El lenguaje político se vuele cada vez más populachero.
La novedad es eso de “corcholatas” (y por qué no “taparroscas”).
Quién sabe hasta dónde sea saludable para motivar la participación de los electores, bajo el criterio de que usando un lenguaje coloquial el pueblo comprende más fácilmente.
Sin duda en el ámbito político se recuerdan estas expresiones del ex presidente José López Portillo: “nos chicotió (sic, pues lo correcto debió ser “chicoteó”) la economía, o “los vaquetones”.
Y de otro ex presidente, Vicente Fox: “La cobija del presupuesto no alcanza para tapar a todos”.
En materia política es recordable la expresión atribuida al ex gobernador de Guerrero Rubén Figueroa padre: “La caballada está flaca”.
También llegó a hablarse de los “cachorros” de la política (hasta hace unas tres décadas se hablaba de “los cachorros de la Revolución”).
Asimismo, se emplea constantemente la palabra “gallo” para referirse al “bueno”, es decir, al político que cumple a cabalidad los requisitos para poder ser aspirante a un cargo. Se dice “tenemos gallo”, o “en la oposición no hay gallo para nuestro gallo”. Y aquí entra una pregunta que tiene que ver con la equidad de género: ¿cómo decirle a quien cumple con ese perfil pero es mujer: “¿gallina?” o, de plano, rompiendo todas las reglas de la gramática y de la zoología, “¿galla”? Desde luego “gallina” no, sobre todo por la connotación peyorativa que se le da en el sentido de cobarde.
Y si se habla de caballada, ¿habría que referirse a una mujer política como “yegua”, o a las mujeres políticas como la “yeguada”?
La verdad sea dicha, y aunque Aristóteles haya sentenciado que “el hombre (ser humano, ¿de acuerdo?, incluidas las mujeres) es el animal político por excelencia”, como que los actuales tiempos políticos plantean la necesidad de un lenguaje menos animal, y por ende, de una actitud menos ídem.
Gracias, y hasta el próximo jueves.
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* Lic. en Letras españolas. Escritor, autor de cerca de 40 libros. Conferencista.