Entre la cotidianidad de las tragedias y la sobria cuenta de los días, un caso capturó la atención de buena parte de las audiencias a escala que, por falta de un mejor término, llamaremos global. Se trata del juicio por difamación emprendido por el actor Johnny Depp contra su ex esposa Amber Heard. Independientemente de que el juicio estuviese afincado en el estado de Virginia y sujeto a las leyes de su jurisdicción, se litigó tanto ahí como en medios adquiriendo una relevancia mayor que cualquier asunto entre particulares. Se torno en un espectáculo en el que algunas de las contradicciones más caras del presente subrayaron sus contornos y tendencias, substancia y falta de, para que el muy anticuado término “guerra de los sexos” y sus muy variadas actualizaciones se confrontasen en presentes y proyecciones a fututo. Fue, en términos muy estrictos lo que los antropólogos profesionales (que escasos pero los hay) llaman un “método de caso extendido”: aquel en que afloran las contradicciones fundamentales de una formación social y por lo mismo no es un simple asunto de administración de la justicia sino su elaboración misma, oponiendo a las fuerzas históricas en pugna por el futuro, presente y pasado.
Antes que dar una opinión respecto al caso específico, me interesa la forma que tomó como juicio público con la mayor cobertura y el carácter con el que interpeló a la mayoría moralmente mediatizada. Es en sí un referente del espectáculo ya, y sin adelantarnos tanto, hemos de reconocer que tiene un peso similar al de O.J Simpson en 1995, al ser casi imposible no tomar bando o sentirse ajeno a lo que en ellos se persigue. No sólo la verdad legal sino principalmente los valores más caros a un horizonte que no se restringe ni a las jurisdicciones judiciales, tampoco a la cultura de masas de los Estados Unidos; son fenómenos con trascendencia en la definición de sentido común e ideologías. Tan importantes son, que logran definir grupos en la población que sin importar el desenlace—que en este caso fue una victoria a favor del demandante—, seguirán cargando con ellos la sobre-identificación que experimentaron con los personajes, pasiones y asuntos en disputa. Lo más importante del juicio es que se hizo muy difícil de ignorar y nos obligó a discutir en nuestros grupos amicales y familiares al respecto. Igualmente, más que defender una posición, es relevante poder oír otras posturas y—debatiendo—intentar entender de qué se trató esto que más allá del escándalo.
He mencionado el antecedente de O. J. Simpson en el juicio por asesinato contra su esposa Nicole Brown y el amigo de ella Ronald Goldman. Si bien Simpson fue absuelto de ese cargo en una corte penal de Los Ángeles del estado de California, para ser después encontrado culpable en cortes civiles, lo relevante es cómo jugó con las ideas respecto a “raza” y “sexo”, informando mucho de lo que coagularía después en el sentido común de la “interseccionalidad”. No sólo presentó el horror de la violencia homicida sino la profunda habilidad de que su castigo fuese secundario ante la producción de sujetos interpelados. No fueron correspondencias perfectas de identificación racial, aunque sí era innegable esa tendencia, como que el juicio no pudo cumplir con las expectativas de nadie. La oposición que generó en términos de identificar víctimas, del hecho a juzgar en la corte resonó a tal grado que el año 2020 se hicieron varias series marcando los veinticinco años del punto de referencia histórico. Una generación, sociológicamente hablando en ambientes que se consideran “civilizados”. Es pronto para saber si el juicio Depp Vs Heard tendrá las mismas repercusiones y trascendencia pero es muy probable, porque precisamente debió ir contra el sentido común que en esos veinticinco años y contando se fermentaron en torno a violencia de género y credibilidad de acuerdo a la condición sexo-genérica de las personas. En sí, cómo es que debemos reaccionar al escuchar acusaciones como las que lanzó Amber Heard contra su ex esposo en un periódico (The Washington Post también conocido como WaPo en redes) de impacto nacional en los Estados Unidos y hemisférico al Atlántico Norte y continente americano. Versiones menores ocurren semanalmente con periodos y fechas de mayor frecuencia generando interés pero sin poder corroborarse más allá de los alegatos.
Depp, acusado de abuso doméstico, presentado como encarnación del privilegio masculino y su capacidad para infligir violencia machista, tuvo la capacidad de demandar por el elocuente daño moral, material y pérdida de valor ante la sociedad. No sólo en la que él habita cotidianamente—farándula—sino en su gremio actoral y miembro bona fide de la “polite society” (sociedad de bien y cultivo). Más allá de la posibilidad de su rehabilitación en Disney, principal productor de propaganda y modelos de buen vivir para los MASSMEDIA (que somos casi todos), estaba el hecho que al ser acusado de ello se había automáticamente sentenciado. Dado el desarrollo de modelos de justicia que piden se de entrada a acusaciones de mujeres contra estas formas de violencia para no inhibir se hagan por estigma, se fue más allá al suponer que acusaciones de esa gravedad siempre tenían peso y apoyo en la verdad factual. La moral pública completa se injertó en ello y por ende casi la peor condición para un hombre en la actualidad es el ser señalado como violento en su corolario “tóxico”. Contra ello es que Depp, contando con los recursos necesarios, demandó legalmente y sobre todo tuvo que someterse al escrutinio del público que aún sin seguir el juicio, tenía que enterarse por medios convencionales e innovadores de los pormenores en él ello. Sus múltiples fallas, carencias, debilidades y aflicciones fueron expuestas, pero ninguna en sí ni la suma de ellas era tan perniciosa como la de ser un golpeador de mujeres. Igualmente, Amber Heard desde el inició encuadró su acusación el en WaPo como más allá de un asunto personal sino de la mayor relevancia social para nuestro entendimiento de las relaciones de género. No sólo las de hombre y mujer en pareja sino de los estándares que se usan para sociabilidad y civismo. No le fue difícil ganar adhesiones y en los días siguientes será notorio qué grupos y fuerzas sigan defendiendo la validez de su causa en cruzada. Las acusaciones sobre misoginia y androfobia son sólo el inicio para hacer las separaciones más burdas. Son aquellas sobre el estatus de la palabra que cada persona, en virtud de su sexuación, las que seguirán siendo discutidas por todos tratando de lograr entendimientos mínimos. Y es ahí donde la prudencia es lo más difícil de suponer. Cierto que quién fue hallada como carente de veracidad e integridad fue ella, no las mujeres, pero tampoco es que será intrascendente la repercusión para movimientos y tendencias. Desde el ubicuo “me2” hasta quiénes hagan de él un estandarte en torno al cual aglutinar resentimientos tan infames como los de los “incels”, pasando por todo el espectro que discute la cualidad de las diferencias entre hombres y mujeres en pos de la igualdad de derechos y reconocimiento a la diversidad. No es sobre si somo idénticos ni irreducibles sino cuál es la naturaleza política, cívica, y ética de esas diferencias.
Es pronto para vaticinarle veinticinco años de manto a un juicio, redefiniendo linderos y significados, pero ciertamente estará con nosotros más de lo esperado. Conviene recordar que el “innuendo” no es ni “la misma vieja canción”, tampoco pelo de puerco.