar, descubrir la misión que tenemos en la vida y dejar huella, a través de nuestro trabajo, de nuestras relaciones, y de todo lo que hemos aportado de nuestra esencia a la humanidad.
La infertilidad provoca una situación peligrosa, una idea obsesiva que genera más angustia que alegría, sin dejar mucho espacio para lo que vendrá después.
Pues será siempre conveniente tener varias opciones, visualizar diversas realidades y prepararse para ello. Si la respuesta es no se puede, qué se hará entonces, y si la respuesta es que sí es posible, también habrá qué pensar en cómo se organizarán tras la llegada de su hijo, un tercero en este juego, en el ya tan organizado sistema de dos. Ambas representan todo un reto para la pareja o las mujeres que tanto anhelan ser padres.
El punto es tener claro que, si bien desear un hijo propio es perfectamente normal, será necesario siempre trabajar primero con nuestra persona, crecer y sanar las heridas que han quedado abiertas a través del tiempo y que solo nosotros mismos podemos curar.
La decisión de si seguir intentando concebir, adoptar un niño o aceptar vivir solos o en pareja como una familia de dos, será un acto privado y totalmente respetable.
La infertilidad no es en sí misma un problema que afecte a nuestra integridad física o genere limitaciones a quien la padece, es una situación personal que afecta el corazón de aquellos que desean ser padres.
Respetemos la vida de los demás, apoyemos a quienes nos necesitan en este complicado proceso y dejemos que la vida tome su propio camino.
Y RECUERDEN, TODO SALDRÁ BIEN AL FINAL, Y SI LAS COSAS NO ESTÁN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.