La verdad, decían los filósofos antiguos, es sólo una y universal, pero la perspectiva que de la realidad tenemos, la creencia de lo que el mundo es, es variable e individual. Pablo de Tarso, en una de las cartas que escribe para los corintios, da cuenta del cambio de perspectiva que tenemos mientras niños y como adultos. Dice Pablo que cuando somos niños, hablamos, sentimos y pensamos como niños, pero que cuando nos hacemos adultos dejamos las cosas de niños a un lado para empezar a ver el mundo como en un espejo y oscuramente, lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿es que no es también posible que los niños vean al mundo desde las tinieblas?
¿Cuándo se termina la infancia? ¿Qué determina la condición infantil? ¿Los niños son niños por el tamaño de su cuerpo o de su mente? Tomando como punto de partida el desarrollo físico, la etapa de la niñez culmina en promedio a los doce años de edad, momento en el que se abren las puertas de la pubertad que es, a su vez, la antesala de la adolescencia. La infancia es el paso de la vida humana que ocurre después del nacimiento y es en ella cuando las personas, generalmente, sólo viven para una sola actividad: el juego, pues es a través de éste como el conocimiento del mundo se realiza. La infancia implica, además del juego y, por ende, del placer, una relación con el mundo en el que la responsabilidad de los actos propios es mínima, cuando no, ausente; seguramente el atractivo que despierta la vida irresponsable, lúdica y placentera es el que ha extendido la etapa de la infancia más allá de la adolescencia y para muestra veamos cómo son los adultos de hoy en día: irresponsables, con miedo al compromiso, amantes del placer y de los juegos, de los dibujos animados y de las historias de superhéroes.
Una de las tantas enfermedades que nuestra sociedad padece es la gerascofobia y la gerontofobia, es decir, el miedo a envejecer y el rechazo a los viejos. Los adultos de hoy no son más que niños caprichosos interesados en sí mismos y empeñados, ridículamente, en competir con las generaciones jóvenes. La tendencia a actuar como niños cada vez es mayor en los adultos, quienes literalmente gastan sus recursos materiales y tiempo en obtener objetos, actividades y modos de vida que fueron pensados para niños verdaderos. Pero este actuar no es esporádico, sino que es fomentado por el mismo estado, así como por los medios de comunicación y las empresas, pues una sociedad infantilizada facilita su sometimiento.
El escritor James Matthew Barrie representó el miedo a la vida adulta en su obra “Peter Pan”, cuya trama, lejos de lo que podría pensarse, no es tan conocida y esto es porque el relato que circula entre nosotros es principalmente el que nos viene del cine, medio que lo ha tergiversado. A grandes rasgos, tanto la obra de teatro como la novela de “Peter Pan” dan cuenta de un niño que puede volar, que nunca envejece, que vive en el país de Nunca Jamás y que visita nuestro mundo para llevarse temporalmente a algunos niños que quieran jugar con él, sin embargo, Peter Pan tiene un aspecto ‘non grato’ de su personalidad, el cual ha sido minimizado en el discurso fílmico a pesar de que su autor, Barrie, insiste en destacarlo; leamos:
«La única alegría velada para Pan es el amor materno… No quiero ir al colegio y aprender cosas serias , no quiero ser un hombre… Peter Pan aceptaba que Wendy lo visitara una semana al año para que le hiciera la limpieza general… ¿Quién es el capitán Garfio? Suelo olvidarme de mis adversarios después de matarlos… ¿Quién es Campanita?… La sensación generalizada era que Peter estaba siendo honrado solo de momento para acallar las sospechas de Wendy, pero que podría haber un cambio cuando estuviera listo el traje nuevo que ella, contra su voluntad, le estaba confeccionando a partir de las prendas más siniestras de Garfio. Más tarde empezó a circular entre ellos el rumor de que la primera noche en que se puso ese traje, se sentó estirado en el camarote con la boquilla de los puros de Garfio en la boca y un puño apretado, excepto el dedo índice, que dobló y mantuvo alzado, amenazador, como un garfio.»
“Peter Pan” se presentó en teatros a principios del siglo XX y si bien parece sólo una historia fantástica, lo cierto es que detrás de sus personajes se hallan pistas de los vicios humanos. Peter Pan, lo describe Barrie, es un niño egoísta que sólo vive para sus propios intereses, que se divierte a costa de los demás y que por ninguna razón cede el poder a los demás, su relación con el pirata Garfio es semejante a la de un joven que rivaliza con su padre, mientras que el trato que mantiene con Wendy, a quien concibe como su madre, sugiere que se trata de una relación edípica, es decir, de pulsiones sexuales inconscientes que Barrie representa simbólicamente a través de un dedal que Wendy le da a Peter Pan. Tenemos también que el total de los niños perdidos es de siete, como los pecados; que el árbol en el que viven fue la escena de un suicidio o de un homicidio, pues se llama ‘el árbol del ahorcado’; y que la lucha que hay entre Garfio y el cocodrilo es la misma que existe entre el hombre y el tiempo, pues el reptil, que se ha comido un reloj, avanza llevando consigo el sonido del segundero. Hacia los últimos capítulos, Garfio es devorado por el cocodrilo, es decir, que el hombre siempre perece ante el tiempo.
Barrie es un escritor cruel. Los últimos capítulos tienen como protagonistas a Wendy y a su hija Jane, quien al preguntarle a su madre por qué ya no puede volar ella le responde: «Porque los adultos ya no son alegres, e ingenuos y crueles. Solo los que son alegres, e ingenuos y crueles, como los niños, pueden volar.» El relato concluye en que Peter Pan se roba a Jane para que le haga la limpieza y cuando ésta crece la sustituye por la hija de Jane, Margaret, para que haga lo mismo, dejando ver que Peter Pan sólo vive para sí mismo, tal y como también lo hacen los adultos de hoy en día, adultos infantilizados que se niegan a abandonar la niñez de tinieblas que han construido, mientras luchan inútil y egoístamente contra un cocodrilo de tiempo cuyo deleite está en devorar adultos que creen que pueden volar por ser alegres, ingenuos y crueles.
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