El ciclo escolar que comenzó esta semana es diferente porque los dos previos ocurrieron bajo las restricciones impuestas por la pandemia Covid 19. Si bien ha habido intentos desde marzo de este año por regresos parciales, estuvieron marcados justamente por lo selectivos e incompletos, la confusión respecto a ambientes de enseñanza, y a que el año académico estaba ya menguando. Ahora, se tiene la convicción que el regreso a las aulas, desde jardines de infantes hasta posgrado, sea presencial y sólo en casos excepcionales se echara mano de la enseñanza a distancia. Ciertamente persistirán cursos y actividades así diseñados desde su inicio, pero se busca normalizar el regreso en ambiente presencial. Tanto las alocadas fiestas “Back to School” para menores de edad cursando secundaria y bachillerato como las ofertas de útiles escolares en supermercados y papelerías, pasando por los discursos inaugurales de toda institución, pero con esta luna de agosto cunde la convicción de habernos sobrepuesto a los efectos de la pandemia.
Ahora bien, no puede decirse que la pandemia terminó. En primer lugar, epidemiólogos y población en general aprecian el patrón de olas pasando los solsticios. Tras el de invierno en diciembre y el de verano en junio, durante los meses de enero y febrero para el primero y los de julio y agosto para el segundo, se disparan los contagios. Dependiendo de las características de las variantes y subvariantes hay más o menos virulencia como también crece la posibilidad de enfermedad grave y muerte entre personas de grupos vulnerables, sin ser sólo ellas las que peligran. En segundo lugar, al coincidir las olas con periodos vacacionales y calendarios festivos (cívicos y religiosos, agrícolas e industriales), las medidas que pueden ser pertinentes en los demás meses se tornan en casi inútiles. El cubrebocas sólo sirve si la mayorá adquiere mascarillas de buena calidad y las usa correctamente, cambiándolas cada otro día, la sana distancia se hace imposible de mantener sea en espacios abiertos o cerrados, mientras que las medidas de uso de gel y asociadas al contacto son irrelevantes. En conjunto, la fatiga por seguir las medidas de seguridad e instrucciones de la autoridad sanitaria se han reducido a la persuasión individual. Como tal es insuficiente ante la periodicidad de los contagios. Cada vez hay menos personas que no se hayan infectado, cambiando las historias sobre los efectos de acuerdo con la ola-variante y subvariante, como que también abundan los que se han infectado reiteradamente. Más que “vencer” u otro eufemismo a la pandemia, se ha aceptado su inevitabilidad, sabiendo ello conlleva el riesgo de enfermedad grave y muerte. Acaso, lo que se espera del gobierno es que no deje de comprar dosis efectivas y de manera similar a la influenza, sean los grupos más interesados y vulnerables de la sociedad los que acudan puntualmente a vacunarse en una o más temporadas anuales.
Los dos elementos están relacionados. Se intuía, pero ahora se sabrá a ciencia cierta el efecto devastador de los cursos a distancia y en línea sobre los educandos de todos los grados. Los reportes internacionales coinciden en las tendencias, variando la intensidad por categorías de edad y marginalidad. Mientras más jóvenes y con menores recursos familiares y de clase, así como condicionamientos étnico-lingüísticos serán más graves los retrasos y alta la tasa de deserción. No hay paradoja posible, sí intentos de autoengaño generalizados. Todos los educandos fueron promovidos en los dos ciclos escolares pasados. Algunos con notas altas y promedios sobresalientes, válidos sólo en relación con aquellos a quiénes no se pudo reprobar, porque esa fue no sólo la instrucción de la autoridad sino la inercia en el sector educativo y la sociedad. Como reza en güiri “se pasó la cubeta” y ahora veremos de qué esta llena. Mientras más avanzados sean los grados, mayor será el efecto y graves las consecuencias. Estudiantes de ingeniería civil que no sepan cálculo o lo han aprendido deficientemente, estudiantes de medicina que no han hecho prácticas con pacientes bajo estricta supervisión de profesores y personal de apoyo, o de química sin conocimientos mínimos de laboratorio. No se espera haya un plan remedial de choque o puente capaz de subsanarlo, mientras se asienta la idea que entre primaría y secundaría aún es posible concentrarse en lo que no es negociable (lecto-escritura y matemáticas), sacrificando otras áreas del conocimiento. Nadie querrá hablar de los graduados durante la pandemia, ni de la legalidad de haber ajustado protocolos en línea para la realización de exámenes profesionales y otros trámites. Dudo se impugnen los procedimientos, pero tampoco se compartirá la responsabilidad de lo que sabemos saldrá mal. En otros países tienen el artificio de llamar a estos imponderables como “actos de dios”, nosotros más modestamente los achacamos a “causas de fuerza mayor”, pero las reglas son las mismas. Nadie es responsable de nada porque se comparte en modo Fuenteovejuna. Indudablemente, el “aparato” educación es parte fundamental de la indolencia.
Así, la expectativa por el nuevo año académico y ciclo escolar es desmedida. Se espera infundadamente que el ambiente presencial corrija los dos años de limitaciones, yerros, e insuficiencias. Se ansía que ya no haya que echar mano a ninguna forma de encierro o recogimiento, como que también el contacto entre personas trabajando en conjunto permita aminorar las enfermedades mentales que afloraron en la pandemia. Por ende, el gusto con que nos bienveniremos debe encuadrarse en la consideración que no es un regreso normal. No aún. Qué tan especial o diferente está por verse, pero requerirá de toda nuestra inteligencia, entusiasmo, y capacidad organizativa. No se pudo reducir el daño en la pandemia, queda ahora regresar a lo básico.