Lo que fácil llega, fácil se va, o al menos así lo asegura la sabiduría popular. Lo fácil se busca más que lo difícil porque garantiza un menor esfuerzo para ser conseguido. Sin embargo lo fácil suele ser así únicamente al inicio, de tal suerte que, a medida que se avanza, no sólo comienza a tornarse en difícil, sino que termina exigiendo de uno mismo más de lo que se habría pensado. Inclinarse por lo fácil, por lo sencillo, por lo que parece ser la vía rápida, siempre es riesgoso, pero aún así hay quienes no dudarán en hacerlo, pues si bien las consecuencias podrían ser adversas al final, mientras este momento póstumo llega, el presente podría ser deleitable y lo cierto es que un número considerable de personas preferirán casi siempre entregarse a la concupiscencia del presente, mientras fingen que la fatalidad nunca se presentará.
La magia negra, la hechicería, los maleficios, o como quiera que conozcamos a este tipo de prácticas son el camino fácil para conseguir lo que uno busca obtener sin esforzarse demasiado. La magia negra asegura el amor, el dinero, la fama y la belleza, y es por ello que ésta existe en prácticamente todas las civilizaciones. Hablar de magia negra no es tarea fácil porque este concepto es relativo, sin embargo, suele considerarse como magia negra a aquella práctica que invoca a entidades metafísicas a fin de ejercer una fuerza negativa y destructiva sobre alguien, de tal suerte que a la vez que la magia negra le otorga cierto poder a quien la proclama, exige la vida de quien ha sido seleccionado como víctima. Pero la magia negra no es realmente un camino tan fácil como parece, pues, a fin de cuentas, ésta termina apropiándose de la vida de quien la ha utilizado en su propio beneficio, o al menos esto es lo que se rumora.
No hay una definición exacta para lo que llamamos ‘magia negra’, así como tampoco existe una fecha de inicio, pero podría decirse que al ser ésta una manifestación de la malignidad metafísica, inició paralelamente con el bien metafísico. En otras palabras, la magia negra, por ser una herramienta demoníaca, es tan eterna como su contraparte: lo que llamamos ‘Dios’.
Tipos de magia negra existen tantos como sus practicantes. Cuando pensamos en magia negra solemos hacerlo casi siempre desde un contexto cristiano, es decir, tomando como referentes a figuras como Lucifer y a sus esposas: las brujas, y esto es porque en nosotros pervive un imaginario medieval que difícilmente desaparecerá. La Edad Media duró aproximadamente mil años, y aunque algunos erróneamente la consideran una época de oscurantismo, lo cierto es que nos dejó importantes innovaciones como las universidades, o el formato de libro tal y como lo conocemos hoy en día, pero, además, el medioevo fue el tiempo propicio para crear la versión que hoy tenemos de la magia negra y esto es porque en esos mil años, a la par que se escribieron incontables libros religiosos, se escribieron otros que representan su contraparte: los grimorios, es decir, los libros de maleficios por excelencia.
La palabra ‘grimorio’ nos llega del griego ‘grama’, que significa ‘letra’. En un principio se le llamaba ‘grimorio’ a todo libro que no tratara temas religiosos, pero la significación fue cambiando hasta que los grimorios fueron entendidos como libros de magia negra. Muchos son los grimorios que se escribieron en tiempos medievales, pero, indudablemente, son los grimorios atribuidos a san Cipriano los que más resonancia han tenido. No se sabe dónde nació Cipriano, pero parece ser que fue en Chipre durante el siglo III. Cipriano fue desde la infancia sumamente inteligente, así como un interesado de las principales corrientes espirituales de su tiempo y de épocas pasadas y si bien en un inicio tenía cierta inclinación hacia el enaltecimiento de lo divino, no tardó en adoptar el sendero de la magia negra, convirtiéndose así, según la leyenda, en el más grande mago negro de su tiempo. Del conjunto de sus enseñanzas, podemos rescatar la invocación que hace a Lucifer para que éste lo acepte como uno de sus escogidos: «¡Oh, gran Lucifer, emperador excelso de los antros infernales! yo me postro ante ti y te reconozco como señor y soberano, si me pones en posesión de las artes ocultas de la magia, dándome el don de conocer la ciencia misteriosa que tú posees, para lograr, por su medio, la verdadera sabiduría.»
Cipriano vivió numerosos años sirviendo a Lucifer, pero terminó renunciando a éste cuando se enamoró de una mujer llamada Justina, la cual estaba consagrada a Cristo. Cipriano quería a Justina para él solamente e intentó someterla mediante toda suerte de encantamientos, sin embargo fracasó, a la vez que entendió que más poderoso que el demonio era el mismísimo Cristo. A partir de entonces, Cipriano se convirtió al cristianismo, Justina lo aceptó en el amor y juntos dedicaron su vida a unir aquello que por la magia negra había sido separado y por ello es que tanto Cipriano como Justina aparecen en el santoral católico y ortodoxo.
La magia negra fue para Cipriano el camino de lo fácil, mientras que el sendero de la fe resultó ser el más complicado, pues en aquel siglo eran frecuentes las persecuciones de cristianos por parte de los romanos. Cipriano y Justina fueron capturados y castigados por su negativa a adorar a dioses paganos. Los romanos azotaron a Cipriano y Justina, los despellejaron, los sumergieron en agua hirviendo y finalmente los decapitaron. ¿En dónde radica el mal en esta historia; en el diablo que favorece la magia negra, o en Dios que permite el martirio de sus ovejas; o en los romanos y sus respectivos dioses aficionados a la tortura?
El “Libro del hechicero” es el grimorio que reúne la magia negra de Cipriano, así como los rituales para enfrentar a Lucifer. Este grimorio es muy particular en tanto que al mismo tiempo que enseña a hacer el mal, ofrece lecciones para actuar en el bien. Quizás esto se deba a que el mal y el bien no son más que dos caras de la misma moneda y por ello es que si San Cipriano anhelaba estar algún día frente a las puertas del Paraíso, era necesario que primero descendiera a la guarida de la serpiente de fuego y tocara las puertas de los antros infernales.
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