La envidia nunca es buena, mata el alma y la envenena… ¿o será la venganza?
La diferencia entre sentimientos negativos y poco productivos tal vez no sea tanta, cuando se trata de dificultar la vida congruente de un individuo.
De la envidia se ha dicho mucho y lo mismo durante años. “Me tiene envidia”, “te tiene envidia” o, “déjala, tiene envidia”. Son algunas frases que escuchamos o decimos al respecto.
Y en realidad son ciertas. Las emociones en el ser humano son muy diversas y tienen el objetivo de indicarnos cómo estamos y salvarnos la vida.
Sin embargo, poco pensamos en ellas y lo único que generan las emociones incómodas o las que llamamos “negativas”, es un enorme deseo de eliminarlas y de eliminar todo aquello que las provoca.
No utilizamos la razón, el buen juicio o la inteligencia, pues a diferencia de otras especies animales que también necesitan sobrevivir y salvar sus vidas, y que actúan de forma impulsiva o primitiva gracias a las emociones, el ser humano está dotado de una muy compleja corteza cerebral que nos otorga la capacidad de darnos cuenta, y de decidir qué hacer con lo que sentimos, si decidimos usarla bien. Por lo que siempre tendremos la libertad de actuar impulsivamente o de adecuar nuestras emociones a respuestas más lógicas y sensatas.
Pero no siempre sucede esto. La envidia es una emoción que nos recuerda que necesitamos algo, y más allá de creer que lo que necesitamos son cosas materiales, nuestras necesidades indican que aun debemos trabajar en algo más profundo: nuestros miedos, nuestra culpa, y nuestras necesidades emocionales en general.
El problema surge cuando, al observar a alguien o algo que hemos necesitado pero que aún no tenemos o no hemos logrado, la sensación de vacío y de desesperanza se apodera de nosotros y el deseo de poseerlo o de arrebatarlo para que el otro no disfrute de aquello deseado, nos domina, lastimando a más de uno, con tal de deshacernos de esta horrible y muy desgastante sensación de carencia o pérdida.
La envidia es considerada uno de los siete pecados capitales por algunas religiones, y si este tema es tan importante y decisivo para sus fieles, el proceso de trabajar con lo que representa, se torna más complicado aún. Pues se pretende eliminar de nuestro vocabulario y repertorio de emociones, aquellas que huelan a pecado mortal.
El problema es que al hacer esto, solo bloqueamos la posibilidad de identificar lo que realmente necesitamos, reprimiéndolas y provocando que, en el momento menos esperado, algún síntoma ya sea físico o psicológico se presente sin esperarlo y nos lastimemos a nosotros mismos o a alguien más. Ese alguien que representa o tiene aquello que tanto anhelamos.
La envidia solo existe, la sentimos y ya. Cada uno en niveles diferentes según la propia capacidad de manejar emociones.
No hay envidia buena o de la mala. Hay envidia solamente, se siente y nos obliga a ver algo que es doloroso, vergonzoso o amenazante de nuestra propia historia.
Es perfectamente normal sentir envidia en algunas ocasiones, pues es una emoción que nos indica cómo estamos y lo que necesitamos, y que nos invita, como cualquier otra, a trabajar en eso para cubrir nuestras carencias, y aumentar nuestra madurez emocional.
Es posible sentir lo que se llama envidia maléfica, donde muy lejos de pensar en qué hacer, solo se presentan reacciones o actos primitivos que pueden dañar al otro, el objeto del deseo… y es entonces donde el peligro se presenta.
Pero no todos envidiamos lo mismo, porque no todos tenemos las mismas carencias. Si, por ejemplo, una persona se sabe amada y es segura de sí misma, y observa a una pareja muy feliz, no deseará tener una relación como esa, porque no lo necesita. O si una persona se siente cómoda con lo que es y con lo que tiene, y observa a alguien que posee muchas cosas materiales, que es el centro de atención y que refleja seguridad en sí mismo, no sentirá envidia, pues sus necesidades básicas y de autoestima están cubiertas.
Pero cuando tenemos a flor de piel nuestras necesidades emocionales y no las detectamos, las escondemos, o no hacemos algo al respecto, se mantendrán ahí. Y todo aquel, aquella o aquello que nos lo recuerde y tenga lo que anhelamos, nos generará dolor. Y entonces, o se tiene, o se arrebata, o nadie más lo tendrá… por lo que la envidia podría convertirse en algo amenazante.
Podríamos preguntarnos, ¿es aquella persona, presumida? O soy yo, quien se siente aturdido porque no puedo o no sé cómo obtener lo que necesito.
La envidia, demuestra a todas luces que aún tenemos mucho qué trabajar en nosotros. Si esa persona ha podido, seguramente lo podré hacer también. Solo que lejos de esforzarme por lograrlo, tal vez me haya acostumbrado al lamento y a quitarle al otro, lo que yo no puedo tener.
Resignificar la envidia y verla como una emoción natural y necesaria para nuestro desarrollo, podría ayudarnos a crecer, a descubrir que podemos trabajar en ella, y nos permitiría ver, que de no ser porque se presenta ante nosotros el objeto de nuestro deseo tocando alguna herida aún abierta, jamás lo hubiéramos identificado.
Un poco más de trabajo personal, sacará a la luz nuestras más especiales habilidades y entonces estaremos seguros que somos más de lo que hubiéramos imaginado, y sin tener la necesidad de arrebatar nada a nadie, nunca más. O, ¿No es eso lo que busca el ser humano?
Y RECUERDEN, TODO SALDRÁ BIEN AL FINAL, Y SI LAS COSAS NO ESTÁN BIEN, ENTONCES, TODAVÍA NO ES EL FINAL.