El conocimiento es neutro y su bondad o maldad dependerá de quien lo aplica. Socialmente se cree que la educación mejora las condiciones de vida de los individuos, por lo que a mayor número de grados educativos conseguidos, mayores serán las posibilidades no sólo de vivir bien, sino, además, de actuar benévolamente, sin embargo, lo anterior es totalmente falso y podemos constatarlo en el hecho de que muchas de las grandes mentes de la historia han sido también las más viles. El conocimiento es neutro y quien lo ejerce sin virtud no es más que un tirano.
¿Poner a disposición de todos el conocimiento realmente rendirá frutos sociales? La pregunta es polémica, indudablemente, pues arriesga la idea de la privatización del saber, pero lo contrario, el poner todo a disposición de todos, no es necesariamente mejor, pues las mentes hábiles que buscarán el beneficio individual, antes que el colectivo, no faltarán. El peligro del conocimiento no está en el conocimiento en sí mismo, sino en quienes no lo entienden y deciden utilizarlo para lastimar, para subyugar y para esclavizar a las mayorías. El conocimiento, sin lugar a dudas, nos hace libres, pero no es tan simple como querer saber, pues a ello hay que sumarle el conocimiento de uno mismo y la renuncia a los falsos saberes, y no hay empresa más ardua que distinguir el conocimiento verdadero del falso.
Tocando el tema del conocimiento falso, existe un libro, específicamente un grimorio, es decir, un documento de magia negra, cuyo título es “De umbrarum regni novem portis”, es decir, “Las nueve puertas del reino de las sombras”, libro supuestamente publicado en el año de 1666 por el mago italiano Aristidem Torchiam y que en el año de 1999 (es interesante el reflejo numérico) fue llevado al cine. Este grimorio está dividido en nueve capítulos, o puertas, como las llama el autor, y a medida que uno traspasa cada puerta se va acercando más al conocimiento de uno mismo, pero, además, a la revelación de la criatura más poderosa sobre la faz de la tierra: Lucifer. De este libro, según cuenta el prólogo, existen tres versiones y la última perteneció a un mago negro del siglo veinte de nombre Aleister Crowley, a quien le debemos la traducción al inglés del mencionado grimorio.
Pero aún hay más, pues “Las nueve puertas del infierno” fue escrito por Aristidem Torchiam basándose en otro grimorio más antiguo y cuyo título es “Delomelanicon”, palabra griega que quiere decir “Revelación de la oscuridad”, aunque esta traducción es aproximada, pues la voz griega ‘déelos’ quiere decir ‘cielo’, mientras que ‘melas’ es, ‘negro’ u ‘oscuro’. En el mencionado “Delomelanicon” Aristidem Torchiam se inspiró para sus “Nueve puertas”, las cuales son acompañadas por nueve grabados de estilo medieval que recuerdan sobremanera a las ilustraciones de los tarots de la época, escondiendo en cada uno de estos grabados la enseñanza principal de la ‘puerta’ que el aprendiz de mago se encuentre estudiando en cuestión. Así, por ejemplo, algunos grabados muestran bufones, otros caballeros andantes, en un grabado más vemos hombres colgados, o criaturas como ángeles y casas en forma de grandes laberintos. Cada grabado es único y enigmático y el que corresponde a la primera puerta, que es la del silencio, muestra a un caballero que sobre su bestia se dirige hacia la entrada de un castillo. De esta primera puerta dedicada al silencio podemos leer lo siguiente:
«El conocimiento pierde su poder cuando es completamente compartido. Los magos deberán elevar el silencio como su atributo más sagrado. Se suele despreciar lo que se teme. Hay que ser cautelosos al elegir a quien transmitir la sabiduría, pues no todo buen legado, es bien empleado. Si tu sabiduría entra en el oído de un mediocre, ésta se tornará inútil, pues el mediocre no podrá hacer uso del saber tan baratamente adquirido. El silencio ha de ser para el mago su bien más valioso, es por ello que entre nosotros solemos decir: El silencio es oro.»
No es fortuito que la primera puerta sea la del silencio. En la historia de nuestra especie son muchas las escuelas de misterios que exigen al iniciado, como primera condición para asegurar su buena educación, el silencio. Pitagóricos, eleusinos, egipcios, cristianos, teósofos y demás han encontrado en la vida del silencio la oportunidad de la escucha interior, aquella con la que se emprende la separación del conocimiento que es falso del que es verdadero. Y es precisamente en este último aspecto en el que el grimorio de “Las nueve puertas del infierno” se torna más interesante aún, pues todo parece indicar que este libro de magia negra del año 1666 no es más que un invento del siglo veinte, atribuido específicamente al español Arturo Pérez Reverte, que lo nombra en su novela “El Club Dumas”. Sin embargo, lejos de ser decepcionante el último dato, es motivante, pues aún aceptando que este grimorio sea falso, el conocimiento que contiene está lejos de serlo y basta con leer sus páginas para entenderlo, pues todo lo que se dice del silencio, del conocimiento, de la riqueza y de la fortuna, por nombrar sólo algunos temas, es fuente de enseñanza verídica, lo cual nos obliga a preguntarnos lo siguiente: ¿Por qué incluso en un libro falso se halla un conocimiento verdadero? ¿Además de la inteligencia humana, hay detrás de este tipo de textos una inteligencia superior?
El conocimiento, cuando carece de virtud, crea tiranos, y por el contrario, la virtud que carece de conocimiento crea tontos. La bondad o maldad del conocimiento dependerá absolutamente de quien lo ejecute, de ahí que en la antigüedad el conocimiento superior fuera patrimonio de unos cuantos, particularmente de aquellos que habían logrado traspasar la dimensión del ruido mundano para asentarse en la apacible senda del silencio. El grimorio de las “Nueve puertas” podrá ser falso, pero sus enseñanzas, no. Nuestra sociedad es propensa al ruido, al estruendo, y es por ello que muchas veces no nos escuchamos entre nosotros; valdría la pena, entonces, abrir la primera puerta y aceptar que el silencio es oro.
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