“Bienvenido.” “Pase, pase con cuidado, atrás hay asientos.” “Señora, baje con precaución, el estribo es alto.” “Señor, acomódese la bufanda, hace frío.”
Estas no son frases del inicio de algún cuento navideño.
Son frases que solía pronunciar un conductor de la Ruta 3, la Zaragoza-Libertad, un hombre bonachón y ya entrado en años que por su manera de expresarse parecía, si no tener una carrera universitaria, ser un asiduo lector de libros.
En contraste, la mayoría de los conductores del transporte público poblano son jóvenes que parecen adolescentes y a los que les importan un bledo los pasajeros. Cobran como autómatas, a veces mientras hablan por teléfono; manejan con pilotos de carrera frustrados; ponen la música (de banda o reguetón) a todo volumen, causando que a veces algún pasajero les reclame, con el consecuente gesto de repudio por la llamada de atención. Y de hablar cortésmente con los pasajeros, ni qué decir… Un amigo mío decía que eran desertores de la Secundaria, o sea, chavos que no la terminaron y a los que no les quedó de otra para subsistir.
Sí, el transporte público en Puebla es pésimo (“pésimo” es el superlativo de malo: malo, muy malo o malísimo, y pésimo). Eso sin contar los constantes asaltos (tema que merece otra columna).
Y no parece haber ni estrategia ni autoridad ni voluntad para mejorarlo. No es cuestión de unidades nuevas. Es cuestión de “autoridad”, sí, de “autoridad” sobre los concesionarios, para exigir que el transporte sea como lo hacía ver aquel hombre de la Ruta 3 que hablaba con cortesía.
No ha habido ni parece haber autoridad que consiga resolver este problema.
Que en realidad no es problema. Es un nudo gordiano. Y hace falta un Alejandro Magno para resolverlo de tajo.
Vaya filón de votos para los aspirantes a la gubernatura o a la alcaldía.
Gracias y hasta el próximo jueves.
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* Lic. en letras españolas. Escritor, autor de carca de 40 libros. Conferencista.